sábado, 26 de noviembre de 2011

EN BARRANQUILLA ME QUEDO

EDITORIAL
Poemario. VIII Gran Recital Arte in Memoriam Día de los Difuntos. Barranquilla, 25 de noviembre de 2011

Desde la segunda mitad del siglo XIX, Barranquilla se perfilaba en el mundo, como un sitio favorable para el comercio, la industria, la educación y la cultura. Diversas circunstancias de orden geográfico y cultural contribuyeron a su desarrollo acelerado, hasta colocarla en un puesto privilegiado entre las principales urbes del país. La gente llegaba a La Arenosa buscando mejores posibilidades. La ciudad, que aflora del mar Caribe, bella y encantadora, con mar y río, y una gran sociedad, se fue constituyendo en una especie de imán que atraía oleadas selectivas de inmigrantes, entre ellos: fabricantes, comerciantes, estudiantes, intelectuales, y, en general, un variado elenco de nacionales y extranjeros.

El ambiente citadino de fraternidad estaba envuelto por el aire fresco de la libertad. De esa manera, hasta los postreros lustros del siglo XX, Barranquilla era el centro estelar del disfrute sano: una buena orquesta, un salón de postín, una exposición de pinturas, obras de teatro, un museo, un zoológico, grandes centros comerciales, bancos, buenas universidades, bibliotecas, y todo lo maravilloso que la mente humana podía imaginar. La atracción era inmensa. La gente llegaba de todas partes a disfrutar la paz y el jolgorio de una ciudad engalanada con robles, cayenas y trinitarias, bajo un cielo luminoso, que inspirador de artistas y escritores.

Sobre ese contexto de ciudad encantadora, llegan los efluvios de una canción titulada: En Barranquilla me quedo, caracterizada como un poema de gratitud y de amor, de un negro cartagenero, por su patria adoptiva, que lo acogió en su seno y le brindó el apoyo necesario para que emprendiera el vuelo anhelado hacia la inmortalidad.
Todo el mundo sabe que estoy hablando del Joe Arroyo, baluarte del orgullo afrocaribe, autor de la Rebelión, pieza musical de alto contenido social e impacto universal, en la cual la lírica se convierte en arma que pone a resonar la denuncia sobre el manto gris de la dominación colonial y sus 300 años de explotación esclava, semiesclava y feudal del hombre, y los desmanes cometidos contra la mujer, hechos históricos que avivaron la combustión del alma del cantante y compositor, para producir una epopeya de colores, envuelta en dibujos melódicos que se desdoblan en ideas.

En esa Barranquilla idílica, “El Centurión de la noche” logró que el sonido y la palabra poética se unieran en una visión sublime de una realidad social, que nos deslumbra y nos llena de emoción en las tardes de arreboles, y en las noches de plenilunio. En el esplendor de aquella época, nuestro pueblo vivía y dormía tranquilo, sin temores y sin tener que sellar las puertas con candados, ni levantar valladares metálicos alrededor de las viviendas.


Pasaron los años y a las distintas esferas de poder de la gran ciudad, fue penetrando la ambición, pasión que desvía a los hombres de sus posibilidades superiores, y los lleva a pensar solamente en su recompensa personal, en detrimento del bienestar de sus conciudadanos. En esas circunstancias llegaron los negocios oscuros. Entonces la ciudad afable y grata comenzó a mostrar sus rasgos agrestes, sus contrastes, su vida subterránea y soterrada, sus parias y sus haraganes. La ciudad fue creciendo al garete, sin que se pensara en el desarrollo humano o en las necesidades básicas insatisfechas de nuestros coetáneos. Hoy, por las calles deambula un número considerable de los que carecen de oficio, conformando una tropa gigantesca de desheredados de la fortuna, que dependen de la limosna, de la prostitución, del trabajo eventual, del rebusque o simplemente de la viveza. Muchos han llegado en las últimas oleadas de inmigrantes, que ya no son los huéspedes ilustres del pasado. Para los nuevos inmigrantes, la vida es difícil en la ciudad; pero ellos prefieren ese modus vivendi, con un ingreso pequeño e inseguro, a la vida rural basada en una agricultura de subsistencia, que apenas da para comer y que, para colmo, tiene como telón de fondo una violencia fratricida que los está sacando de su medio natural.

Es decir, a la situación económica deteriorada en los campos, se agrega la violencia que desaloja a los campesinos, quedándoles como único refugio la gran ciudad, donde van a contribuir al crecimiento de los problemas de desempleo, hacinamiento, salud pública en deterioro, contaminación ambiental, servicios públicos insuficientes, explosión de asentamientos suburbiales, problemas de transporte y todas las pesadillas que trastornan la convivencia social. En fin, lo que antes era un paraíso de libertad, con aire de tranquilidad, se va transformado en un admitido tormento. Un aire enrarecido se respira en la ciudad. La dulce melodía en que galopan las ilusiones y las esperanzas, se silencia con mantos de humo. Los cantos por la vida de quienes honrada y laboriosamente tejen la cotidianidad de la existencia, se acallan con interludios de llantos y clamores, que se levantan a diario por las honras fúnebres de los hombres y mujeres de paz, a quienes un hierro infame les apuntó, les disparó y los mató. En tales circunstancias, se disuelve la posibilidad de los encuentros, porque la muerte nos puede sorprender anticipadamente en cualquier esquina, en franca rebelión contra la lógica de la naturaleza, convirtiéndonos en polvo que reposa bajo un tétrico silencio.

En medio de esa situación, que agobia a la ciudad y al país en general, nadie se inmuta, nadie protesta, nadie dice nada, por temor a ser incluido en las macabras listas de los criminales. En ese nuevo contexto surge la voz festiva que celebra la vida, para enfrentar las fuerzas brutales de la violencia, y nos entrega una canción titulada: La guerra de los callados, la cual es un testimonio de quienes sufren en silencio la opresión y la injusticia. La guerra de los callados es un grito de combate contra los terroristas y narcotraficantes que han regado con sangre el suelo de nuestra patria.

Esa voz, que canta por los subyugados de la historia, es la de Álvaro José Arroyo, el “Joe”, personaje escogido este año, por el Comité Cultural de la Sociedad Hermanos de la Caridad, para que la poesía y las distintas manifestaciones del arte, le rindan tributo en la octava versión del Gran Recital Arte In memoriam Día de los Difuntos, que en su honor se titula: “En Barranquilla me quedo”.

Así es: En Barranquilla me quedo, porque “mi patria chiquita”, como decía el Joe, tiene una belleza enigmática, una inmensa capacidad de sobrevivencia, una realidad carnavalizada, y una alegría que entusiasma al forastero. Corresponde entonces al buen ciudadano salvar este emporio. Para ello hay que llevar a las distintas esferas de poder, a la gente pura e incorruptible. No se necesita escoger a los sabios, basta que tengan honor, conciencia y suficiente capacidad para comprender sus obligaciones(1). Además, es necesario vigilar más de cerca, y con entereza, el acto de gobernar, para que los funcionarios asuman en serio el compromiso de planear, controlar y dirigir con transparencia y pulcritud, el desarrollo urbano, señalando nuevas rutas en la dimensión humana y en la realidad cultural, para que la Puerta de Oro de Colombia siga su trayectoria histórica, en eterna floración, transformando los horizontes cotidianos, sin dañar el bello mundo de sus relaciones sociales.

JOSÉ MORALES MANCHEGO


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1. Supremo Consejo del Grado 33 para Colombia (Fundado en 1833). Liturgia del Grado IX. R. E. A. A. p. 25

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