“Voy a
beberme el mar", dijo el poeta antioqueño Jorge Robledo Ortiz en su poema
“El cuento del mar”. Por su parte el sinuano Manuel Zapata Olivella, en la
lúdica de su imaginación, pensaba: “Voy a tragarme el mundo con el agua de los
‘siete mares’ y más” … y Manuel Zapata se tragó el mundo de una manera sorprendente.
Robledo
Ortiz, en su pieza lirica de bellas imágenes y sublimes versos, recrea el viaje
idílico del turista, acompañado regularmente de una “chiquilla” y buenos caudales
para gastar y visitar países, mirar las mansiones, las piedras preciosas, los
monumentos, los ríos, las montañas, las islas, los museos, los santuarios,
contemplar desiertos, crepúsculos y amaneceres, y comprar artículos de valiosa
cuantía. He ahí el mundo del turista o viajero por placer; pero el viaje del
investigador, que se lanza por los caminos de la ciencia, exige una penetración
más profunda para llegar a la esencia de las cosas. Esa fue la intencionalidad
de Manuel Zapata Olivella: viajar con el ánimo de conocer la realidad social y reconstruir
el mundo de la vida, para luego comunicarlo con validez científica y literaria.
En su
periplo por la tierra este caballero andante pasó muchas veces por los
laberintos del dolor. Él sabía que “en la ciencia no hay calzadas reales y sólo
llegarán a sus cimas luminosas quienes no escatimen esfuerzos para escalar sus
senderos de piedra”[1].
Por eso pasó como un titán de la aventura, viajando sin dinero, a pie, a lomo
de mula, por tierras planas, fiordos y montañas, por riscos y acantilados, por
ríos y mares y por tierras fértiles que le traían la nostalgia del valle del Sinú
al sentir el olor a “Tierra mojada” de los campos labrantíos. En su vagabundaje
Manuel padeció pruebas de consideración: en Guatemala le tocó fungir como
lustrabotas. En ese mismo paraje se presentó como boxeador. En el segundo
asalto lo noquearon, pero se ganó un dinero para seguir adelante. En Estados
Unidos sufrió muchas discriminaciones. Con su carné de estudiante de quinto año
de medicina de la Universidad Nacional de Colombia solo pudo obtener el oficio
de bañar a los enfermos en el Hospital General de los Ángeles[2]. Pero a Manuel no lo
amilanaba el desprecio ni el vértigo de la incertidumbre. Al contrario, parecía necesitar las tensiones
para que las ideas hirvieran en su cabeza. Manuel no era hombre de encerrarse
en una burbuja de cristal para pensar y escribir. Él quería vivir el dolor del
mundo para elucubrar. Quería sentir la soledad del alma, esa misma soledad que
sintieron sus hermanos negros de la diáspora africana, afligidos por la
desdicha histórica que hoy es la deshonra de Europa.
Por
esa razón, en Senegal (África) le pidió al poeta y presidente de ese país, Léopold
Sédar Senghor, “que lo dejara pasar una noche desnudo en una de las oscuras y
sofocantes bóvedas de la isla de Goré”[3], lugar donde encerraban a
los negros que luego eran embarcados en el viaje hacia las tierras de América a
servir como esclavos en las minas y plantaciones que se erigieron como unidades
de explotación laboral en el marco de la acumulación originaria de capital,
sistema que llegó chorreando sangre por todos los poros para dar inicio a la
Edad Moderna.
Zapata
Olivella recorrió el mundo, sufrió, pero regresó a su patria coronado de flores.
Murió en Bogotá, pero sus cenizas; las cenizas del titán de la aventura fueron
esparcidas sobre el río Sinú, precedido este acto de pompas fúnebres por una
escaramuza entre la literatura y los mandamases del momento, como lo registró
la prensa de aquel entonces. El humanista, investigador cultural y literato, se
fue sobre el lomo del Sinú, bajo un cielo de nubes y relámpagos, de brumas y
borrascas.
Hoy,
después de beberse los siete mares y tragarse el mundo, Manuel Zapata Olivella se
encuentra al lado de Changó, a quien llamó el Gran Putas; y desde allá (entre
los orichas) el noble amigo, el gran compañero, el paladín de las negritudes,
el ekobio mayor, sigue iluminando la esperanza en un mundo mejor.
El
recital que hoy abre sus puertas lleva por título: “Pasión vagabunda”, y es un
homenaje a Manuel Zapata Olivella, un caballo desbocado del Sinú, al que no se
le podía frenar con desprecios racistas o xenofóbicos. En punto a lo anterior,
el nombre del recital es un signo, y anuncia lo que el personaje es. La vida de
Manuel es la de un ser vagabundo.
Dice
la Real Academia Española: vagabundo es la persona “que anda errante y carece
de domicilio fijo y de medio regular de vida”. Podría decirse también que es el
ambulante que va de un lugar a otro sin asentarse en ninguno. Manuel fue un
vagabundo, y para constancia notarial escribió un libro titulado Pasión
vagabunda, un testimonio escueto de su vagabundaje.
Manuel
Zapata fue un vagabundo, pero no para beberse el mar como un simple turista. El sinuano se tragó el mundo para luego plasmarlo
en varias obras literarias donde muestra sus descubrimientos, sus creaciones,
sus dolores y el éxtasis de inteligencia y su heroísmo.
Salud
Fuerza y Unión
José
Morales Manchego
(Editorial
del poemario No. 17 “Gran recital arte in memoriam”. Barranquilla, Colombia. 29
de noviembre del año 2025)