martes, 20 de diciembre de 2022

El ojo que purifica el verso

 

 

EDITORIAL

Atenuados los rigores de la pandemia, que con su dureza conmovió al mundo contemporáneo, la Biblioteca Pública Julio Hoenigsberg de la Sociedad Hermanos de la Caridad ha venido reordenando sus actividades para seguir con la tarea de poner su granito de polen sobre los vergeles de la cultura en Barranquilla y el Caribe colombiano.

Todos sabemos que la pandemia de COVID- 19 fue una especie de viacrucis por la que atravesó la humanidad en su viaje de incertidumbres hacia nuevos horizontes. En aquel momento aciago, cargado de tristeza y dolor, las luces del entendimiento se apagaron, las tinieblas y la consternación cubrieron toda la tierra, las columnas y las herramientas simbólicas cayeron destruidas y la palabra encantada se ausentó de los templos de la razón y de la inteligencia. Más tarde, con las elucubraciones de la ciencia y la tecnología, volvió a despuntar el alba, se encendieron las luces, la palabra de vida fue encontrada y con la alegría de una resurrección, el 15 de junio del año 2021, abrimos un escenario frente al mar Caribe, donde la alegría de los vientos agita las olas y la espuma del Océano en un sempiterno idilio se besa con la playa. La decisión de sacar el Gran Recital de su escenario natural se debió a la necesidad de proteger a los intelectuales, a los poetas y a los artistas, y mantenerlos a cubierto de las inclemencias del virus. Ahí, en las arenas de Puerto Colombia estaba Margarita Galindo. Y con ella encendimos la fiesta.

Pero la muerte rondaba sigilosa. De un momento a otro el mar parecía un huracán. Sus aguas procelosas se estrellaban con furia sobre la playa. Querían impedir que a su poeta se la llevara la parca. Las aguas iracundas buscaban espantar a la muerte, pero Margarita Galindo Steffens, con su esplendor verbal, ya la tenía vencida. La muerte quería dar su zarpazo, pero la poeta en una salida luminosa se le va por el camino de la lírica; se planta en el terreno de la armonía y de la cadencia; la mira de frente y con ese tono de voz dulce que conjuga el valor y la ternura le dice:

Hablemos muerte mía, 

desconocida mía, 

oigamos caer la lluvia. 

A su lado

tranquilo pasa el viento. 

Humedece mis manos

su rauda cabellera

finísima de gotas

y la brisa le deja

sus cánticos azules

al silencio. 

 

Hablemos, 

te he encontrado

en la frente pequeña

del rocío

y bien pudiera amarte. 

 

Quiero esperar la noche

hablando de la vida

contigo, muerte mía, 

mientras la lluvia cae. 

La tozuda realidad, como telón de fondo en el poema, es tenebrosa (la noche, la lluvia, el viento que pasa, el silencio). Es un ámbito de terror, pero el arte y la estética literaria de Margarita Galindo hacen soportables los horrores de la muerte, que se vuelve en retirada porque el verso elevado y trascendental de una mestiza infatigable trastornó sus planes.

Dice Federico Nietzsche, en “El ocaso de los ídolos”[1], que “La embriaguez apolínea excita principalmente a los ojos, de forma que éstos adquieren la fuerza suficiente para ver visiones”. En ese estado de embriaguez apolínea algunas voces tienen el privilegio de profetizar hasta su propio destino.

La poeta, como una iluminada, esa noche atisba el tiempo por venir y sabe que a veces el agua refleja la situación de su alma. Por eso, frente al mar, ahora más tranquilo, su visión poética se hace más honda y es capaz de vislumbrar el más allá, donde vivirá con la conciencia plena del interés supremo. De ahí que ella no quiera detener el tiempo. Al contrario, en este momento en que la palabra se enfrenta con la muerte, le pone el acento culminativo a su paso por la Tierra y con intensidad lírica declama ante sus amigos su poema “Aurea”.

Las claves del poema muestran cómo la poetisa del agua, de pie como las palmeras frente al Mar Caribe, suelta la mariposa de su espíritu, buscando con sus versos la Esencia Divina, y ya se siente segura ante la presencia de Dios.

Entonces la poeta se transfigura. Parece poseída por un dios.   Se vuelve más radiante, y con esa confianza en la palabra encantada dice:

Señor, licor de miel, 

solo déjame estar

como si fuera

una danza del sol. 

 

En el amanecer

he salido de mí, 

cristal y saeta, 

para sentir

tus hojas verdecidas

en las maneras frescas

de la umbría

y para ser

la haetera que te asume

en la corola dulce 

de las flores. 

 

Déjame conocer

las otras caras tuyas

sin esta dimensión

que me abre apenas

las puertas de la luz. 

En un canto infinito

multiplicado, vario, 

he buscado el sonido

de tu cuerpo descalzo, 

río continuo

coronado de peces. 

 

Con estos versos previos y tan divinos se cierra el telón.

 

Queridos amigos, Margarita Galindo ha levantado el vuelo hacia la inmortalidad.

 

La Sociedad Hermanos de la Caridad, la Biblioteca Pública Julio Hoenigsberg y la Gran Logia del Norte de Colombia, hoy 17 de diciembre de 2022, le brindan este Gran Recital titulado “El ojo que purifica el verso”, donde fluirán las distintas manifestaciones del arte y la literatura, recogidas en el poemario No. 14, que en su honor llega vestido de azul, “el tono del intelecto, de la paz y de la contemplación. Representa agua y frescor, y simboliza el cielo, el infinito, el vacío del que surge y al que retorna la existencia”[2].  Por su parte el ojo es símbolo de conocimiento, de búsqueda, de sabiduría, y representa el poder de un ser superior que la mira desde las alturas y la espera con los brazos abiertos para realizar un Gran Recital en el Valle de la Eternidad.

JOSÉ MORALES MANCHEGO

Barranquilla, 17 de diciembre del 2022

Editorial del poemario No. 14 Gran Recital Arte in Memoriam. Barranquilla, 17 de diciembre del 2022.

 

 



[1] Friedrich Nietzsche. El ocaso de los ídolos. “Incursiones de un intempestivo”. Aforismo 10.

[2] David Fontana. El lenguaje secreto de los símbolos. Círculo de lectores. p. 66.