Este trabajo se propone establecer algunas semejanzas y
diferencias entre la novela y la Historia. Desde luego, no se pretende agotar
el tema en forma sistemática ni con pretensiones científicas. El asunto gira alrededor de dos puntos
fundamentales que marcan la clave de las divergencias y las posibles
convergencias entre los mencionados géneros. Estos puntos son: la relación
sujeto-objeto, y el problema de la narración.
En lo que respecta a la relación sujeto-objeto, es evidente
que tanto la novela como la historia, parten de una realidad determinada; sin
embargo, el problema de la creatividad se resuelve es en el campo de la
imaginación. Allí se encuentra la diferencia más profunda entre la novela y la
historia. El novelista es más libre, en cuanto al uso de la imaginación, que el
historiador. De ahí que el tiempo
novelesco, como artificio para crear efectos sicológicos, sea diferente, puesto
que en él está el juego inagotable de la imaginación. Y algunos maestros, como Jorge Luis Borges se
aproximan a la intemporalidad. Tal es el caso del “Aleph” donde todo sucede
simultáneamente, o del cuento “Ruinas circulares” donde Jorge Luis Borges hace
desaparecer el tiempo.
Por el contrario, el historiador trabaja con un tiempo que
la razón científica determinó. Es el tiempo que nos mata. Ese que constituye
“el plasma mismo en que se bañan los fenómenos”, según palabras del historiador
Marc Bloch.
Pasando a los personajes, observamos cómo estos, en la
novela, logran liberarse de su creador hasta alcanzar vida propia. El novelista
recrea el personaje y lo deja que sea libre, más real y más humano. El
historiador, por su parte juega con su personaje, lo manipula, le quita, hasta
donde puede, todo lo humano, y finalmente lo hace insoportable. Dentro de esa
lógica, un historiador le pidió a Gabriel García Márquez que vistiera, en su
novela El General en su laberinto, al
General Simón Bolívar, y otro historiador no podía aceptar que el Libertador
durmiera en hamaca.
En la historiografía los personajes son muertos disecados. El que habla es el historiador. En cambio,
los personajes de la novela están vivos.
Para muchos historiadores, El General en su laberinto es una imagen pagana de Bolívar. Pero la
verdad sea dicha: esa imagen es más objetiva y más humana que las múltiples
imágenes que nos ha ofrecido la historiografía heroica de las grandes
personalidades.
La imaginación también está presente en el historiador,
desde la escogencia misma del tema, hasta llegar al juicio de valor, que es el
punto espinoso de la historia, debido a que su solución depende en parte
considerable, de la concepción del mundo que tenga el investigador.
Sin embargo, esa imaginación no puede llevarlo a volar por
encima de los hechos para convertir la historia en sierva de determinados
intereses, puesto que la verdad es una. Lo plural son los puntos de vista, las
apreciaciones.
En el novelista también la libertad abre sus alas desde la
escogencia del tema. Olvidando esa libertad del escritor, a García Márquez se
le critica por el Bolívar desvencijado de El
General en su laberinto, sin tener en cuenta que la escogencia de ese tema
y su tratamiento, forman parte de su unidad estética. En ese sentido podemos
observar, que las obras de García Márquez muestran la soledad, la decadencia
física y el sufrimiento humano, propios del Bolívar que recreó en su novela.
Sobra decir que en esta obra se encuentra una posición
política, como puede encontrarse en muchas obras de distintos escritores y
artistas en general, tal es el caso del Güernica de Pablo Picasso, obra en la
cual la simbolización de la protesta y del dolor humano ante el crimen
colectivo, alcanza su máxima expresión artística. En ese cuadro, el pincel de Picasso logra dar
forma a un rico contenido ideológico, que trasciende su espacio y su tiempo. Por consiguiente, lo que hace intrascendente
a una obra de arte, o en nuestro caso a una novela o cualquier obra de la
literatura, no es su contenido, sino el tratamiento que se le da al tema,
porque la fuerza de la obra depende de la forma de recrear ciertos valores que
parecen ser eternos, como el amor, el sentimiento, la angustia, el grito contra
la injusticia o la lucha por la libertad.
Esos valores han constituido siempre la temática de las obras de
maestras, en las cuales cada frase es una sentencia que compendia na filosofía.
En la obra maestra hay una sustancia inherente al género humano, sublimada
mediante imágenes y valores estéticos.
Por esta razón, las formas literarias y el lenguaje pueden cambiar, pero
sus criaturas permanecen vivas, y esto es lo que nos emociona.
Toda obra de valor estético muestra, en un plano especial y
temporal, los sentimientos y los caminos de evolución de la humanidad. En ese sentido, todas las novelas que tratan
esos sentimientos, en forma estética, son novelas históricas y de carácter
trascendental. De ahí que en tales obras el lector se encuentra, o encuentra o
encuentra a sus amigos o coetáneos, y se reconoce conmovido, o encuentra la
dirección de los caminos de la humanidad.
La genialidad del escritor consiste en encontrar esos
caminos y recrearlos. Caminos llenos de dolor y de gloria, pero son los caminos
de la vida. Allí radica la magia de un Shiller y su obra Guillermo Tell. El público lo aplaude hoy como el mismo día en
que su obra ganó un espacio bajo el sol. La razón está en que Shiller logró que
Guillermo Tell fuera identificado por el género humano, como símbolo de la
libertad.
Por el contrario, el Bolívar de García Márquez no es el
símbolo de la libertad, sino de la frustración.
Pero no olvidemos que la frustración forma parte de los caminos de la
humanidad. Otro escritor logrará rescatar artísticamente para la novela, al
Bolívar visionario, frenético y capaz de empuñar su espada, y emprender el
vuelo de la libertad.
Sintetizando podemos decir que la diferencia sustancial
entre la historia y la novela está en la libertad. Más libertad de la
imaginación en el novelista. Imaginación restringida en el historiador.
Estas diferencias en cuanto a la libertad están dadas por el
método. Pero no quiere decir que el
método de la historia sea más riguroso, puesto que el de la novela también lo
es. La novela exige campos conceptuales,
análisis, crítica, rectificaciones, cambio de telones, etc. Más bien podría
decirse que el método de la historia es más severo y de menor plasticidad,
aunque de facto, las líneas historiográficas dominantes, han servido para construir
un mundo de apariencia y de moderación al servicio del statu quo
transformador. Se podría decir, en el
mejor sentido de la palabra que toda novela es subversiva, porque expresa una
concepción del hombre en la búsqueda de su propio destino, a través de la
aventura de la vida. En el fondo de toda
novela palpita una inconformidad, late un deseo. Por eso los inquisidores españoles
prohibieron la publicación y la importación de novelas a las colonias
hispanoamericanas, como lo asevera Mario Vargas Llosa en su obra La Verdad de las Mentiras (Seix Barral,
Bogotá, 1970. pp. 5-6).
En lo que respecta a la llamada novela histórica, se puede
considerar como un híbrido entre la historia acontecimental y la novela. De ahí
que este género se debata entre dos
fuegos: el de los críticos literarios y el de los historiadores. Los primeros critican sobre los valores
estéticos y los segundos sobre asuntos relativos al acontecimiento
histórico. Los historiadores reprochan a
los autores de novelas históricas, los errores e imprecisiones que han repetido
durante largo tiempo los mismos historiadores, puesto que la fuente principal
de la novela histórica es el trabajo historiográfico.
Muchas veces, esos errores no perturban la calidad de la
obra, como lo manifestó Gabriel García Márquez
al corregir algunos de ellos en su obra El General en su laberinto.
Nuestro premio Nobel dijo entonces: “No estoy muy seguro de que deba agradecer
estas dos ayudas finales, pues me parece que semejantes disparates habrían
puesto unas gotas de humor involuntario –y tal vez deseable- en el horror de
este libro”.
En cuanto a la narración, como uno de los puntos de la
convergencia de los géneros en discusión, nada más indispensable para el
historiador que libar la finura estilística y la sencillez propia de los
clásicos de la novela. De esa manera, el historiador, dejando esa frialdad para
presentar los hechos y los personajes, podrá mostrar con vigor sus
elucubraciones, con la estética de sus propios conceptos básicos, buscando así
la vivificación de la historia en su nexo natural y dialéctico con la novela y
el arte.
José Morales Manchego
(Revista El Misionero.
ISSN 1657-3064. Año 11 No. 40. Barranquilla, marzo de 2002. p. 33)
No hay comentarios:
Publicar un comentario