domingo, 14 de junio de 2009

El MUNDO DE LOS NIÑOS

"En la base del desarrollo emocional se halla la libertad con que el niño se expresa" (Frank Ángel)


Por JOSÉ MORALES MANCHEGO


Los intereses, los sueños y las fanta­sías, pertenecen al ser humano de todas las épocas, de todas las culturas y de to­das las condiciones sociales. Esos con­ceptos, aunque son tan propios del género humano, resultan difíciles de interpretar entre adultos cercanos en edades, pero aún más difícil si tratamos, como adul­tos, de introducirnos en el mundo de los niños.

Por eso es muy importante aguzar la in­teligencia para meterse en el mundo de la infancia, no para reprender a los chiqui­llos por sus travesuras y chascos ino­centes, sino para disfrutar de su ternura, de su pureza, y estimularlos adecuada­mente, propiciando el desarrollo de su actividad creadora. Pero interpretar y en­tender a los menores no es cosa fácil. En muchas, ocasiones, su comportamiento se convierte en un problema para el adul­to, porque una mezcla de responsabili­dad y de afecto, dificulta su determina­ción. El padre de familia no sabe si lo que ofrece al pequeño va a resultar nocivo, o si ha dejado de ofrecer algo acertado. Esta incertidumbre se debe a que el adul­to se mueve entre sus intereses, los intere­ses del niño, y la presión de la sociedad de consumo. De ahí que en circunstancias apremiantes, ante el antojo o el capricho del niño, se apodere de nosotros la inde­cisión.

No obstante, de lo que sí podemos estar seguros es que los niños tienen su propia visión del mundo y disfrutan a su mane­ra de las cosas más sencillas. Cada gara­bato que hace el niño tiene su significa­do. Él tiene suficiente fantasía para mane­jar lo irreal a su manera y vivir intensa­mente lo que su imaginación convierte en una realidad. Así por ejemplo, en la imaginación del niño, su caballito de ma­dera suda y siente sed; en tanto que para la niña, su muñeca de trapo ríe, habla, come, bebe y se enferma gravemente. El afán de casi todos los adul­tos ha sido arrancar al niño de ese maravilloso mundo y meterlo desde muy tem­prana edad en el rígido y estereotipado mundo de los adultos. Por eso vemos que los rasgos más aplaudidos en los menores son aquellos en que se parecen a los mayores. En muchas escue­las, el niño ejemplar es el que se compor­ta como adulto. Los padres y allegados dicen con satisfacción: "Se parece a un viejito". Y para colmo, la sociedad de con­sumo les fabrica caballos que relinchan y muñecas que hablan, cantan y ríen, quietándoles a los niños su creatividad y los diálogos infinitos que pueden forjar imagi­nativamente con su caballito de palo o su muñeca de trapo. Se olvidan que un día ese niño o esa niña, de manera natural, irá entrando racional­mente en el mundo de la adultez. Enton­ces se interpretará a sí mismo e interpre­tará su mundo circundante. Abrazará el anhelo de libertad y tratará de evitar la custodia y la protección de los mayores; quiere ser adulto, porque cree que en la adultez encontrará la independencia. fa­bricará fantásticamente su propio modelo de vida, sin adverdr todavía que ese mun­do de la ostentación, de la competencia y del dinero serán sus opresores. Otro día, aquel niño tejerá nuevas utopías y tendrá nuevas angustias. A ese ritmo, placeres e insatisfacciones le mostrarán los caminos de la superación y de la frus­tración. Así seguirá su desarrollo intelec­tual y emocional, orientado por los va­lores que padres y mayores enseñen a ese niño, sentando las bases de su proyecto de vida, para que llegue a ser un adulto libre y de buenas costumbres, hasta que complete su ciclo vital y culmine su difícil, pero ameno tránsito sobre la faz de la Tierra.

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