lunes, 1 de noviembre de 2021

El maltrato infantil y su huella existencial

 

 

En el ámbito jurídico colombiano los intereses del niño son de alta consideración, como se puede apreciar en el conjunto de normas y preceptos legislativos que en principio están en pleno vigor y observancia. Así tenemos que según el artículo 44 de la Constitución Política de 1991, los niños gozarán de los derechos consagrados en la Carta Fundamental, en la leyes y en los tratados internacionales ratificados por la República de Colombia. El mismo artículo manifiesta elocuentemente: “Los derechos de los niños prevalecen sobre los derechos de los demás. Por su parte, el Código Penal, en lo pertinente al castigo para los delitos contra la familia, expresa en sus Artículo 229, Título VI, Capítulo Primero, lo siguiente: “La pena aumentará de la mitad a las tres cuartas partes cuando el maltrato recaiga sobre un menor”.

En realidad, no se puede negar la existencia en Colombia de una bella normativa que trata de proteger al niño de distintas formas de maltrato, tales como el abandono, el acoso sexual, las fracturas, quemaduras y heridas intencionadas, la inasistencia alimentaria, la falta de alojamiento, de vestido, de asistencia médica, etc.  Sin embargo, en la vida cotidiana el maltrato a los menores continúa en todos los sentidos y de manera indolente por parte de muchos padres o tutores y principalmente por la falta de garantías estatales para satisfacer las necesidades básicas de la población infantil, lo cual está generando, en varios lugares de la patria, situaciones funestas como lo demuestra el caso patético de los niños del departamento del Chocó, que mueren de hambre con la piel pegada a los huesos, mientras el alimento que les pertenece lo saborean los cerdos de propiedad de los funcionarios inescrupulosos o de sus dilectos camaradas.

Pero también hay un tipo de maltrato que se lleva a cabo sin intención de hacerle daño al niño. Por ejemplo, la costumbre de lanzar al bebé al aire para recibirlo o apararlo, lo cual puede causar vértigos y trastornos nerviosos momentáneos. En casos extremos este juego puede causar el síndrome del “bebé zarandeado”, caracterizado por “lesiones cerebrales que se producen al sacudir o zarandear severamente al bebé, generalmente menor de dos años, sin que evidencie lesión física externa y en el cual se presenta hematoma subdural o hemorragia interhemisférica”, según la doctora Laura Marcela Pardo Moratto, profesora e investigadora de la Corporación Universitaria del Caribe, CECAR. Otro tipo de maltrato tiene que ver con la impresión causada por temor en el ánimo del niño, propiciada por personas adultas que quieren hacerse obedecer del pequeño. Verbigracia, cuando se le dice al niño: “Me voy y lo dejo”; “Viene el lobo y se lo come”; “Te va a coger el loco”; “Te va a llevar el diablo”, y otras amenazas de la misma naturaleza, que le infunden miedo hacia seres imaginarios y fantasmagóricos. Es de anotar que esta es una de las peores torturas que se le puede infligir a un niño, porque el temor, que es una forma de dominación, socava las bases de la personalidad y deja huellas que debilitan moralmente al individuo. El mundo está lleno de seres martirizados por temores infundidos en la infancia. Por esa razón hay hombres y mujeres que no encuentran cómo calmar su angustia existencial.  Son personas que temen estar solas, e ignoran el placer de hallarse con sus pensamientos en su propia celda conventual o en su propia cámara de reflexiones, para hacer un balance de sus actos, elaborar un proyecto de vida y servirse de su inteligencia para hacerlo realidad. Esas personas atormentadas por el miedo cargan una vida desgraciada y, si no logran vencer su conflicto con la ayuda de un siquiatra, van a constituir la legión de los seres humanos que atraviesan el mundo como simples espectadores que no se atreven a buscar un mundo mejor.

Por eso tenemos que preservar al niño, del miedo. No asustarlo para que crezca libre y actúe, cuando adulto, inspirado en las normas de las buenas costumbres, y sea capaz de reclamar sus derechos y cumplir con sus deberes. Para ello tenemos que empezar por respetar la libertad del niño. No utilizar la violencia física ni la coacción psíquica para imponer nuestros gustos y obligarlo permanentemente a que obre como nosotros quisiéramos.

En este sentido, si bien el pequeño debe estar vigilado constantemente para protegerlo, debe tener la sensación de estar solo. De esa manera obrará con libertad y sus padres o tutores tendrán la ocasión de conocerlo mejor para orientarlo en el difícil, pero ameno tránsito por el planeta que habitamos. No se puede olvidar que el maltrato infantil, por un lado, y la sobreprotección, por el otro, crean más tarde en el adulto cierta imposibilidad de dirigir sus actos y de obrar de acuerdo con su propio criterio. Es en ese contexto donde se reproduce la ideología de la dominación. Esa es, en parte, la razón de la existencia de muchos adultos que no pueden superar la  “minoría de edad” -según la expresión Kantiana- conformándose con vivir apegados a determinados personajes, que son los que les administran las ideas para mantenerlos en la desgracia e impedirles la búsqueda de una vida mejor, mediante la libre elección de sus representantes, que serán los encargados de ejecutar la voluntad popular en el marco de la democracia con justicia social, donde los niños, al decir de José Ingenieros, puedan “aprender a trabajar jugando, entre caricias y sonrisas, entre pájaros y flores”.

JOSÉ MORALES MANCHEGO

Publicado en la revista EL Misionero No. 62. Barranquilla, septiembre de 2007