Uno de los tantos males que agobian a la humanidad es el de los hombres negativos. Ellos se dan en todos los climas, en cualquier parte se reproducen. Son seres opacos. No reflejan luz, aunque muchas veces la reciban. En las instituciones, en las empresas o en sus propios domicilios, se destacan por su alharaca, pero a la larga no hacen sino daño.
Algunos son charlatanes, mentirosos, calumniadores y plebeyos. Otros son reservados, silenciosos o taciturnos, pero igualmente egoístas e interesados nada más en su propio bienestar o en sus mezquinos intereses. Los primeros pueden llegar a ser líderes. Como tales, los hombres negativos son una antorcha apagada. De sus cabezas no brota nada que tenga que ver con la verdad, la belleza o la creatividad. Solo lideran el atraso, atacando todo lo que signifique progreso, desarrollo y civilización.
Los hombres negativos son hijos de la noche. Ellos también recorren y se alojan en las casas de estudio. Y cuando el sueño marcha apacible entre los gestores de proyectos positivos, tratan de matar sus ideales.
Para los hombres negativos las palabras amor, ternura, estimación, cariño, respeto, están proscritas. Raras veces son pronunciadas, mucho menos vividas por ellos. Su sonrisa es prestada, no les pertenece, y por eso tampoco les luce. Más bien parece una mueca.
Viven llenos de envidia y refunfuñando a toda hora, porque según ellos todo anda mal; sin embargo, nada crean, nada aportan, nada producen. Solo fastidio. Nunca tienen condiciones para hacer algo. Siempre encuentran un pretexto para pasar la vida inútilmente.
Son arrogantes, prepotentes y despreciativos con todo el mundo, porque en lo profundo de su ser se sienten inferiores. Por eso necesitan demostrar a toda hora una superioridad que no tienen, pregonando saber más de lo que saben.
Quieren meterse por los ojos haciendo ostentación de sus falsos dones, como pidiendo de limosna que los reconozcan. Algunos tienen la obsesiva inclinación de buscar, a como dé lugar, el predominio sobre los demás. Persiguen el poder personal por cualquier medio, generando una forma negra de triunfar.
Los seres negativos contagian. Ellos envenenan el ambiente, y no solo ponen en peligro su salud, sino la de las instituciones, la de la sociedad y la de su propia tribu. Son letales.
Pero, ¿qué hacer con los seres negativos?
Ellos merecen compasión, porque sus debilidades son propias de la humana naturaleza. Por eso hay que ayudarlos. Hay que insinuarles con el ejemplo, para que se tornen simpáticos, creativos y útiles a la sociedad. Si después de este tratamiento no mejoran, el último remedio es aislarlos, si no queremos que se pudra el mundo.
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