Por JOSÉ MORALES MANCHEGO
Etimológicamente el término religión proviene del latín religio, voz relacionada con religatio, que es sustantivación de religare, cuyo significado es religar, vincular, atar. Según esta definición, la esencia de cualquier religión es la vinculación del hombre con la divinidad. En otras palabras, ser religioso es estar religado a Dios con toda la responsabilidad que exige ese honroso privilegio. Pero para que esta ligazón tenga sentido, es condición indispensable el anhelo de perfección individual y la búsqueda de la unión de todos los seres humanos en una gran cadena de la fraternidad que nos permita vivir en paz, orden y armonía. De esta manera las religiones agradarían al Ser Supremo, porque el reino de Dios, según palabras del apóstol Pablo, consiste en "vivir en paz, justicia, rectitud, y en el gozo del Espíritu Santo". (Rm. 14: 17).
El vivir de un religioso debe compaginar entonces con el verdadero sentido de la tolerancia, de la libertad, de la paz y de la justicia social. Su lucha permanente debe servir para que los más altos valores cubran la existencia de toda la humanidad. Sin embargo, algunas iglesias, estimuladas por dirigentes expertos en el recurso teatral de la predicación, convierten sus enseñanzas en una acción que mueve la pasión hasta el frenesí, conduciendo a los fieles a los extremos del fanatismo, fenómeno éste que hunde sus raíces en la ignorancia y se excita fácilmente a través de la fe religiosa, sobre todo cuando no se tiene la libertad de discurrir, de pensar o de usar la propia capacidad de razonamiento. La historia de la humanidad está llena de conflictos. Pero es sorprendente que gran parte de esos conflictos son de tipo religioso. La ambición y la escandalosa lucha por el poder han movilizado a las masas fanatizadas hacia guerras religiosas de resultados dantescos. Por eso, para evitar esa distorsión del verdadero sentido de la religión, es necesario combatir la ignorancia para que la luz de la razón y de la verdad disipe las tinieblas del fanatismo y alumbre las conciencias de quienes no duermen en su afán de cautivar almas. Al mismo tiempo, es necesario estar alerta frente a la levadura de los pujadores contemporáneos de la vida eterna, que se han tomado la potestad de expender milagros a granel y hablar en lenguas extrañas e incoherentes, que ningún ser humano entiende, pero que expresan ostentación y muestran los rasgos emotivos del trance exhibicionista, de quienes olvidaron que el don de lenguas le fue dado sólo a los apóstoles, cuando hablaron en arameo y fueron entendidos por personas de distintos idiomas, según lo registra la propia Biblia.
La verdadera religión es aquella que mediante su doctrina, la seriedad de sus ritos, la elevación moral de sus fieles, y el celo e integridad de sus pastores, intenta llevar a la humanidad a un mejor destino, uniendo a todos los individuos en un hogar universal en el cual tengan cabida todas las tendencias y convicciones morales favorables al mejoramiento material y espiritual del género humano. La verdadera religión no puede ser la de los exhibicionistas, que inspiraron a Jesús las siguientes palabras: "Y así cuando das limosna, no quieras publicarla a son de trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas, y en las calles o plazas, a fin de ser honrados de los hombres. En verdad os digo, que ya recibieron su recompensa. Más tú cuando ayudes al necesitado haz que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha" (Mt. 6: 2 y 3). "Asimismo cuando oráis, no habéis de ser como los hipócritas, que de propósito se ponen a orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; en verdad os digo, que ya recibieron su recompensa. Tú, al contrario, cuando quieras orar, entra en tu aposento, y cerrada la puerta con cerrojo, ora en secreto a tu Padre, y tu Padre, que ve lo más secreto, te premiará en público" (Mt. 6:5y 6). Finalmente, la verdadera religión no puede ser la de los dicharacheros que satanizan a todo el mundo y pregonan tener la última verdad revelada, olvidando aquel pasaje bíblico en el cual Santiago manifiesta contundentemente: "Si alguno cree ser religioso, pero no sabe poner freno a su lengua, se engaña a si mismo y su religión no sirve de nada". Y a renglón seguido asevera: "La religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre es ésta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y no mancharse con la corrupción del mundo." (St. 1: 26 y 27).
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