JOSÉ MORALES MANCHEGO
La expresión “arraigo regional del costeño” hace referencia al apego que a lo largo de los años ha tenido el habitante del Caribe colombiano hacia su espacio vital, que incluye el amor al terruño, a sus habitantes y a la cultura vigente en su comunidad. Este fenómeno psicológico que nos sintoniza con el entorno, actualmente se encuentra amenazado por las exigencias de la globalización. Por tal razón es importante levantar, a manera de ensayo, el registro histórico de algunos hechos que forman parte de la fascinante mentalidad del costeño raizal.
EL HOMBRE, EL TERRUÑO, LA BARRIADA
En el complejo mundo de la mentalidad costeña, sobresale el culto a la región y dentro de ella al pueblo donde se ha nacido. Más aún, a lo largo de la historia se vislumbra el culto que se tributa al barrio donde se vive. A este respecto, si nos trasladamos a los tiempos de la dominación colonial, encontramos que los barrios de Cartagena rivalizaban en belleza, ornato y riqueza de sus carrozas para la celebración de los fandangos. Esa emulación fue confortante y afectuosa hasta el día en que se filtró la “política” en la mencionada fiesta. Entonces, el fandango de Chambacú empezó a ser de los conservadores y el del Pozo, de los liberales. Se dice que desde ese momento las fiestas comenzaron a declinar hasta su extinción definitiva(1).
La sentencia de muerte contra el inocente fandango se operó de la siguiente manera: El día 5 de enero de 1851, una de las banderas que adornaban el fandango contenía una inscripción que decía; "A la lealtad de los valientes chambaculeros. Por dos conservadoras"(2). A raíz de este incidente se agudizaron las contradicciones y las fiestas se frustraron. Pero lo importante es señalar que en los fandangos de Cartagena se palpaba ese apego fervoroso del costeño por el barrio donde ha nacido. Y así podrían multiplicarse los ejemplos, porque en todos los pueblos de la Costa es muy notable el arraigo de la gente a su barriada.
EL ALIENTO DE LA COMARCA
En términos de mayor amplitud, para los costeños el ambiente de su comarca forma su centro de rotación, de tal manera que les parece que desaparecieran con la ausencia del paisaje. Así vemos que cuando el primer pelayero, llamado Catalino Galván, salió de su pueblo a estudiar medicina a la Universidad de Cartagena, dejó su testamento escrito, expresando su última voluntad y disponiendo la distribución de sus bienes. El día de la partida sus amigos y familiares lo lloraron, y durante su prolongada ausencia la casa permaneció enlutada con negros crespones y bien cerradas sus puertas y ventanas(3).
Por ese mismo sentimiento comarcano, el escritor Eustorgio Martínez Fajardo decía: "...me resisto a viajar, porque comprendo que un viaje para mí tendría una impresión de muerte, de melancolía inenarrable..."4. De ahí se desprende que el costeño es feliz contemplando la tierra donde de pequeño jugaba. Esa actitud se encuentra presente no sólo en la literatura, sino en los dichos y en los cantos populares. En el paseo "Mi Patria Chica" de Náfer Duran, el autor describe sus recuerdos de infancia y muestra el cariño entrañable que siente por su tierra. Merece igual mención el paseo de Andrés Gullo titulado "Mi Magdalena", el cual va diciendo al son de la melodía:
Tierra bonita donde nací
cuando estoy lejos sufro por ella
y fuera de ella no sé vivir.
cuando estoy lejos sufro por ella
y fuera de ella no sé vivir.
Es el mismo sentimiento expresado en "El Viejo Migué", merengue de Adolfo Pacheco que dice: "A mi pueblo yo no lo cambio ni por un imperio", con lo cual se muestra el carácter irremplazable del sentimiento regional.
CARÁCTER SEDENTARIO DEL COSTEÑO
Ese arraigo es el que hace del costeño un pueblo poco migrante. Se sabe de migraciones de campesinos, pescadores y mano de obra en general, pero eso se presenta durante los llamados "meses malos" en busca de trabajo, He aquí cómo el sociólogo Abel Avila(5), nos habla de dos tipos de migraciones fundamentales en esta zona: La migración pendular, que se ejerce por término de 24 horas, durante las cuales el migrante va y viene. El otro tipo de migraciones conocido en dichas áreas, es la migración golondrina o temporal. Esta se realiza cuando parte de la población viaja a otra región en busca de trabajo.
La necesidad de trabajar o de estudiar saca temporalmente al costeño de su terruño; pero cuando se aleja de su habitat, viene la melancolía y empieza a idealizar su paisaje. Tal es la esencia del poema de Candelario Obeso titulado Ario, en el cual el poeta momposino se despide de esa Bogotá nublada. El adiós de Candelario Obeso idealiza a la Costa y luego termina diciendo:
Ya me voy re aquí eta tierra
A mi nativa mora
Er corazón é má grande
Junto ar má(6)
Esa composición es muy expresiva sobre el arraigo regional, porque el poeta no sólo extremó el habla costeña, sino que mostró la nostalgia por su tierra, consumada en los últimos versos que reflejan la añoranza por el mar.
Era la misma nostalgia que acosaba a Rafael Núñez, quien fue mordido varias veces por el deseo de irse para su terruño, al sentirse incómodo en la altiplanicie(7). De otra manera no se podría explicar el hecho de que el presidente Núñez ejerciera el mando de la Nación desde la ciudad de Cartagena. Es la misma nostalgia del olor de la guayaba de Gabriel García Márquez(8), quien dice que cuando empieza a hablar del Caribe no puede parar, porque esa región lo enseñó a escribir y es la única parte del mundo donde no se siente extranjero.
El EXILIO DEL ALMA
Esa nostalgia es la que mueve a los costeños a mencionar demasiado su lugar de nacimiento cuando están por fuera (léase destierro). En esas condiciones, el campesino palurdo al presentarse ante desconocidos dice su nombre y el del pueblo donde ha nacido; y los grandes intelectuales de la Costa no se cansan de nombrar su cuna. A eso se debe que a Rafael Núñez se le conozca como "El Pensador del Cabrero"; sus enemigos políticos lo llamaban "El Tigre del Cabrero"; y a Gabriel García Márquez se le conoce en todo el mundo, como "El Hijo del Telegrafista de Aracataca".
Conclusivamente se puede afirmar que el costeño tiene mucho apego a su región, sentimiento que se expresa en dichos, en la literatura, en la música folclórica y en el comportamiento costeño en general.
(Artículo publicado en: ARCO, revista del pensamiento colombiano. No. 290. Bogotá, noviembre-diciembre de 1985)
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1. URUETA, José F. Cartagena y sus cercanías. Tipografía de vapor "Mogollón". Carta¬gena, 1912. pp. 473 y 474.
2. La República. Cartagena, 10 de enero de 1851.
3. EXBRAYAT, Jaime. Historia de Montería. Ed. Imprenta Departamental de Córdoba. Montería, 18 de octubre de 1971. p.p. 83 Y 84.
4. MARTÍNEZ FAJARDO, Eustorgio. Notas porteñas. Imprenta departamental. Cartagena, 1943. p. 184.
5. ÁVILA, Abel. Palenque, semillero de negros. En: Sociología del desarrollo. No. 16. Octubre de 1980. pp. 10 y 11.
6. OBESO, Candelario. Cantos populares de mi tierra. Ed. Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. Bogotá, 1950. p. 33.
7. LIEVANO AGUIRRE, Indalecio. Rafael Núñez. Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá, 1977. p. 172.
8. GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El olor de la guayaba. Ed. La Oveja Negra. Bogotá, 1982, p. 55.
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1. URUETA, José F. Cartagena y sus cercanías. Tipografía de vapor "Mogollón". Carta¬gena, 1912. pp. 473 y 474.
2. La República. Cartagena, 10 de enero de 1851.
3. EXBRAYAT, Jaime. Historia de Montería. Ed. Imprenta Departamental de Córdoba. Montería, 18 de octubre de 1971. p.p. 83 Y 84.
4. MARTÍNEZ FAJARDO, Eustorgio. Notas porteñas. Imprenta departamental. Cartagena, 1943. p. 184.
5. ÁVILA, Abel. Palenque, semillero de negros. En: Sociología del desarrollo. No. 16. Octubre de 1980. pp. 10 y 11.
6. OBESO, Candelario. Cantos populares de mi tierra. Ed. Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. Bogotá, 1950. p. 33.
7. LIEVANO AGUIRRE, Indalecio. Rafael Núñez. Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá, 1977. p. 172.
8. GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El olor de la guayaba. Ed. La Oveja Negra. Bogotá, 1982, p. 55.