domingo, 14 de junio de 2009

El PODER DE LA INFORMACIÓN

Por JOSÉ MORALES MANCHEGO

Cuenta la historia que en el año 490 a. de J. C. el ateniense Milcíades obtuvo una contun­dente victoria sobre los persas en la batalla de Maratón. En aquella ocasión, un soldado lla­mado Filípides tuvo que correr 42 kilómetros de Maratón a Atenas para llevar la noticia al Areópago, Supremo Tribunal de gran reputa­ción por su sabiduría e imparcialidad. De ahí surgió la denominada carrera de Maratón. Pero lo que ahora interesa, no es hablar de la tradicional carrera que engalana los Juegos Olímpicos, sino destacar que Fílípides fue un mártir del periodismo elemental y sencillo de aquella Grecia de la antigüedad. Filípides cayó muerto de fatiga al final de la carrera, pero antes de exhalar el último suspiro alcanzó a dar la noticia con un grito, cuyo contenido sería hoy un gran titular de prensa: ¡Gana­mos la batalla!
Si volamos en el tiempo, de la Edad Antigua a las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del XX, nos encontramos con el uso de palo­mas mensajeras para enviar información. Es de anotar que este medio de comunicación se empleaba desde los tiempos remotos de Ramsés III, en Egipto, cuando los faraones se servían de la llamada "telegrafía alada" para comunicarse con todas las ciudades del impe­rio. Hoy los periodistas y comunicadores socia­les no tienen que utilizar palomas mensajeras ni correr como Filípides para difundir una noticia por todo el planeta Tierra. Los medios de comunicación de masas han alcanzado en las últimas décadas un sorprendente desarrollo para bien o para mal, pero sobre todo para asombro de la humanidad. En otras palabras, si comparamos el desarrollo actual en materia de comunicaciones, con el de épocas lejanas en el tiempo, el resultado será de abismales diferencias.
La revolución que han experimentado los me­dios de comunicación permite a los comunica­dores sociales y periodistas, realizar la trans­misión de los acontecimientos "en vivo y en directo", produciéndose a la vez una cantidad de información de proporciones gigantescas. Esa gran cantidad de información que se está generando, la alta velocidad con que llega al público y el contenido ideológico que la pene­tra, hacen de los medios de comunicación de masas, un poder que se debe manejar con prudencia y mucha responsabilidad. Podría decirse que los medios de comunicación de esta época constituyen la fuerza vital de la sociedad y los periodistas y comunicadores sociales son verdaderos funcionarios de la aldea global.

Los medios tienen prácticamente la decisión sobre la conciencia colectiva. Ellos pueden influir hasta cambiar las costumbres y tradi­ciones de un pueblo, pero también pueden servir para elevar su nivel cultural y crear un sentido de pertenencia e identidad. Ellos pue­den elevar a una persona o cosa y mantenerla en altos niveles de aceptación; pero también pueden llevarla al despeñadero del reproche, el descrédito y la difamación. Los medios de comunicación sirven para construir, pero también pueden ser utilizados para des­truir. En fin, nadie duda que el globo terráqueo, se encuentra inmerso en un mar de información, orientado algunas veces a sacralizar y otras a satanizar hechos y personajes, lo cual hace difícil el conocimiento de la realidad política y social. Ahora bien, a los grandes medios de comunicación, como radio, televisión y pren­sa, últimamente hay que agregar el ciberespacio, donde cualquiera puede abrir una página, opinar y manipular información. Allí existen buenos aportes a la ciencia y a la cultura, pero también encontramos elaboraciones que ge­neran confusión y aturdimiento. La incertidumbre crece cuando se descubre que al lado de la opinión oficial surgen otras opiniones que no están desprovistas de razón. En estas cir­cunstancias, si queremos desentrañar la ver­dad, debemos tener en cuenta la duda metódi­ca como punto de partida. Es decir, "no admitir como verdadera, cosa alguna que no se sepa con evidencia que lo es", según la regla del filósofo René Descartes, "padre de la filosofía moderna", en su Discurso del Método. Luego, para seguir adelante en la búsqueda de esa verdad tan anhelada, se necesita la activa participación del receptor de la información, ya sea lector, radioescucha, televidente o cibernauta, con todo el bagaje intelectual que lo caracterice. En otras palabras, hay que reali­zar toda una labor heurística complementada con un trabajo de análisis, crítica de proceden­cia de la fuente e interpretación doctrinal, lo cual permitirá que los hechos se tornen más claros y precisos, hasta donde ello sea posible, claro está.
Es obvio que esta minuciosa indagación tiene que ver con el oficio dispendioso de un inves­tigador, algo muy difícil para un parroquiano elemental. Afortunadamente también existen fuentes de información garantes de objetivi­dad, elaboradas por profesionales que se deba­ten segundo a segundo entre el mundo de la vida y la acción comunicativa, para dar al público una información confiable, clara y precisa, que devele la mentira y la falsedad. En síntesis, para navegar en el inmenso mar de información, en el cual nos encontramos, es importante desarrollar un espíritu crítico, que nos permita distinguir los informes y comenta­rios tendenciosos, de la verdadera informa­ción. Todo esto en un ambiente de paz y de armonía, donde no existan las vías de hecho ni el temor para exponer ideas. De esa manera estaremos rindiendo tributo al pluralismo y a la tolerancia, como fundamentos de la demo­cracia y la libertad.

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