POR JOSÉ MORALES MANCHEGO
En tiempos no muy lejanos, en las ardientes tierras del Caribe colombiano, la tinaja era parte indispensable del mobiliario de cualquier casa. Su puesto regularmente estaba en el comedor. Allí se encontraba encajada en el suelo o empotrada en un pie llamado el tinajero o banquillo de la tinaja. Pero ella no sólo era indispensable en la casa. Su falta era notable en los establecimientos educativos, sobre todo porque el sofocante calor hacía que el retozo de los niños encontrara una pausa para sentir en sus gargantas el glu-glú del agua fresca y cristalina de la tinaja. Por eso la Ley establecía que la tinaja era uno de los principales objetos que componían el mobiliario de una escuela.
En ese contexto encontramos que, en 1870, la Junta Superior de Instrucción Pública del Estado Soberano de Bolívar se dirige al Poder Ejecutivo indicando que lo que se necesitaba con más urgencia para la Escuela del Distrito del Pie de la Popa era una tinaja y un jarro de hojalata (Gaceta de Bolívar, Cartagena. 7 de agosto de 1870). Solicitudes similares abundaban en la prensa regional del sigloXIX, no sólo emanadas de las autoridades educativas que visitaban las escuelas, sino de los directores de los establecimientos educativos, ya que la falta de una tinaja en un establecimiento de esta índole fomentaba la indisciplina o se imponía a los niños la cruel restricción de no permitirles saciar su sed mendigando agua en las tinajas del vecindario.
Pero luego de adquirir la tinaja para una escuela había que echarle agua. Por tal razón, en los municipios, el Concejo tenía que acordar una partida para el líquido vital que se consumía en la escuela. De esa manera, el 1° de marzo de 1864, el alcalde del Carmen de Bolívar solicitaba al Concejo Municipal de esa localidad una partida para llenar la tinaja de la escuela. El alcalde le decía entonces al Concejo: "...creo que una partida semejante a la de la tiza que se acordara para agua no sería exorbitante" (Gaceta Oficial del Estado Soberano de Bolívar, 1" de mayo de 1864). De todo lo anterior se puede colegir que la tinaja fue objeto de atención y discusiones en las altas esferas del poder, y en el tesoro estatal también llegó a tener su participación especial.
Hasta hace pocos lustros la tinaja, como parte de los enseres domésticos, no había sido vencida por el moderno surtidor de agua y la nevera. Hoy sólo queda su huella en el tiempo y una que otra muestra en algunos espacios rurales marginados del desarrollo tecnológico. Los estudiantes de esta época, esos que tienen el deber de salvar a Colombia, al parecer no han bebido el agua de la tinaja. Sin embargo, deben saber que de ella bebieron los hombres y mujeres que forjaron la República: Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Antonio Nariño, José María Córdoba, José Prudencio Padilla, Manuela Beltrán, Antonia Santos, Rosa Zarate, Mercedes Ábrego, Policarpa Salavarrieta y muchos héroes y heroínas más. Confieso que no quiero restar un ápice al mérito de tan distinguidas personalidades. Pero la verdad sea dicha: la tinaja tiene sus misterios. Recordemos las bodas de Caná, en Galilea, donde Jesús debutó asombrosamente ordenando llenar seis tinajas de agua para luego convertirla en vino ¡y qué vino!. Algo también misterioso debió iluminar a don Quijote en el castillo o casa del caballero del verde gabán, cuando unas tinajas por ser del Toboso te trajeron el recuerdo de su encantadora Dulcinea. Fue entonces cuando dijo: "¡Oh tobosescas tinajas, que me habéis traído a la memoria la dulce prenda de mi mayor amargura!" (Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha. Bogotá: Oveja Negra, 1983. tomo II p. 556). ¡Qué evocación tan maravillosa y qué ramillete de palabras brotó de la mente de don Quijote por la simple percepción de unas tinajas!
En tiempos no muy lejanos, en las ardientes tierras del Caribe colombiano, la tinaja era parte indispensable del mobiliario de cualquier casa. Su puesto regularmente estaba en el comedor. Allí se encontraba encajada en el suelo o empotrada en un pie llamado el tinajero o banquillo de la tinaja. Pero ella no sólo era indispensable en la casa. Su falta era notable en los establecimientos educativos, sobre todo porque el sofocante calor hacía que el retozo de los niños encontrara una pausa para sentir en sus gargantas el glu-glú del agua fresca y cristalina de la tinaja. Por eso la Ley establecía que la tinaja era uno de los principales objetos que componían el mobiliario de una escuela.
En ese contexto encontramos que, en 1870, la Junta Superior de Instrucción Pública del Estado Soberano de Bolívar se dirige al Poder Ejecutivo indicando que lo que se necesitaba con más urgencia para la Escuela del Distrito del Pie de la Popa era una tinaja y un jarro de hojalata (Gaceta de Bolívar, Cartagena. 7 de agosto de 1870). Solicitudes similares abundaban en la prensa regional del sigloXIX, no sólo emanadas de las autoridades educativas que visitaban las escuelas, sino de los directores de los establecimientos educativos, ya que la falta de una tinaja en un establecimiento de esta índole fomentaba la indisciplina o se imponía a los niños la cruel restricción de no permitirles saciar su sed mendigando agua en las tinajas del vecindario.
Pero luego de adquirir la tinaja para una escuela había que echarle agua. Por tal razón, en los municipios, el Concejo tenía que acordar una partida para el líquido vital que se consumía en la escuela. De esa manera, el 1° de marzo de 1864, el alcalde del Carmen de Bolívar solicitaba al Concejo Municipal de esa localidad una partida para llenar la tinaja de la escuela. El alcalde le decía entonces al Concejo: "...creo que una partida semejante a la de la tiza que se acordara para agua no sería exorbitante" (Gaceta Oficial del Estado Soberano de Bolívar, 1" de mayo de 1864). De todo lo anterior se puede colegir que la tinaja fue objeto de atención y discusiones en las altas esferas del poder, y en el tesoro estatal también llegó a tener su participación especial.
Hasta hace pocos lustros la tinaja, como parte de los enseres domésticos, no había sido vencida por el moderno surtidor de agua y la nevera. Hoy sólo queda su huella en el tiempo y una que otra muestra en algunos espacios rurales marginados del desarrollo tecnológico. Los estudiantes de esta época, esos que tienen el deber de salvar a Colombia, al parecer no han bebido el agua de la tinaja. Sin embargo, deben saber que de ella bebieron los hombres y mujeres que forjaron la República: Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Antonio Nariño, José María Córdoba, José Prudencio Padilla, Manuela Beltrán, Antonia Santos, Rosa Zarate, Mercedes Ábrego, Policarpa Salavarrieta y muchos héroes y heroínas más. Confieso que no quiero restar un ápice al mérito de tan distinguidas personalidades. Pero la verdad sea dicha: la tinaja tiene sus misterios. Recordemos las bodas de Caná, en Galilea, donde Jesús debutó asombrosamente ordenando llenar seis tinajas de agua para luego convertirla en vino ¡y qué vino!. Algo también misterioso debió iluminar a don Quijote en el castillo o casa del caballero del verde gabán, cuando unas tinajas por ser del Toboso te trajeron el recuerdo de su encantadora Dulcinea. Fue entonces cuando dijo: "¡Oh tobosescas tinajas, que me habéis traído a la memoria la dulce prenda de mi mayor amargura!" (Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha. Bogotá: Oveja Negra, 1983. tomo II p. 556). ¡Qué evocación tan maravillosa y qué ramillete de palabras brotó de la mente de don Quijote por la simple percepción de unas tinajas!
Yo podría develar el secreto que yace oculto en el fondo de la tinaja. Pero es mejor callar, porque no estamos a cubierto, y tengo bien entendido que el misterio se debe guardar de los profanos, acatando la vieja norma que dice: "Los labios de la sabiduría deben permanecer mudos para los oídos de la incomprensión".
1 comentario:
Hola, me ha intrigado su alusión al misterio de la tinaja y me gustaría conocer más. De paso le comento, que El Toboso, el lugar de Dulcinea, era famoso por la fabricación de tinajas y de ahí la evocación que produce en Don Quijote su presencia. Gracias.
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