A Itala Manchego, mi divino ejemplo
Por JOSÉ MORALES MANCHEGO
Dice una sabia ocurrencia que "Dios no podía estar en todas partes y por eso creó a las madres". Al crearlas les llenó el corazón de amor, de bondad y de ternura, y les dio el privilegio de formar en su vientre a la criatura humana, para que el mundo se poblara de seres inteligentes, libres y de buenas costumbres. Por eso todos los hombres y todas las mujeres nacen para ser buenos. Si en el transcurso de la vida unos escogen el camino de la maldad, es porque pisotean el divino ejemplo de la buena madre. De ahí que ella sufre las consecuencias del fenómeno antinatural de la violencia, sintiendo el dolor de cada uno de los que la padecen. En otras palabras, las madres son victiman, directa o indirectamente, de las demenciales hordas que no se conmueven ante su calidad de progenitura de los hombres. El día de la madre, en el cual esa maravillosa mujer se regocija, rodeada de la pollada familiar, también hay que recordar a los pollos ausentes. Son ellos: políticos, sindicalistas, periodistas, profesores, estudiantes, intelectuales, Agentes de la Policía, soldados, campesinos y demás compatriotas, cuyas madres beben a diario el cáliz de la amargura, con hijos secuestrados o desaparecidos en una guerra fratricida, que hace derramar sobre sus responsables la imprecación de Dios ante el crimen de Cain. Quienes directa e indirectamente perturban la paz de este país, son insensibles frente al horrendo espectáculo, que no sólo genera una mala imagen de nuestra patria, sino que llena de dolor a quienes los amamantó y con mucha ternura los meció en la cuna. Se olvidan los apátridas de todos los pelambres, que las madres de Colombia no podrán ser felices en medio del derramamiento de sangre, del desplazamiento forzado y de la inseguridad que a diario pone en peligro el ser que durante un tiempo vivió alojado en sus entrañas maternas. Por tanto, el mejor homenaje que se le puede brindar a las madres de Colombia, es desbaratar el infame negocio de la guerra, el cual incluye tráfico de armas, secuestros, desapariciones, torturas y violencia en general, para no seguir viendo la estampa deprimente de muchas madres que lloran, que sufren y que reclaman a sus hijos sin saber cuándo volverán a verlos o dónde pasarán la noche. No hay duda de que el día en que este sueño de paz se convierta en realidad, brillará la felicidad completa sobre el rostro de todas las madres colombianas. En ese contexto de armonía es de esperar que todos los que se apartaron de la legalidad, vuelvan a ser los niños puros y limpios que otrora fueron. En esa forma, la sociedad los recibirá en su seno, siempre y cuando se somentan a la ley, reparen a las victimas y sean capaces de vivir como hombres de bien, siguiendo el divino ejemplo de una buena madre.
Dice una sabia ocurrencia que "Dios no podía estar en todas partes y por eso creó a las madres". Al crearlas les llenó el corazón de amor, de bondad y de ternura, y les dio el privilegio de formar en su vientre a la criatura humana, para que el mundo se poblara de seres inteligentes, libres y de buenas costumbres. Por eso todos los hombres y todas las mujeres nacen para ser buenos. Si en el transcurso de la vida unos escogen el camino de la maldad, es porque pisotean el divino ejemplo de la buena madre. De ahí que ella sufre las consecuencias del fenómeno antinatural de la violencia, sintiendo el dolor de cada uno de los que la padecen. En otras palabras, las madres son victiman, directa o indirectamente, de las demenciales hordas que no se conmueven ante su calidad de progenitura de los hombres. El día de la madre, en el cual esa maravillosa mujer se regocija, rodeada de la pollada familiar, también hay que recordar a los pollos ausentes. Son ellos: políticos, sindicalistas, periodistas, profesores, estudiantes, intelectuales, Agentes de la Policía, soldados, campesinos y demás compatriotas, cuyas madres beben a diario el cáliz de la amargura, con hijos secuestrados o desaparecidos en una guerra fratricida, que hace derramar sobre sus responsables la imprecación de Dios ante el crimen de Cain. Quienes directa e indirectamente perturban la paz de este país, son insensibles frente al horrendo espectáculo, que no sólo genera una mala imagen de nuestra patria, sino que llena de dolor a quienes los amamantó y con mucha ternura los meció en la cuna. Se olvidan los apátridas de todos los pelambres, que las madres de Colombia no podrán ser felices en medio del derramamiento de sangre, del desplazamiento forzado y de la inseguridad que a diario pone en peligro el ser que durante un tiempo vivió alojado en sus entrañas maternas. Por tanto, el mejor homenaje que se le puede brindar a las madres de Colombia, es desbaratar el infame negocio de la guerra, el cual incluye tráfico de armas, secuestros, desapariciones, torturas y violencia en general, para no seguir viendo la estampa deprimente de muchas madres que lloran, que sufren y que reclaman a sus hijos sin saber cuándo volverán a verlos o dónde pasarán la noche. No hay duda de que el día en que este sueño de paz se convierta en realidad, brillará la felicidad completa sobre el rostro de todas las madres colombianas. En ese contexto de armonía es de esperar que todos los que se apartaron de la legalidad, vuelvan a ser los niños puros y limpios que otrora fueron. En esa forma, la sociedad los recibirá en su seno, siempre y cuando se somentan a la ley, reparen a las victimas y sean capaces de vivir como hombres de bien, siguiendo el divino ejemplo de una buena madre.
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