Por JOSÉ MORALES MANCHEGO
La literatura universal nos depara obras de mucho vigor sobre la vida de Jesús. Tales elaboraciones, pertenecientes al género novelístico, tienen la virtud de ayudarnos a descifrar enigmas, develar misterios, fijar el recuerdo de un Jesús más real y más humano, y llevarnos, en alas de la libertad, a entrever derroteros que alimentan los ensueños sobre el porvenir. Un ejemplo de esas obras es la del Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, titulada El Evangelio Según Jesucristo (Editorial Alfaguara. Madrid, 1998), en la cual encontramos la vida y obra de un Jesús realmente divino y humano, hijo de Dios y del carpintero, elevada dualidad de la carne y el espíritu, capaz de realizar prodigios y degustar al mismo tiempo todo aquello que los hombres comunes y corrientes estamos acostumbrados a disfrutar. El Jesús de Saramago no desdeñaba participar en una boda y tomar vino, como lo hizo en Caná de Galilea. En aquella ocasión, cuando Jesús vio que se había acabado el licor espirituoso, ordenó a los servidores: "Llenad de agua esas cántaras". Eran seis tinajas de barro. Los servidores las llenaron hasta desbordar. "Entonces Jesús vertió en cada una de las cántaras una parte del vino que quedaba en su copa y dijo: 'Llevádselas al mayordomo' "(p. 398). Ya el vino estaba listo. Jesús vivió en una libertad inmarcesible actuando siempre como ser ingenioso, entusiasta y creativo, pero justo, recto y lleno de virtudes. En contraste con aquellos que proclaman el cuerpo como fuente de pecado y obstáculo para la realización espiritual, Jesús lo disfrutó como medio de vivenciar la divinidad.
El hijo de María y José -señor de la garlopa, el martillo y los clavos-"nace como todos los hijos de los hombres, sucio de la sangre de su madre, viscoso de sus mucosidades y sufriendo en silencio. Lloró porque lo hicieron llorar y llorará siempre por ese solo y único motivo" (p. 91). En el transcurso de su vida, ese mismo Jesús, gatea, siente hambre, come, bebe, va a la escuela, crece, trabaja, se enferma y, como cualquier hombre normal se extasió con la mujer en la danza sagrada del amor. Dicho con palabras de Saramago: "conoció el amor de la carne y en él se reconoció hombre" (p. 335). En ese sentido el autor describe los acercamientos de Jesús de Nazaret con María Magdalena. Sin embargo, de la osadía imaginaria de José Saramago no hay que sacar interpretaciones triviales y vulgares. Si la voluptuosa María Magdalena, de ramera y pecadora se convirtió en la dama apasionada y adoradora de Jesús, esa transformación, en los análisis iniciáticos, representa la renovación moral de la mujer. De esa manera, tales análisis desmenuzan la leyenda y ven a María Magdalena como la Iniciada del corazón". Pero lo más importante, al margen de todo lo que se ha pensado y se quiera pensar, es señalar que ese mismo Jesús, que actúa como hombre, se eleva hasta los estrados mas altos de la perfección, en medio de un mundo convulsionado, corrompido, y poblado de ladrones, torturadores, crucificadores y acuchilladores de niños inocentes. En ese mundo de injusticias el hombre de Galilea expresó opiniones subversivas, relativizó la ley y estigmatizó la hipocrecía religiosa de su época. Esas son las verdaderas causas de su muerte. Pero hay que resaltar que el Jesús de Saramago, en su lucha, enarbolaba siempre la bandera de la paz. Cuando Simón le pregunta: "Vas a las montañas a luchar junto a los bandidos, sí vas, vamos contigo". Jesús le contesta: "Iréis conmigo, pero no a las montañas, lo que importa no es vencer a César por las armas, sino hacer triunfar a Dios por la palabra"(pp. 454-455). El Jesús de Saramago es tan humano, tan sencillo, tan familiar, tan cercano a nosotros, que su naturalidad nos hace percibir, de una manera más real, todo lo trascendente que la conciencia universal nos ha legado sobre ese maravilloso ser, que no sólo vino al mundo a realizar prodigios, desafiando las leyes naturales, sino a poner orden en la caótica sociedad en la que le tocó vivir. Jesús fue puliendo el diamante en bruto, que todos metafóricamente representamos, hasta reproducir la perfección divina en la perfección de su alma. Por eso vemos cómo su conciencia mesiánica y profética se fue despertando en el fragor de la lucha diaria, en contacto con la miseria y el dolor del mundo que lo rodeaba. La intención de Jesús fue plasmar el orden divino en el desorden social. El libro nos lleva a pensar en la esencia de la doctrina cristiana en medio del disgusto de quienes han dislocado el verdadero sentido del Cristianismo.
La literatura universal nos depara obras de mucho vigor sobre la vida de Jesús. Tales elaboraciones, pertenecientes al género novelístico, tienen la virtud de ayudarnos a descifrar enigmas, develar misterios, fijar el recuerdo de un Jesús más real y más humano, y llevarnos, en alas de la libertad, a entrever derroteros que alimentan los ensueños sobre el porvenir. Un ejemplo de esas obras es la del Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, titulada El Evangelio Según Jesucristo (Editorial Alfaguara. Madrid, 1998), en la cual encontramos la vida y obra de un Jesús realmente divino y humano, hijo de Dios y del carpintero, elevada dualidad de la carne y el espíritu, capaz de realizar prodigios y degustar al mismo tiempo todo aquello que los hombres comunes y corrientes estamos acostumbrados a disfrutar. El Jesús de Saramago no desdeñaba participar en una boda y tomar vino, como lo hizo en Caná de Galilea. En aquella ocasión, cuando Jesús vio que se había acabado el licor espirituoso, ordenó a los servidores: "Llenad de agua esas cántaras". Eran seis tinajas de barro. Los servidores las llenaron hasta desbordar. "Entonces Jesús vertió en cada una de las cántaras una parte del vino que quedaba en su copa y dijo: 'Llevádselas al mayordomo' "(p. 398). Ya el vino estaba listo. Jesús vivió en una libertad inmarcesible actuando siempre como ser ingenioso, entusiasta y creativo, pero justo, recto y lleno de virtudes. En contraste con aquellos que proclaman el cuerpo como fuente de pecado y obstáculo para la realización espiritual, Jesús lo disfrutó como medio de vivenciar la divinidad.
El hijo de María y José -señor de la garlopa, el martillo y los clavos-"nace como todos los hijos de los hombres, sucio de la sangre de su madre, viscoso de sus mucosidades y sufriendo en silencio. Lloró porque lo hicieron llorar y llorará siempre por ese solo y único motivo" (p. 91). En el transcurso de su vida, ese mismo Jesús, gatea, siente hambre, come, bebe, va a la escuela, crece, trabaja, se enferma y, como cualquier hombre normal se extasió con la mujer en la danza sagrada del amor. Dicho con palabras de Saramago: "conoció el amor de la carne y en él se reconoció hombre" (p. 335). En ese sentido el autor describe los acercamientos de Jesús de Nazaret con María Magdalena. Sin embargo, de la osadía imaginaria de José Saramago no hay que sacar interpretaciones triviales y vulgares. Si la voluptuosa María Magdalena, de ramera y pecadora se convirtió en la dama apasionada y adoradora de Jesús, esa transformación, en los análisis iniciáticos, representa la renovación moral de la mujer. De esa manera, tales análisis desmenuzan la leyenda y ven a María Magdalena como la Iniciada del corazón". Pero lo más importante, al margen de todo lo que se ha pensado y se quiera pensar, es señalar que ese mismo Jesús, que actúa como hombre, se eleva hasta los estrados mas altos de la perfección, en medio de un mundo convulsionado, corrompido, y poblado de ladrones, torturadores, crucificadores y acuchilladores de niños inocentes. En ese mundo de injusticias el hombre de Galilea expresó opiniones subversivas, relativizó la ley y estigmatizó la hipocrecía religiosa de su época. Esas son las verdaderas causas de su muerte. Pero hay que resaltar que el Jesús de Saramago, en su lucha, enarbolaba siempre la bandera de la paz. Cuando Simón le pregunta: "Vas a las montañas a luchar junto a los bandidos, sí vas, vamos contigo". Jesús le contesta: "Iréis conmigo, pero no a las montañas, lo que importa no es vencer a César por las armas, sino hacer triunfar a Dios por la palabra"(pp. 454-455). El Jesús de Saramago es tan humano, tan sencillo, tan familiar, tan cercano a nosotros, que su naturalidad nos hace percibir, de una manera más real, todo lo trascendente que la conciencia universal nos ha legado sobre ese maravilloso ser, que no sólo vino al mundo a realizar prodigios, desafiando las leyes naturales, sino a poner orden en la caótica sociedad en la que le tocó vivir. Jesús fue puliendo el diamante en bruto, que todos metafóricamente representamos, hasta reproducir la perfección divina en la perfección de su alma. Por eso vemos cómo su conciencia mesiánica y profética se fue despertando en el fragor de la lucha diaria, en contacto con la miseria y el dolor del mundo que lo rodeaba. La intención de Jesús fue plasmar el orden divino en el desorden social. El libro nos lleva a pensar en la esencia de la doctrina cristiana en medio del disgusto de quienes han dislocado el verdadero sentido del Cristianismo.
Jesús es uno de esos hombres ejemplares que, a fuerza de trabajar sobre su propio templo espiritual, logró alcanzar la resplandeciente cristalización de la luz interior e irradiarla sobre los demás. Nosotros, al igual que el hijo del carpintero, disponemos de los materiales y las herramientas para construir un templo de virtudes sobre nuestra propia existencia, donde encuentren albergue las buenas costumbres, la dignidad y el espíritu de lucha contra la injusticia y la corrupción. En otras palabras: la semilla de la hombría de bien, late en el alma de todo ser humano. La clave está en saberla cultivar, y los primeros en ponerla a germinar deberían ser aquellos que están encaramados en las estructuras de poder, porque ¿de qué valen los dogmas de una religión o las leyes de un país o de un imperio, si el mal ejemplo proviene de quienes poseen alguna investidura?
Finalmente hay que decir que El Evangelio Según Jesucristo es un libro lleno de sorpresas sobre la vida del Maestro Jesús, escrito sin mistificaciones. El libro fue concebido siguiendo las huellas de los evangelios. Eso sí, ampliando el registro bíblico con una decoración histórica y abriendo cauce al libre juego de la imaginación para vivificar el espíritu. Indudablemente esta versión tiene que ser diferente a la de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Así se percibe desde la primera página hasta la última, cuando el atormentado redentor, a la hora de su muerte, entendiendo la lógica de su destino, clamó al cielo: "Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo» (pp. 153-154).
1 comentario:
Excelente Articulo!
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