Una plancha para reflexionar
José Morales Manchego[1]
La iniciación es la vía activa de la
perfección. Para acceder a ella el iniciado debe estar dispuesto a conocerse a
sí mismo, conocer el mundo exterior y dominar sus propios instintos. Con la
iniciación masónica empieza la búsqueda al interior de uno mismo con el objeto
de sacar la obra maestra de la especie, a fin de que le sirva de ejemplo a la
humanidad y ésta aprenda a observarse y mejorarse a sí misma en la metáfora del
viaje hacia la virtud. De ahí se deduce que la masonería “no es contemplación
pasiva del bien sino activo combate contra el mal”[2].
En virtud de lo anterior, para el iniciado
que ha alcanzado la comprensión del Arte Real, actuar sobre las circunstancias
es sinónimo de estar vivo. En ese sentido, el masón que actúa sobre el mundo
circundante tiene el deber de aprender a reflexionar, meditar y ensimismarse con
el fin de afianzar su perspectiva de hombre libre y de buenas costumbres y
orientarse en el sendero de la vida. Para ello la Masonería le da una antorcha con
el ánimo de alumbrar el camino en el viaje por este mundo henchido de pasiones,
odios, celos, traiciones, conflictos, tensiones, insatisfacciones y calamidades
de toda clase, generadas por los mezquinos impulsos del interés y el egoísmo,
contra los cuales ha de luchar sin tregua el hombre virtuoso. Pero el hombre
virtuoso no ha de luchar de manera instintiva en un mundo de brumas y borrascas.
A guisa de ilustración recordemos la Tenida
de iniciación, sobre todo en aquel momento pedagógico cuando el Venerable
Maestro ordena “sentar al candidato en la PIEDRA BRUTA para que medite sobre lo
que él acaba de pasar”[3].
Esa enseñanza en el contexto de la iniciación significa que frente a los
estímulos a veces poco agradables que nos depara la interacción social, no
debemos responder mecánicamente. En este ámbito no aplica la tercera ley de
Newton o principio de acción y reacción entre las partículas o los cuerpos
físicos. En una fraternidad de constructores espirituales nada se justifica con
ese principio que dice: “Toda acción trae una reacción igual y de sentido
contrario”. Es más, en los momentos de crisis y tensiones, el masón tiene la
oportunidad de esgrimir las armas que le da la Orden, las cuales simbolizan
virtudes y poderes interiores, como fuerzas equilibradoras del espíritu que lo
llenan de serenidad para que su razón pueda impedir que el instinto tome el
rumbo que le dé la gana. La ofensa que nos hagan debe utilizarse para crecer
espiritualmente. Si alguien me insulta, esa ofensa no está bajo mi control. Lo
que está bajo mi control es mi respuesta. Recordemos que, en situaciones de crisis, la
conquista de la serenidad[4]
es condición indispensable para el desarrollo del Masón. Así se pule la piedra
bruta. Esos son los momentos de mostrar el talante, reflexionar y ensimismarse
para actuar con lucidez y brillo en la inteligencia[5].
El hombre tiene la capacidad de “Transformar la ira en calma interior”, como lo
enseña Mike George, maestro de meditación y de desarrollo espiritual, en una
interesante obra[6],
donde nos da las claves para recuperar el equilibrio emocional en caso de
alteración. En eso nos diferenciamos de los animales. El animal no medita ni se
puede ensimismar. En otras palabras, el animal no puede entrar en sí mismo y
luego volver al mundo exterior con un arsenal de ideas y argumentos para
enfrentar las circunstancias. El animal es pura reacción instintiva y pura
alteración.
Surge entonces una pregunta: ¿Qué es
el hombre alterado?
Para el filósofo y ensayista español
José Ortega y Gasset, el hombre alterado es el hombre vertido al exterior, “fuera
de sí”, “enajenado”. En ese contexto, y
sin cándidos titubeos, nos dice Ortega: “El hombre alterado y fuera de sí ha
perdido su autenticidad y vive una vida falsa”. “La alteración es la perpetua
estafa de nosotros mismos”. “En la alteración el hombre pierde su atributo más
esencial: la posibilidad de meditar, de recogerse dentro de sí mismo para
ponerse consigo mismo de acuerdo… La alteración le obnubila, le ciega, le
obliga a actuar mecánicamente en un frenético sonambulismo”[7]
. En otras palabras, la alteración lo lleva a cometer errores en medio de su
propia irritación[8];
pero recordemos también que el hombre es el único animal que se equivoca y, por
tener esa capacidad de reflexión, es el único que tiene la posibilidad de
enmendar el error. El Masón se desarrolla entonces en esa lucha, y es en esa
misma lucha donde tiene la responsabilidad de someter a juicio crítico lo que
hace, y si es necesario pararse con valentía sobre sus errores para sentir que
los superó. Toda esta enseñanza, si reflexionamos, nos hace cada vez mejores
masones; masones capaces de pulir la piedra bruta, echar un poco de luz sobre
nuestro propio destino, y ensanchar las perspectivas de progreso y unidad de la
Augusta Institución, consagrada a la ciencia y a la virtud, pero jamás al odio,
la ambición o la hipocresía.
La Masonería nos enseña que solo
cultivando la inteligencia y haciéndola prevalecer sobre los instintos
primarios, podremos merecer la inmortalidad[9].
Por tanto, con el cultivo de la inteligencia, y usando las armas que nos depara
la Orden, podremos desarrollar la aptitud de nuestra mente para resolver
problemas y enfrentar las incertidumbres en un mundo cambiante y alterado,
donde los valores son ambivalentes y las fuerzas de la vida se enfrentan a las
fuerzas de la muerte.
JOSÉ MORALES MANCHEGO
(Artículo publicado en la revista Plancha Masónica. Año 20 No. 44. Barranquilla, diciembre 2021).
[1] Ex
Gran Maestro de la Muy Resp:. Gran Logia del Norte de Colombia.
[2] Liturgia
para el Grado de Aprendiz Masón. R:. E:. A:. A:. Edición de la Gran Logia del Norte de
Colombia. Or:. de Barranquilla, 2006. p. 30.
[3] Liturgia
para el Grado de Aprendiz Masón. R:. E:. A:. A:. Op. Cit. p. 34.
[4]
“El signo más seguro de una vida sabia es la serenidad”, dice EPICTETO. El
arte de vivir. Editorial Norma. Bogotá. Colombia, 200. p. 32.
[5] La
Cámara de Reflexión simboliza esa capacidad de ensimismamiento que nos aísla
del mundo exterior y nos incita a la reflexión íntima para que brote el
pensamiento independiente y acercarnos a la verdad. “He ahí el “Conócete a ti
mismo” de los iniciados griegos. Véase: LAVAGNINI, Aldo (Magister). Manual
del Aprendiz. Editorial Kier. Buenos Aires, 1991. p. 52.
[6] GEORGE,
Mike. Transformar la ira en calma interior. Editorial Oniro. Barcelona,
2013. Segunda edición. 205 pp.
[7] ORTEGA
Y GASSET, José. Ensimismamiento y alteración. Edición digital. Tomo V. pp.
362 y ss,
[8]
“Si alguien nos irrita, es sólo nuestra propia respuesta lo que nos irrita”,
dice Epicteto. Op. Cit. p. 42.
[9]
Liturgia del Grado XIV. En: Frau Abrines Lorenzo. Diccionario enciclopédico
de la Francmasonería. Editorial del Valle de México. Tomo V. pp. 768 y 769.
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