William
Salgado Escaf, filósofo evolucionista y estudioso de la obra de Federico
Nietzsche, nació en San Marcos, Sucre,
fascinante región del Caribe colombiano donde la magia de sus paisajes alcanza manifestaciones
extraordinarias, que estimulan el libre juego de la imaginación. A los dos años de edad sus padres se
trasladaron a Montería en el departamento de Córdoba, donde el niño empezó sus
estudios en el Colegio Paraíso Infantil. Más tarde ingresó al Liceo Montería,
de donde lo expulsaron por usar el cabello largo, lo cual era considerado
entonces como conducta extravagante y anormal. Con entusiasmo y orgullo se desempeñó como
monaguillo en la Catedral de Montería. Allí ejercía el ministerio del altar y
leía desde el púlpito el sermón dominical. Al terminar la misa, en las afueras de la sede
episcopal, el pequeño clérigo montaba su negocio de alquilar “Paquitos”,
revistas de dibujos animados con las cuales sus contemporáneos le fueron
encontrando el gusto a la lectura. En 1975, luego de graduarse como Bachiller
del Colegio Biffi de Barranquilla, y hallándose envuelto en las incertidumbres
de su vocación, entró a la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín a
estudiar Arquitectura. En el primero y segundo semestre le fue bien, pero en el
tercero sacó cero en todas las materias,
al descuidarlas por completo para dedicarse a estudiar los Diálogos de Platón. En 1976 decide matricularse en la Universidad
de los Andes, en Bogotá, donde culmina su formación como filósofo.
El
proyecto de su libro partió de la autoridad vertical de su progenitor cuando
éste lo despidió de su casa por no acatar las reglas del hogar. El mozalbete
soñador se fue entonces de la casa, con la admonición de su padre quien le
había dicho: “En esta casa se hace lo que yo diga… Si te quieres ir, bien
puedes hacerlo porque no pienso detenerte… Siempre serás bienvenido en esta
casa… pero si algún día tienes hambre y no encuentras que comer, frío y no
tienes nada que te abrigue, sueño y no encuentras un lecho donde dormir,
entonces aquí no vuelvas porque no serás bienvenido, y no te aceptaré”. William vio cómo su padre, con esa actitud,
pulverizaba la parábola del hijo pródigo.
Por tanto comprendió que la Biblia podía leerse de otra manera y empezó
el viaje de 40 años en los que iba develando los secretos de la hermenéutica y
la exégesis de los libros sagrados con la antorcha de Nietzsche y de Darwin
para llegar a puerto seguro y entregarnos su obra: La mentira de los primogénitos, fundamento de la religión
judeo-cristiana, un libro que sin declamaciones políticas ni predicaciones
religiosas busca remover los cimientos de una estratagema que terminó por debilitar la institución de
la familia y diluir su patrimonio.
El
ameno escritor encontró en la Biblia
tres partes y tres morales distintas para tres economías diferentes, elaboradas
con el fin de responder a la pregunta: ¿Quién debe ser el elegido? Su
planteamiento central gira en torno a que la Biblia no fue hecha para hablar de dioses, sino para argumentar
sobre el tema: ¿A quién le dejo mi herencia? Es decir, lo que he construido en
mi tránsito por la Tierra. De esa
manera, en la Biblia encontramos tres respuestas diferentes:
La primera
respuesta está en el Génesis, libro
de esencia evolucionista que promueve la abundancia y la solidez de la familia,
con base en la selección del más “adecuado” de los descendientes con el fin de
preservar el núcleo familiar y acrecentar el patrimonio por infinitas
generaciones.
La
segunda respuesta la encontramos en: Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, libros
en los cuales una casta sacerdotal, la de los levitas, se idea la farsa de los
primogénitos para desvirtuar el Génesis
y erigir al “primonato” como el mejor de cada familia y único heredero por
encima del más “adecuado”.
La
tercera respuesta corresponde al Nuevo Testamento, donde se plantea romper la
unidad de la familia y diluir la autoridad del padre, mediante una nueva
mentira para hacer creer que todos los hijos son iguales y por tal razón la
herencia debe repartirse por igual. Este proyecto culmina, como es obvio, con
la dispersión de la familia y la destrucción del patrimonio familiar.
La mentira de los primogénitos es
un libro de fuegos y esplendores.
Los
esplendores del libro se manifiestan en la manera de presentar los temas y entregarnos
las ideas envueltas en la estética de una prosa sencilla, con expresiones
fáciles de entender. De esa manera los
manjares son exquisitos, porque el autor, un apasionado de la cocina, despliega
a lo largo del texto, su juego del lenguaje relacionado con la bromatología.
El
fuego y la llama ardiente del libro están en que el autor elabora un marco
teórico para retar a los textos de la Biblia y demostrar cómo debajo de la
letra y la alegoría se oculta otra realidad.
El
autor del libro, La mentira de los
primogénitos, es un filósofo sin límites ni cortapisas. En otros tiempos hubiera
sido considerado un hereje, y al salvarse de los rigores de la intolerancia,
por lo menos estaría registrado como habitante del séptimo círculo del infierno
de Dante, donde en medio de la hirviente arena y la lluvia de fuego, gravitan
los blasfemos y los que procedieron contra Dios.
Finalmente
es importante decir: Si hoy la familia es un árbol “hendido por el rayo y en su
mitad podrido”, el libro de William pone a desfilar a los responsables delante
del trono de la impostura, para lanzar una nueva utopía donde “Reverdece la
primavera”, como dijera Antonio Machado en su poema “A un olmo seco”.
La Mentira de los primogénitos es un libro de grandes intensidades y
buen estilo, bebible a grandes sorbos como agua pura y refrescante, para
llevarnos a reflexionar sobre la necesidad de inventar “una Nueva Familia con
nuevas responsabilidades económicas y nuevos compromisos morales, una familia
en la cual se pueda seleccionar, elegir y celebrar el sacrificio del “más
adecuado”, del más amado de los descendientes alrededor de una linda cena, en
honor a nosotros mismos, a nuestros ancestros y a nuestra esperanza, todos
juntos, a conciencia y con alegría y, de esa forma, restablecer las jerarquías,
recuperar los recuerdos y el agradecimiento, superar los celos, las ausencias,
las envidias y, de pronto, con un poco de suerte y mucha voluntad humana, hasta
los dioses nos quitaremos de encima”.
José Morales Manchego
(Prólogo
al libro de William Salgado Escaf: La
mentira de los primogénitos, fundamento de la religión judeo-cristiana. Editorial
SantaBárbara. Barranquilla 2018).
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