domingo, 14 de junio de 2009

AMÉRICA: ¿ENCUENTRO O DESCUBRIMIENTO?




Por JOSÉ MORALES MANCHEGO


El descubrimiento de América es un proceso social que tiene su momento estelar el 12 de octubre de 1492. Sin embargo, frente a esta aseveración ha surgido una corriente de pen­samiento que propone otra denominación para el gran acontecimiento, argumentando que antes de Cristóbal Colón llegaron otros pue­blos al continente que hoy se conoce con el nombre de América. En efecto, hay muchas teorías, hipótesis y le­yendas sobre los supuestos predecesores de Colón, siendo, la mayoría, simples conjeturas basadas en la interpretación de textos, frases y nombres geográficos. Una de esas curiosas elucubraciones es la que considera que Améri­ca fue poblada en una primera etapa por una colonia desgajada de la Torre de Babel. La se­gunda etapa de ese poblamiento se habría pro­ducido con personas escapadas de Jerusalén después de la destrucción de la ciudad en tiempos de Sedecías, último rey de Judá. Dejando a un lado esas conjeturas, resulta que los predecesores reales de Colón fueron los vi­kingos, los cuales colonizaron la costa nororiental de Norteamérica, sin mayores consecuen­cias. Con base en esta teoría, apoyada en los hallazgos arqueológicos del siglo XX, se puede decir que antes de Cristóbal Colón llegaron a América otros exploradores; pero histórica­mente se considera que el descubrimiento de América se llevó a cabo el 12 de octubre de 1492, porque en ese momento la llegada de los españoles y de otros pueblos cobró la trascen­dencia de un verdadero hecho histórico. Ahora bien; ¿Qué es un hecho histórico? No se necesita ser muy perspicaz para saber que la vida humana está constituida por una infini­dad de hechos sociales, muchos de los cuales son intrascendentes. Sin embargo, hay hechos sociales que toman características especiales para el devenir de la sociedad. Cuando esto su­cede estamos ante un hecho histórico. Por ejemplo, el matrimonio de dos personas comu­nes y corrientes es un hecho que no tiene ma­yor trascendencia histórica. Pero si se trata de un matrimonio como el de Femando de Aragón e Isabel de Castilla, se registra como un hecho histórico, porque ese matrimonio jugó un pa­pel esencial en la unificación de los reinos de Castilla y Aragón, lo cual fue de mucho valor para la empresa de Conquista y Colonización de América.
Algo parecido sucedió con el paso de Julio Cé­sar por el Rubicón, ese pequeño río de los Ape­ninos, que separaba a Italia de la Galia Cisalpi­na. Resulta que César, procónsul de las Ga­lias, a pesar de la prohibición del senado ro­mano, cruzó el riachuelo con sus tropas en el año 49 a. de J. C. Ese fue el momento en que César pronunció su famosa frase: "Alea jacta est" ("La suerte está echada") y emprendió la marcha sobre Roma y la guerra civil contra Pompeyo. Pero lo importante del ejemplo es mostrar que el acontecimiento del cual se ocu­pa la historia es "el paso de Julio César por el Rubicón". Sin embargo, César no fue el prime­ro en pasar el Rubicón. Antes de él ya lo habían pasado muchas personas, por tratarse de un riachuelo sin ningún peligro. No obstante, la historia no se ocupa de las personas que lo pasaron antes, sino del paso de Julio César, porque ese paso fue de trascen­dencia histórica. Es, mutatis mutandis, lo que ocurre con el descubrimiento de América, hecho que fran­queó los límites de su contorno espacial y de su propia tempo­ralidad para incrustarse en otros espacios y en otros tiempos. No se niega que antes de los españoles llegaron otras personas a lo que hoy es América, pero el descubrimiento como hecho histórico se produjo el 12 de octubre de 1492, como culminación de un proceso complejo en el cual se fueron madurando las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales, hasta tal punto que ya se habían superado las ideas de Tales, quien creía que la Tierra rotaba en el agua como una galleta. Para ese momento histórico se había desarrollado bastante la navegación, y el naciente capitalismo estaba ávido de oro, de encontrar nuevas rutas com­erciales y de explorar nuevos territorios. No se puede ser tan simplista al definir el des­cubrimiento por los que llegaron primero. Ni es de los buenos entendedores de las ciencias sociales decir "el mal llamado descubrimien­to", simplemente por una tardía indignación histórica o una hipercrítica masoquista. Es ne­cesario comprender que el cambio de las pala­bras no cambia la esencia de las cosas. Es más, las categorías de cualquier ciencia no se carac­terizan por su forma, sino por su contenido. De ahí que todo el mundo sabe que la palabra átomo significa indivisible. Así lo consagró la filosofía de la antigua Grecia; asi lo afirmaba Demócrito 400 años antes de Cristo; y así fue entendido durante mucho tiempo por los sa­bios de la humanidad. Pero a finales del siglo XIX, la Ciencia estableció que el átomo está integrado, a su vez, por numerosas partículas. Sin embargo, los científicos de hoy no dicen "el mal llamado átomo". Ellos lo denominan respe­tuosamente átomo, y tienen bien claro que no es una partícula indivisible. Decir descubrimiento de América no quita que este acontecimiento esté colmado de injusti­cias y de agravios para los pueblos que sufrie­ron la conquista y colonización. La utilización del término "descubrimiento" no es mejor ni peor que el de "encuentro". No olvidemos que esos dos vocablos también vinieron con el con­quistador. Si usamos uno o usamos otro, de to­das maneras, como decía Pablo Neruda, "se llevaron el oro y nos dejaron las palabras". En síntesis, la idea de rechazar el 12 de octubre de 1492 como la fecha del descubrimiento, na­ce porque se mira el gran acontecimiento como un hecho aislado y fortuito, desprovisto de toda su sistémica compleja. El descubrimiento de América es un proceso que tiene su momen­to estelar el 12 de octubre en Guanahaní, cuando la bota española se posó en las arenas del Nuevo Mundo. Y ese hecho histórico del descubrimiento, por Cristóbal Colón, es el que nos debe ocupar, estudiándolo y analizándolo para comprenderlo en toda su dimensión his­tórica, con sus aspectos positivos y negativos, sin dejarnos arrastrar por la Leyenda Negra o la Leyenda Rosa, dos enfoques que condu­cen al fanatismo sobre la conquista y coloniza­ción de América.