EDITORIAL
Atenuados
los rigores de la pandemia, que con su dureza conmovió al mundo contemporáneo,
la Biblioteca Pública Julio Hoenigsberg de la Sociedad Hermanos de la Caridad
ha venido reordenando sus actividades para seguir con la tarea de poner su granito
de polen sobre los vergeles de la cultura en Barranquilla y el Caribe
colombiano.
Todos
sabemos que la pandemia de COVID- 19 fue una especie de viacrucis por la que
atravesó la humanidad en su viaje de incertidumbres hacia nuevos horizontes. En
aquel momento aciago, cargado de tristeza y dolor, las luces del entendimiento
se apagaron, las tinieblas y la consternación cubrieron toda la tierra, las
columnas y las herramientas simbólicas cayeron destruidas y la palabra
encantada se ausentó de los templos de la razón y de la inteligencia. Más
tarde, con las elucubraciones de la ciencia y la tecnología, volvió a despuntar
el alba, se encendieron las luces, la palabra de vida fue encontrada y con la
alegría de una resurrección, el 15 de junio del año 2021, abrimos un escenario
frente al mar Caribe, donde la alegría de los vientos agita las olas y la
espuma del Océano en un sempiterno idilio se besa con la playa. La decisión de
sacar el Gran Recital de su escenario natural se debió a la necesidad de
proteger a los intelectuales, a los poetas y a los artistas, y mantenerlos a
cubierto de las inclemencias del virus. Ahí, en las arenas de Puerto Colombia
estaba Margarita Galindo. Y con ella encendimos la fiesta.
Pero
la muerte rondaba sigilosa. De un momento a otro el mar parecía un huracán. Sus aguas procelosas se estrellaban con furia
sobre la playa. Querían impedir que a su poeta se la llevara la parca. Las
aguas iracundas buscaban espantar a la muerte, pero Margarita Galindo Steffens,
con su esplendor verbal, ya la tenía vencida. La muerte quería dar su zarpazo,
pero la poeta en una salida luminosa se le va por el camino de la lírica; se
planta en el terreno de la armonía y de la cadencia; la mira de frente y con ese
tono de voz dulce que conjuga el valor y la ternura le dice:
Hablemos
muerte mía,
desconocida
mía,
oigamos
caer la lluvia.
A
su lado
tranquilo
pasa el viento.
Humedece
mis manos
su
rauda cabellera
finísima
de gotas
y
la brisa le deja
sus
cánticos azules
al
silencio.
Hablemos,
te
he encontrado
en
la frente pequeña
del
rocío
y
bien pudiera amarte.
Quiero
esperar la noche
hablando
de la vida
contigo,
muerte mía,
mientras
la lluvia cae.
La
tozuda realidad, como telón de fondo en el poema, es tenebrosa (la noche, la
lluvia, el viento que pasa, el silencio). Es un ámbito de terror, pero el arte
y la estética literaria de Margarita Galindo hacen soportables los horrores de
la muerte, que se vuelve en retirada porque el verso elevado y trascendental de
una mestiza infatigable trastornó sus planes.
Dice
Federico Nietzsche, en “El ocaso de los ídolos”[1], que “La embriaguez
apolínea excita principalmente a los ojos, de forma que éstos adquieren la
fuerza suficiente para ver visiones”. En ese estado de embriaguez apolínea algunas
voces tienen el privilegio de profetizar hasta su propio destino.
La
poeta, como una iluminada, esa noche atisba el tiempo por venir y sabe que a
veces el agua refleja la situación de su alma. Por eso, frente al mar, ahora
más tranquilo, su visión poética se hace más honda y es capaz de vislumbrar el
más allá, donde vivirá con la conciencia plena del interés supremo. De ahí que
ella no quiera detener el tiempo. Al contrario, en este momento en que la
palabra se enfrenta con la muerte, le pone el acento culminativo a su paso por
la Tierra y con intensidad lírica declama ante sus amigos su poema “Aurea”.
Las
claves del poema muestran cómo la poetisa del agua, de pie como las palmeras
frente al Mar Caribe, suelta la mariposa de su espíritu, buscando con sus
versos la Esencia Divina, y ya se siente segura ante la presencia de Dios.
Entonces
la poeta se transfigura. Parece poseída por un dios. Se vuelve más radiante, y con esa confianza
en la palabra encantada dice:
Señor,
licor de miel,
solo
déjame estar
como
si fuera
una
danza del sol.
En el
amanecer
he
salido de mí,
cristal
y saeta,
para
sentir
tus
hojas verdecidas
en las
maneras frescas
de la
umbría
y para
ser
la
haetera que te asume
en la
corola dulce
de las
flores.
Déjame
conocer
las
otras caras tuyas
sin
esta dimensión
que me
abre apenas
las
puertas de la luz.
En un
canto infinito
multiplicado,
vario,
he
buscado el sonido
de tu
cuerpo descalzo,
río
continuo
coronado
de peces.
Con
estos versos previos y tan divinos se cierra el telón.
Queridos
amigos, Margarita Galindo ha levantado el vuelo hacia la inmortalidad.
La
Sociedad Hermanos de la Caridad, la Biblioteca Pública Julio Hoenigsberg y la
Gran Logia del Norte de Colombia, hoy 17 de diciembre de 2022, le brindan este Gran
Recital titulado “El ojo que purifica el verso”, donde fluirán las distintas
manifestaciones del arte y la literatura, recogidas en el poemario No. 14, que
en su honor llega vestido de azul, “el tono del intelecto, de la paz y de la
contemplación. Representa agua y frescor, y simboliza el cielo, el infinito, el
vacío del que surge y al que retorna la existencia”[2]. Por su parte el ojo es símbolo de
conocimiento, de búsqueda, de sabiduría, y representa el poder de un ser
superior que la mira desde las alturas y la espera con los brazos abiertos para
realizar un Gran Recital en el Valle de la Eternidad.
JOSÉ MORALES MANCHEGO
Barranquilla,
17 de diciembre del 2022
Editorial del poemario No. 14 Gran Recital Arte in Memoriam. Barranquilla, 17 de diciembre del 2022.
[1] Friedrich Nietzsche. El ocaso de los ídolos.
“Incursiones de un intempestivo”. Aforismo 10.
[2] David Fontana. El lenguaje secreto de los
símbolos. Círculo de lectores. p. 66.
No hay comentarios:
Publicar un comentario