domingo, 21 de marzo de 2010

ACTITUD DEL COSTEÑO ANTE LA MUERTE (1)






JOSÉ MORALES MANCHEGO (2)


Uno de los signos que marca la preeminencia humana sobre el resto del reino animal es la "reflexiva expectación de lo futuro"(3). Por esta prerrogativa de imaginar el tiempo porvenir, el hombre, a diferencia de los animales, tiene conciencia de la muerte.

La espera de la muerte siempre ha producido al hombre intenso miedo, espanto y pavor en cualquier época y en cualquier parte de la Tierra. Sin embargo, a través del tiempo y en los distintos parajes, la muerte no ha sido recibida en la misma forma. En ese sentido podemos penetrar un tanto en el análisis de la actitud del costeño ante la muerte.

En la Costa Atlántica colombiana, por el influjo de la cultura africana, por el modo de vivir y el concepto que se tiene de la vida, la muerte trata de recibirse como un fenómeno corriente y natural. Esa actitud se expresa en muchos cantos populares. Tal es el fondo de la canción titulada "Coroncoro", que va diciendo al son de la melodía:
"Coroncoro se murió tu mae,
déjala morir”

En el mismo sentido, aunque más categórico, el fandango titulado "El Golero" dice acompasadamente:
"Ya lo ves golero prieto, tu mae se murió,
déjala morir que pa` eso nació".
Al costeño la muerte no le coge traidoramente, ni cuando es ocasionada por accidente. En la mentalidad fantástica de la región, la muerte siempre avisa cuando viene. Y esa mentalidad tiene muchos recursos que indican el dominio sobre la muerte. Por eso tiene que avisar previamente cuando viene, y existen varias formas para hacerlo.

Por ejemplo, se dice que los gallinazos volando sobre el pueblo presagian la muerte de algún parroquiano. Lo mismo sucede cuando se sueña con matrimonio, con la caída de los dientes, o cuando se oye el canto del búho, de la lechuza o del yaacabó.

El aviso de muerte también se manifiesta en el hecho de que el agónico recoge los pasos. Es lógico que no considerándose la muerte como un final definitivo, sino como un tránsito, el moribundo tiene que despedirse de sus amigos y allegados.
Todas esas señales predicen la venida de la muerte. Y si la muerte es natural o por accidente, no faltan personas que dicen haber tenido uno cualquiera de esos presagios. Ahí está el fenómeno de la muerte domada en la mentalidad costeña. La muerte siempre tiene que anunciarse. Es más, el costeño la desafía cuando se prepara a recibirla. Esto puede observarse en una variedad de costumbres, como la construcción de la propia tumba, la preparación de la mortaja y la compra del ataúd, cajón de madera que muchas veces sirve para guardar objetos personales del futuro usuario.

En el carnaval costeño se presentan danzas y disfraces de la muerte fea, flaca y villana. Un ejemplo es “La Danza del Garabato" que nos muestra a la muerte llevándose con su garfio uno por uno a todos los bailadores, y a pesar de todo nadie deja de bailar. Es un desafío a la muerte. Ese desafío también se encuentra explícito en la canción de Abel Antonio Villa titulada "La Muerte de Abel Antonio", donde el acordeonista y cantante, a raíz de la falsa noticia de su muerte y de su velorio incompleto, reclama y cobra la deuda insólita de cuatro noches para que su velorio sea completo:

"Fueron cinco noches que me hicieron el velorio
para mis nueve noches todavía me deben cuatro”
Más adelante, en la misma pieza musical, encontramos un claro reto a la muerte cuando Abel Antonio dice:
Hombe, lo que es esto
se acaba entre los do
me lleva la muerte
o me la llevo yo”

Lo que allí se plantea es un duelo, un combate entre adversarios.
La esencia de la costeñidad toca a la muerte y quiere prolongarse hasta en la vida de ultratumba. Ese es el sentido de la canción de Alejandro Durán titulada "Pedazo de Acordeón", en la cual el autor nos dice:
"Si acaso yo me muriere
le ruego de corazón
que me lleven al cementerio
este pedazo de acordeón”

Esa canción de Alejo Durán no sólo enfatiza el cariño que le tiene el músico a su instrumento musical, sino que además contiene un claro desafío a la muerte. Observemos que dice: "Si acaso yo me muriere". O sea que no es seguro que la muerte le gane la batalla; pero si llegase a ocurrir, él pide que le lleven al cementerio su instrumento musical, lo que quiere decir que ni la muerte silenciará su pedazo de acordeón.

No obstante esa actitud del costeño, la muerte no pierde su carácter contrito y su fondo cristiano y triste. De todas maneras la muerte es la cesación de la vida, y en esta tierra encantada no podría dejar de tener un fondo mágico y religioso. Así vemos que en la agonía del que está muriendo se encienden velas o lamparillas para impedir la aproximación de Lucifer, a quien muchos confianzudos de la Costa le dicen Lucho. Luego se considera necesario cerrarle lo ojos al muerto para que no se lleve a otros con la mirada. Los enemistados con la persona que acaba de morir tienen que cogerle al muerto el dedo gordo del pie para evitar las persecuciones y las impresiones repentinas de miedo. Al sacar al difunto de su casa han de ir los pies primero, porque de lo contrario el muerto comienza a llevarse a los vivos.

De inmediato en la casa mortuoria se colocan bancas y sillas para que los amigos y parientes se sienten a contar chistes, cuentos costumbristas, a fumar cigarrillos y muchas veces a tomar ron y a jugar baraja o dominó. El velorio se realiza durante nueve días, al cabo de los cuales se abren puertas y ventanas para que salga el alma. Entonces se recoge el altar y el vaso de agua que se había colocado para que el difunto calmara su sed durante esos nueve días.

Pasado el velorio, muchas veces se prohíbe mencionar el nombre del muerto por temor a que vuelva su espíritu. El nombre del difunto se pronuncia raras veces, refiriéndose a él con otras expresiones, como "el difunto", "el finado”, “el compañero perdido”, etc.

La supuesta intervención de los muertos en ciertas operaciones mágicas es frecuente. Es bueno recordar algunas: La evocación del espíritu, que consiste en llamar al muerto para hacerle una entrevista; la aguja del muerto, que trae la buena suerte; y la tierra del cementerio, que se esparce por la casa que se quiere salar o desgraciar.
De todo lo anterior se puede concluir que en la Costa Atlántica colombiana la muerte tiene un sentido de final necesario en la mentalidad colectiva del costeño raizal. Para el costeño la muerte no es una aspiración, pero, tampoco es el colmo de los horrores.



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1. Este artículo fue publicado en ARCO, la Revista del Pensamiento Colombiano. No. 300. Bogotá , julio -agosto de 1987.
2. Profesor del Departamento de Ciencias Humanas de la Universidad de Córdoba.
3. Kant, Emmanuel. Filosofia de la Historia. Editorial Nova. Buenos Aires, 1964. p.122.

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