Por JOSÉ MORALES MANCHEGO
Los intereses, los sueños y las fantasías, pertenecen al ser humano de todas las épocas, de todas las culturas y de todas las condiciones sociales. Esos conceptos, aunque son tan propios del género humano, resultan difíciles de interpretar entre adultos cercanos en edades, pero aún más difícil si tratamos, como adultos, de introducirnos en el mundo de los niños.
Por eso es muy importante aguzar la inteligencia para meterse en el mundo de la infancia, no para reprender a los chiquillos por sus travesuras y chascos inocentes, sino para disfrutar de su ternura, de su pureza, y estimularlos adecuadamente, propiciando el desarrollo de su actividad creadora. Pero interpretar y entender a los menores no es cosa fácil. En muchas, ocasiones, su comportamiento se convierte en un problema para el adulto, porque una mezcla de responsabilidad y de afecto, dificulta su determinación. El padre de familia no sabe si lo que ofrece al pequeño va a resultar nocivo, o si ha dejado de ofrecer algo acertado. Esta incertidumbre se debe a que el adulto se mueve entre sus intereses, los intereses del niño, y la presión de la sociedad de consumo. De ahí que en circunstancias apremiantes, ante el antojo o el capricho del niño, se apodere de nosotros la indecisión.
No obstante, de lo que sí podemos estar seguros es que los niños tienen su propia visión del mundo y disfrutan a su manera de las cosas más sencillas. Cada garabato que hace el niño tiene su significado. Él tiene suficiente fantasía para manejar lo irreal a su manera y vivir intensamente lo que su imaginación convierte en una realidad. Así por ejemplo, en la imaginación del niño, su caballito de madera suda y siente sed; en tanto que para la niña, su muñeca de trapo ríe, habla, come, bebe y se enferma gravemente. El afán de casi todos los adultos ha sido arrancar al niño de ese maravilloso mundo y meterlo desde muy temprana edad en el rígido y estereotipado mundo de los adultos. Por eso vemos que los rasgos más aplaudidos en los menores son aquellos en que se parecen a los mayores. En muchas escuelas, el niño ejemplar es el que se comporta como adulto. Los padres y allegados dicen con satisfacción: "Se parece a un viejito". Y para colmo, la sociedad de consumo les fabrica caballos que relinchan y muñecas que hablan, cantan y ríen, quietándoles a los niños su creatividad y los diálogos infinitos que pueden forjar imaginativamente con su caballito de palo o su muñeca de trapo. Se olvidan que un día ese niño o esa niña, de manera natural, irá entrando racionalmente en el mundo de la adultez. Entonces se interpretará a sí mismo e interpretará su mundo circundante. Abrazará el anhelo de libertad y tratará de evitar la custodia y la protección de los mayores; quiere ser adulto, porque cree que en la adultez encontrará la independencia. fabricará fantásticamente su propio modelo de vida, sin adverdr todavía que ese mundo de la ostentación, de la competencia y del dinero serán sus opresores. Otro día, aquel niño tejerá nuevas utopías y tendrá nuevas angustias. A ese ritmo, placeres e insatisfacciones le mostrarán los caminos de la superación y de la frustración. Así seguirá su desarrollo intelectual y emocional, orientado por los valores que padres y mayores enseñen a ese niño, sentando las bases de su proyecto de vida, para que llegue a ser un adulto libre y de buenas costumbres, hasta que complete su ciclo vital y culmine su difícil, pero ameno tránsito sobre la faz de la Tierra.
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