domingo, 19 de junio de 2022

Las armas que nos depara la Orden


Una plancha para reflexionar

 

José Morales Manchego[1]

 

La iniciación es la vía activa de la perfección. Para acceder a ella el iniciado debe estar dispuesto a conocerse a sí mismo, conocer el mundo exterior y dominar sus propios instintos. Con la iniciación masónica empieza la búsqueda al interior de uno mismo con el objeto de sacar la obra maestra de la especie, a fin de que le sirva de ejemplo a la humanidad y ésta aprenda a observarse y mejorarse a sí misma en la metáfora del viaje hacia la virtud. De ahí se deduce que la masonería “no es contemplación pasiva del bien sino activo combate contra el mal”[2].

En virtud de lo anterior, para el iniciado que ha alcanzado la comprensión del Arte Real, actuar sobre las circunstancias es sinónimo de estar vivo. En ese sentido, el masón que actúa sobre el mundo circundante tiene el deber de aprender a reflexionar, meditar y ensimismarse con el fin de afianzar su perspectiva de hombre libre y de buenas costumbres y orientarse en el sendero de la vida. Para ello la Masonería le da una antorcha con el ánimo de alumbrar el camino en el viaje por este mundo henchido de pasiones, odios, celos, traiciones, conflictos, tensiones, insatisfacciones y calamidades de toda clase, generadas por los mezquinos impulsos del interés y el egoísmo, contra los cuales ha de luchar sin tregua el hombre virtuoso. Pero el hombre virtuoso no ha de luchar de manera instintiva en un mundo de brumas y borrascas.  A guisa de ilustración recordemos la Tenida de iniciación, sobre todo en aquel momento pedagógico cuando el Venerable Maestro ordena “sentar al candidato en la PIEDRA BRUTA para que medite sobre lo que él acaba de pasar”[3]. Esa enseñanza en el contexto de la iniciación significa que frente a los estímulos a veces poco agradables que nos depara la interacción social, no debemos responder mecánicamente. En este ámbito no aplica la tercera ley de Newton o principio de acción y reacción entre las partículas o los cuerpos físicos. En una fraternidad de constructores espirituales nada se justifica con ese principio que dice: “Toda acción trae una reacción igual y de sentido contrario”. Es más, en los momentos de crisis y tensiones, el masón tiene la oportunidad de esgrimir las armas que le da la Orden, las cuales simbolizan virtudes y poderes interiores, como fuerzas equilibradoras del espíritu que lo llenan de serenidad para que su razón pueda impedir que el instinto tome el rumbo que le dé la gana. La ofensa que nos hagan debe utilizarse para crecer espiritualmente. Si alguien me insulta, esa ofensa no está bajo mi control. Lo que está bajo mi control es mi respuesta.  Recordemos que, en situaciones de crisis, la conquista de la serenidad[4] es condición indispensable para el desarrollo del Masón. Así se pule la piedra bruta. Esos son los momentos de mostrar el talante, reflexionar y ensimismarse para actuar con lucidez y brillo en la inteligencia[5]. El hombre tiene la capacidad de “Transformar la ira en calma interior”, como lo enseña Mike George, maestro de meditación y de desarrollo espiritual, en una interesante obra[6], donde nos da las claves para recuperar el equilibrio emocional en caso de alteración. En eso nos diferenciamos de los animales. El animal no medita ni se puede ensimismar. En otras palabras, el animal no puede entrar en sí mismo y luego volver al mundo exterior con un arsenal de ideas y argumentos para enfrentar las circunstancias. El animal es pura reacción instintiva y pura alteración.

Surge entonces una pregunta: ¿Qué es el hombre alterado?

Para el filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset, el hombre alterado es el hombre vertido al exterior, “fuera de sí”, “enajenado”.  En ese contexto, y sin cándidos titubeos, nos dice Ortega: “El hombre alterado y fuera de sí ha perdido su autenticidad y vive una vida falsa”. “La alteración es la perpetua estafa de nosotros mismos”. “En la alteración el hombre pierde su atributo más esencial: la posibilidad de meditar, de recogerse dentro de sí mismo para ponerse consigo mismo de acuerdo… La alteración le obnubila, le ciega, le obliga a actuar mecánicamente en un frenético sonambulismo”[7] . En otras palabras, la alteración lo lleva a cometer errores en medio de su propia irritación[8]; pero recordemos también que el hombre es el único animal que se equivoca y, por tener esa capacidad de reflexión, es el único que tiene la posibilidad de enmendar el error. El Masón se desarrolla entonces en esa lucha, y es en esa misma lucha donde tiene la responsabilidad de someter a juicio crítico lo que hace, y si es necesario pararse con valentía sobre sus errores para sentir que los superó. Toda esta enseñanza, si reflexionamos, nos hace cada vez mejores masones; masones capaces de pulir la piedra bruta, echar un poco de luz sobre nuestro propio destino, y ensanchar las perspectivas de progreso y unidad de la Augusta Institución, consagrada a la ciencia y a la virtud, pero jamás al odio, la ambición o la hipocresía.

La Masonería nos enseña que solo cultivando la inteligencia y haciéndola prevalecer sobre los instintos primarios, podremos merecer la inmortalidad[9]. Por tanto, con el cultivo de la inteligencia, y usando las armas que nos depara la Orden, podremos desarrollar la aptitud de nuestra mente para resolver problemas y enfrentar las incertidumbres en un mundo cambiante y alterado, donde los valores son ambivalentes y las fuerzas de la vida se enfrentan a las fuerzas de la muerte.

JOSÉ MORALES MANCHEGO

(Artículo publicado en la revista Plancha Masónica. Año 20 No. 44. Barranquilla, diciembre 2021).

 



[1] Ex Gran Maestro de la Muy Resp:. Gran Logia del Norte de Colombia.

[2] Liturgia para el Grado de Aprendiz Masón. R:. E:. A:. A:.  Edición de la Gran Logia del Norte de Colombia. Or:. de Barranquilla, 2006. p. 30.

[3] Liturgia para el Grado de Aprendiz Masón. R:. E:. A:. A:.  Op. Cit. p. 34.

[4] “El signo más seguro de una vida sabia es la serenidad”, dice EPICTETO. El arte de vivir. Editorial Norma. Bogotá. Colombia, 200. p. 32.   

[5] La Cámara de Reflexión simboliza esa capacidad de ensimismamiento que nos aísla del mundo exterior y nos incita a la reflexión íntima para que brote el pensamiento independiente y acercarnos a la verdad. “He ahí el “Conócete a ti mismo” de los iniciados griegos. Véase: LAVAGNINI, Aldo (Magister). Manual del Aprendiz. Editorial Kier. Buenos Aires, 1991. p. 52.

[6] GEORGE, Mike. Transformar la ira en calma interior. Editorial Oniro. Barcelona, 2013. Segunda edición. 205 pp.

[7] ORTEGA Y GASSET, José. Ensimismamiento y alteración. Edición digital. Tomo V. pp. 362 y ss,

[8] “Si alguien nos irrita, es sólo nuestra propia respuesta lo que nos irrita”, dice Epicteto. Op. Cit. p. 42.  

[9] Liturgia del Grado XIV. En: Frau Abrines Lorenzo. Diccionario enciclopédico de la Francmasonería. Editorial del Valle de México. Tomo V. pp. 768 y 769.