Hablar de Carlos
Angulo Menco y su obra me pone a volar hacia el Jardín de Epicuro para encontrarme con el maestro de Samos y releer
su famosa “Carta a Meneceo”, donde le dice: “Que nadie tarde en filosofar por
ser joven, ni se canse de filosofar por ser viejo”. Esa frase del padre del
epicureísmo le marca el sentido de la vida a un buscador de saberes y de
espacios cada vez mayores, con el ánimo de explayar sus aspiraciones para
construir un mundo de sueños e inventivas; hago alusión a un ser humano de
inquietudes intelectuales que ha disfrutado los placeres del cuerpo y de la
mente con sus amigos en los “Encuentros sabatinos” en restaurantes, bares,
cafeterías y clubes de lectura, donde se reconforta con la palabra enjundiosa
de grandes filósofos y de afamados escritores.
Carlos Angulo
Menco, desde muy joven, inició sus pesquisas intelectuales estudiando la
teodicea que, a diferencia de la teología revelada (dirigida por la fe), tiene
como criterio investigativo la “luz de la razón”; más tarde fungió como
filósofo y en el atardecer de su existencia se dejó envolver por la literatura;
pero el vértice de su parábola vital lo encontró en la sala de lectura de la
Biblioteca Pública Julio Hoenigsberg, donde se hallaba con sus compañeros del
Club de lectura “La Oca”, leyendo y penetrando en el método de la composición
de una novela ambientada en el Medioevo, titulada El nombre de la rosa, del semiólogo Umberto Eco. De pronto el
acucioso lector salta y se queda pensativo… Estaba entusiasmado con el ritmo de
las palabras, la secuencia fluida de las ideas y la experiencia placentera de
la narratología. En ese momento Carlos Angulo Menco, en medio de la floración
de sus meditaciones, estaba pensando escribir una novela.
Entonces como
lector voló en alas del recuerdo, desde la Abadía benedictina de San Miguel, en
Italia, hasta un seminario del Caribe colombiano, donde había ingresado para
ser sacerdote, porque una fuerza enigmática lo impulsaba con vigor hacia ese
determinado fin. Ser un buen sacerdote era su sueño más preciado. Pero vaya
contrariedad, si en su fuero interno sentía que su alma se debatía entre el
sacerdocio y el matrimonio, institución creada, según el Génesis, por el mismo
Dios que casó a Adán y a Eva en el huerto del Edén; no obstante, dicha
institución fue tocada por la Iglesia en los Concilios de Letrán (el primero en
1123 y el segundo en 1139), donde se decretó que los clérigos no podían casarse
y que debían permanecer castos. Se estableció de esa manera el celibato
obligatorio, desconociendo la idea primorosa cuando el Señor tronó desde las
alturas y dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” y de inmediato le dio por
esposa a Eva para que se unieran por medio del amor y formaran una sola carne y
disfrutaran del sexo, porque el placer sexual es una idea de Dios y todo lo que
Dios hace es bueno. En virtud de lo anterior y del fallido intento de eliminar
el celibato en el Concilio Vaticano II (1962-1965), Carlos se retira del
seminario con un grupo relativamente grande de seminaristas y entra a estudiar
filosofía en la Universidad San Buenaventura de Bogotá, donde recibe el título
de licenciado en Filosofía. Con el título en la mano llega a la Universidad
Libre de Barranquilla y se convierte en catedrático universitario, al mismo
tiempo que realizaba estudios de Derecho en esa institución de donde salió
convertido en abogado.
En su afán por
llenar vacíos en el ámbito académico e investigativo, Carlos ha publicado
varios libros, entre otros: Metodología
general de la investigación científica; Introducción
a la ciencia y sus métodos; Teoría
del conocimiento jurídico; Ética
profesional y empresarial; y La
felicidad del más acá. En ese contexto editorial, de contenido ético y
filosófico, es de anotar que en el Club de lectura “La Oca” habíamos llegado al
final del libro El lobo estepario,
novela de Hermann Hesse, que lo había puesto en el umbral de la evolución
literaria; pero la ruptura definitiva en su trayectoria intelectual se produjo
un día en el Club de lectura, cuando sintió el fuego infernal de la Abadía de
San Miguel, Abadía que inspiró y ambientó la célebre novela del escritor
Umberto Eco. Entonces Carlos, buscando analogías y distancias, empezó a
reflexionar sobre el acontecer en el Seminario de donde se retiró, porque vio
que no era ese el lugar para su vocación. En el Seminario se sentía cautivo
entre las normas que ponían talanqueras al desarrollo de la naturaleza humana y
prohibían, para el ejercicio del sacerdocio, la relación más natural que puede
existir sobre la faz de la tierra, como es la relación entre el hombre y la
mujer. De inmediato cayó en la cuenta de que el Seminario era todo lo contrario
a la Felicidad del más acá, expresión
esta que escribo en cursivas, porque corresponde al título de una de sus obras,
donde manifiesta el disfrute placentero, hedonista y galante del buen vivir,
como preámbulo al goce de la vida celestial. Pues bien, en las páginas de
Umberto Eco, Angulo Menco se inspira y empieza a deshojar los recuerdos que
fluyen por su pluma de nostalgia, para ir tejiendo el gobelino de las letras,
que hoy cristaliza con la edición de su primera novela titulada El enigma de la sotana, un maravilloso
logro en prosa sencilla y transparente, que enriquece el acervo literario de
Barranquilla y otras latitudes, al contar historias curiosas y atrevidas sobre
la vida en el seminario, lugar lleno de prohibiciones que impiden disfrutar el
placer y la alegría del arte amatorio, porque todo ese goce conlleva a la
situación de pecado, que cierra el camino de la salvación y conduce a un lugar
donde el suplicio será eterno.
La novela de Carlos
es autobiográfica y testimonial, en la que aflora una realidad tozuda, pero
matizada con el humor y la ternura. Para muestra un botón que decora el final
del libro cuando el narrador, ya en el crepúsculo de su existencia, va a
visitar a sus amigos al seminario, donde hay muchos héroes, pero también seres
humanos tocados por una angustia insondable por causa del celibato obligatorio,
determinación antinatural que se aparta del mandato divino y abre cauce a los
amores furtivos de clérigos y sacerdotes, al privarlos de una mujer que endulce
sus vidas con su presencia permanente.
Finalmente el
lector, que ya conoce (aunque sea muy brevemente) las inquietudes intelectuales
de Carlos Angulo Menco, sabrá juzgar su tránsito por los terrenos de la
religión, la teología y la filosofía, y su empeño en buscar aventuras
literarias más exigentes y comprometedoras, como es el caso de la novela
titulada: El enigma de la sotana,
un libro que causará discrepancias en los ámbitos religiosos más
tradicionalistas, por su interpretación de la doctrina de Jesús, el modelo
perfecto del hombre libre que relativizó la ley y “se enfrentó a todas las
estructuras de su tiempo”, como bien lo dice el siquiatra cristiano Pierre
Solignac en su libro La neurosis
cristiana, donde consigna los factores que traumatizan al ser religioso por
razones del complejo de culpa producido por el temor al “pecado”.
JOSÉ MORALES
MANCHEGO
Director de la
Biblioteca Pública Julio Hoenigsberg
Sociedad Hermanos
de la Caridad
(Prólogo al libro de Carlos Angulo Menco. "El enigma de las sotanas". Ediciones Donado. Barranquilla, 2024.