domingo, 14 de junio de 2009

FIESTAS NAVIDEÑAS



Por JOSÉ MORALES MANCHEGO


Los días de diciembre son de alegría y feli­cidad, de amor y ternura, de fe y esperanza, de balances y perspectivas, de paz y fraternidad. Es decir, son días de navidad. Siguiéndole el rastro a esta palabra encontramos que provie­ne del latín nativtas, que significa nacimiento. Específicamente se entiende por Navidad el tiempo que va desde el 25 de diciembre, día en que se estableció la fecha del nacimiento de Jesús, hasta el 6 de enero, cuando se celebra la Epifanía o adoración de los Reyes Magos, fiesta a la que se da gran importancia en el calendario litúrgico cristiano y en la tradición civil.
En realidad no se sabe la fecha precisa del na­cimiento de Jesús. Es más, la Natividad no se ha celebrado siempre en diciembre. En la antigüedad se utilizaron varias fechas para dicha conmemoración. En esa misma época, los ri­tos llamados paganos celebraban el 25 de di­ciembre el solsticio de invierno y la llegada de la primavera. Fue en el siglo IV, a provechándose la Iglesia de la inmensa popularidad de los susodichos ritos, cuando se proclamó la fecha del 25 de diciembre como el día del na­cimiento de Jesús.
La fiesta pagana más estrechamente asociada con la navidad era el saturnal romano -en ho­nor a Saturno, dios de la agricultura- que se celebraba, a la luz de velas y antorchas, du­rante siete días de bullicio, diversiones, ban­quetes, bebidas e intercambio de regalos. Actualmente la Navidad es una fiesta cristiana muy bella, con muchos rasgos del famoso pa­ganismo. Nadie puede negar quela navidad es tiempo de luces, villancicos, gran actividad co­mercial, intercambios de regalos, reuniones, comidas y bebidas familiares. Ahora bien: aunque no se conoce la fecha exacta de su nacimiento, sí está claro que Je­sús nació en un momento histórico de disen­siones, en el cual las relaciones sociales esta­ban en crisis. En la tierra de la Sagrada Fa­milia se vivía un cuadro de opresión, de nece­sidades, de dolor y de sangre. Era la época de la dominación romana - la hidra que lo devora­ba todo- y del reino de los Herodes, con su ba­canal de vicios y su desfile de crímenes. Había luchas sociales, egoísmo, odios y ambiciones a granel. En tales circunstancias, la gente sen­sata esperaba un Mesías que librara al homo sapiens del infortunio que lo agobiaba. Llega­dos a este punto, es justo y necesario aclarar que la palabra Mesías viene del hebreo meshiah, que quiere decir ungido, término que los griegos tradujeron posterior­mente como Kristos. Mesías significaba entonces el Hijo de Dios prometido al pueblo he­breo. El Mesías seria la encarnación de la esperanza, la redención y la so­lución de todos los problemas. Como es obvio, en ese momento histórico, surgieron muchos profetas y jefes de cuadrillas revelándose como redentores y ungidos, es decir se presentaban como el Mesías. En ese contexto se da el naci­miento de Jesús. La leyenda dice que nació en un pesebre lleno de animales y por supuesto de estiércol, para simbolizar la situación en que llegó al mundo, en medio de una huma­nidad plagada de bajas pasiones, degradación social y corrupción en general. Es de anotar que los grandes señores de la época esperaban un monarca cubierto de púrpura, de gloria y de poder material; pero Jesús, el Sol de Justicia, nació y vivió en medio de la pobreza y de la sencillez. Su doctrina les dio a los esclavos y plebeyos la conciencia de su propio destino. Por eso los oligarcas del momento no creyeron en él, no lo reconocieron y como se atrevió a enfrentarlos, lo crucifica­ron. En cambio, para los humildes (entiéndase cristianos), ese era el Mesías. Por eso las sociedades cristianas se regocijan con en esta fecha conmemorativa, abrigan muchas esperan­zas, invocan la paz, el civismo, los valores y es­peran que el año venidero sea siempre mejor, colmado de dicha y prosperidad. De ahí que en las fiestas navideñas, las calles, los umbrales de las casas y los edificios se adornan con arreglos y luces, que en nuestra región se han ido enriqueciendo con elemen­tos foráneos como el árbol de navidad, de ori­gen germánico, y la imagen de Santa Claus (Papa Noel) con el trineo, los renos y las bolsas con juguetes, que es un arreglo estadouni­dense. Estos adornos, como es de esperar, se mezclan con los elementos autóctonos, que forman parte de la cotidianidad y la tradición popular. Pero lo más importante es señalar que en la navidad, en ciudades y villorrios, las sombras ceden su paso a la luz y la imagi­nación se desborda hilvanando ilusiones, abri­gando esperanzas y alimentando muchos sueños.

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