martes, 2 de diciembre de 2025

Pasión vagabunda

 

“Voy a beberme el mar", dijo el poeta antioqueño Jorge Robledo Ortiz en su poema “El cuento del mar”. Por su parte el sinuano Manuel Zapata Olivella, en la lúdica de su imaginación, pensaba: “Voy a tragarme el mundo con el agua de los ‘siete mares’ y más” … y Manuel Zapata se tragó el mundo de una manera sorprendente.

Robledo Ortiz, en su pieza lirica de bellas imágenes y sublimes versos, recrea el viaje idílico del turista, acompañado regularmente de una “chiquilla” y buenos caudales para gastar y visitar países, mirar las mansiones, las piedras preciosas, los monumentos, los ríos, las montañas, las islas, los museos, los santuarios, contemplar desiertos, crepúsculos y amaneceres, y comprar artículos de valiosa cuantía. He ahí el mundo del turista o viajero por placer; pero el viaje del investigador, que se lanza por los caminos de la ciencia, exige una penetración más profunda para llegar a la esencia de las cosas. Esa fue la intencionalidad de Manuel Zapata Olivella: viajar con el ánimo de conocer la realidad social y reconstruir el mundo de la vida, para luego comunicarlo con validez científica y literaria.

En su periplo por la tierra este caballero andante pasó muchas veces por los laberintos del dolor. Él sabía que “en la ciencia no hay calzadas reales y sólo llegarán a sus cimas luminosas quienes no escatimen esfuerzos para escalar sus senderos de piedra”[1]. Por eso pasó como un titán de la aventura, viajando sin dinero, a pie, a lomo de mula, por tierras planas, fiordos y montañas, por riscos y acantilados, por ríos y mares y por tierras fértiles que le traían la nostalgia del valle del Sinú al sentir el olor a “Tierra mojada” de los campos labrantíos. En su vagabundaje Manuel padeció pruebas de consideración: en Guatemala le tocó fungir como lustrabotas. En ese mismo paraje se presentó como boxeador. En el segundo asalto lo noquearon, pero se ganó un dinero para seguir adelante. En Estados Unidos sufrió muchas discriminaciones. Con su carné de estudiante de quinto año de medicina de la Universidad Nacional de Colombia solo pudo obtener el oficio de bañar a los enfermos en el Hospital General de los Ángeles[2]. Pero a Manuel no lo amilanaba el desprecio ni el vértigo de la incertidumbre.  Al contrario, parecía necesitar las tensiones para que las ideas hirvieran en su cabeza. Manuel no era hombre de encerrarse en una burbuja de cristal para pensar y escribir. Él quería vivir el dolor del mundo para elucubrar. Quería sentir la soledad del alma, esa misma soledad que sintieron sus hermanos negros de la diáspora africana, afligidos por la desdicha histórica que hoy es la deshonra de Europa.

Por esa razón, en Senegal (África) le pidió al poeta y presidente de ese país, Léopold Sédar Senghor, “que lo dejara pasar una noche desnudo en una de las oscuras y sofocantes bóvedas de la isla de Goré”[3], lugar donde encerraban a los negros que luego eran embarcados en el viaje hacia las tierras de América a servir como esclavos en las minas y plantaciones que se erigieron como unidades de explotación laboral en el marco de la acumulación originaria de capital, sistema que llegó chorreando sangre por todos los poros para dar inicio a la Edad Moderna.

Zapata Olivella recorrió el mundo, sufrió, pero regresó a su patria coronado de flores. Murió en Bogotá, pero sus cenizas; las cenizas del titán de la aventura fueron esparcidas sobre el río Sinú, precedido este acto de pompas fúnebres por una escaramuza entre la literatura y los mandamases del momento, como lo registró la prensa de aquel entonces. El humanista, investigador cultural y literato, se fue sobre el lomo del Sinú, bajo un cielo de nubes y relámpagos, de brumas y borrascas.

Hoy, después de beberse los siete mares y tragarse el mundo, Manuel Zapata Olivella se encuentra al lado de Changó, a quien llamó el Gran Putas; y desde allá (entre los orichas) el noble amigo, el gran compañero, el paladín de las negritudes, el ekobio mayor, sigue iluminando la esperanza en un mundo mejor.

El recital que hoy abre sus puertas lleva por título: “Pasión vagabunda”, y es un homenaje a Manuel Zapata Olivella, un caballo desbocado del Sinú, al que no se le podía frenar con desprecios racistas o xenofóbicos. En punto a lo anterior, el nombre del recital es un signo, y anuncia lo que el personaje es. La vida de Manuel es la de un ser vagabundo.

Dice la Real Academia Española: vagabundo es la persona “que anda errante y carece de domicilio fijo y de medio regular de vida”. Podría decirse también que es el ambulante que va de un lugar a otro sin asentarse en ninguno. Manuel fue un vagabundo, y para constancia notarial escribió un libro titulado Pasión vagabunda, un testimonio escueto de su vagabundaje.

Manuel Zapata fue un vagabundo, pero no para beberse el mar como un simple turista.  El sinuano se tragó el mundo para luego plasmarlo en varias obras literarias donde muestra sus descubrimientos, sus creaciones, sus dolores y el éxtasis de inteligencia y su heroísmo.

Salud Fuerza y Unión

José Morales Manchego

(Editorial del poemario No. 17 “Gran recital arte in memoriam”. Barranquilla, Colombia. 29 de noviembre del año 2025)



[1] Karl Marx.   

[2] José Luis Garcés González. Manuel Zapata Olivella, caminante de la literatura y de la historia. Sial/Casa de África. Colombia, 2025.

[3] Darío Henao Restrepo.  “Los hijos de Changó. La epopeya de la negritud en América”. Prólogo a Changó el Gran Putas. Universidad del Valle, 2020.

lunes, 9 de diciembre de 2024

Entre la moral y las luces

 

EDITORIAL

ENTRE LA MORAL Y LAS LUCES

 

A la Gloria del Gran Arquitecto del Universo

Excelentísimo y perfecto Gran Maestro Jesús (el Cristo vivo en nosotros) que desde la estrellada majestuosidad del cosmos vigilas nuestros trabajos: servíos decirnos quién toca a las puertas del Camposanto de la Libertad con la clave melódica del Arte.

Después de esa plegaria, esperé un instante, y en las intensas imágenes de mi propio sueño, escuché un silencio sagrado que decía:

“Es el Gran Recital Arte in Memoriam que llegó con una constelación de poetas a iluminaros con sus versos. Servíos franquearles la entrada y que ocupen sus puestos en el ámbito del Obelisco, esa altiva columna en piedra, símbolo del rayo solar, como manifestación de la Divina Esencia y del espíritu vertical de los fundadores de la Sociedad Hermanos de la Caridad, que supieron penetrar en los intersticios de la sociedad barranquillera para quedarse en el corazón de la Arenosa”.

Con ese preámbulo, alusivo a un ritual alumbrado por “La Luz del mundo”, la Biblioteca Pública Julio Hoenigsberg, la Sociedad Hermanos de la Caridad y la Gran Logia del Norte de Colombia le franquean la entrada al XVII Gran Recital Arte in Memoriam, y al número 16 del poemario, una especie de liturgia del verso, donde se recoge la producción poética que aflora en el Gran Recital Arte in Memoriam, evento que anualmente realizamos en el Cementerio Universal para rendir homenaje póstumo a un personaje destacado de la región.

Este año el Gran Recital es un homenaje al Maestro José Consuegra Higgins, miembro honorario de la Sociedad Hermanos de la Caridad, título que ostentó con legítimo orgullo hasta el día en que pasó al Oriente Eterno como uno de esos imponderables de la historia, que fascinó al continente americano con su dimensión intelectual y su espíritu de lucha en aras de buscar la identidad indoamericana y afianzar un pensamiento propio para formar un pueblo con dignidad, bajo un ambiente moral  y de luces, que nos abriera el camino para romper las estructuras de la corrupción, las injusticias y los privilegios, como anhelaba su mentor, el Libertador Simón Bolívar.

Es de anotar que José Consuegra Higgins fue un bolivariano de capa y espada. De Bolívar aprendió que la tarea fundamental del hombre es consolidarse moralmente y buscar las luces por el camino de la ilustración. Moral y luces es “la idea de un Pueblo que no se contenta con ser libre y fuerte, sino que quiere ser virtuoso”, como dijo el Libertador en el proyecto de Constitución presentado al Congreso de Angostura, el cual contemplaba dos Cámaras: una Cámara de Moral y una de Educación.   De ahí que este recital se titula: “Entre la moral y las luces”, para exaltar al Maestro José Consuegra Higgins, un tejedor de sueños que supo vivir una moral diáfana, buscando siempre las luces del entendimiento y la razón.

Este Gran Recital estará engalanado con la música y las canciones de Jorge Robledo y Herman Nigrinis. Por su parte la palabra poética estará representada por Lucía Armella González, Javier Marrugo Vargas, Nora Carbonell, Carlos Eduardo Palma, Silvia Miranda, Yessi Castaño, Erika de Volpe, Mirian Castillo Mendoza, Arabella Martínez Flórez, Dalit Escorcia, Miriam Cerón, Elvira Restrepo Perdomo, Yaneth Álvarez Montiel, Nelson Pacheco, Nury Ruiz Bárcenas, Román Fernández Armella, Jorge Campo, Isabella Lizarazo, y tres visitantes que llegaron del Oriente Eterno a deleitarnos con su palabra encantada: Porfirio Barba Jacob, Jorge Artel y “el poeta salvaje” Zuga Succhini.

Señoras y Señores:

Bienvenidos al Camposanto de la Libertad, donde esta noche vamos a poner a don José Consuegra Higgins, entre columnas: la columna de la moral y la columna de la ilustración. Ya todo está listo.

Después de las reveladoras conversaciones con Jesús (el Cristo que llevamos por dentro) y acatando su mandato, nos encontramos todos al pie del Obelisco, porque a través de esta monumental obra de la inteligencia humana (símbolo de la verticalidad, de la luz y la espiritualidad) la música y el centelleo de versos se elevarán como una voluta de incienso, hasta llegar al Valle de la Eternidad para rendirle homenaje a un hombre de grandes compromisos sociales y políticos, fundador de entidades educativas, escritor de reconocidas obras científicas y literarias, cronista y periodista de las acciones contemporáneas, el doctor José Consuegra Higgins, un rayo de luz en las sombras de este continente.

Salud, Fuerza y Unión

JOSÉ MORALES MANCHEGO

Publicado en: "XVII Gran Recital Arte in Memoriam". Poemario No. 16. Barranquilla, noviembre del año 2024. ISSN25007653.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 18 de noviembre de 2024

El enigma de la sotana

 

 PRÓLOGO

Hablar de Carlos Angulo Menco y su obra me pone a volar hacia el Jardín de Epicuro para encontrarme con el maestro de Samos y releer su famosa “Carta a Meneceo”, donde le dice: “Que nadie tarde en filosofar por ser joven, ni se canse de filosofar por ser viejo”. Esa frase del padre del epicureísmo le marca el sentido de la vida a un buscador de saberes y de espacios cada vez mayores, con el ánimo de explayar sus aspiraciones para construir un mundo de sueños e inventivas; hago alusión a un ser humano de inquietudes intelectuales que ha disfrutado los placeres del cuerpo y de la mente con sus amigos en los “Encuentros sabatinos” en restaurantes, bares, cafeterías y clubes de lectura, donde se reconforta con la palabra enjundiosa de grandes filósofos y de afamados escritores.  

Carlos Angulo Menco, desde muy joven, inició sus pesquisas intelectuales estudiando la teodicea que, a diferencia de la teología revelada (dirigida por la fe), tiene como criterio investigativo la “luz de la razón”; más tarde fungió como filósofo y en el atardecer de su existencia se dejó envolver por la literatura; pero el vértice de su parábola vital lo encontró en la sala de lectura de la Biblioteca Pública Julio Hoenigsberg, donde se hallaba con sus compañeros del Club de lectura “La Oca”, leyendo y penetrando en el método de la composición de una novela ambientada en el Medioevo, titulada El nombre de la rosa, del semiólogo Umberto Eco. De pronto el acucioso lector salta y se queda pensativo… Estaba entusiasmado con el ritmo de las palabras, la secuencia fluida de las ideas y la experiencia placentera de la narratología. En ese momento Carlos Angulo Menco, en medio de la floración de sus meditaciones, estaba pensando escribir una novela.

Entonces como lector voló en alas del recuerdo, desde la Abadía benedictina de San Miguel, en Italia, hasta un seminario del Caribe colombiano, donde había ingresado para ser sacerdote, porque una fuerza enigmática lo impulsaba con vigor hacia ese determinado fin. Ser un buen sacerdote era su sueño más preciado. Pero vaya contrariedad, si en su fuero interno sentía que su alma se debatía entre el sacerdocio y el matrimonio, institución creada, según el Génesis, por el mismo Dios que casó a Adán y a Eva en el huerto del Edén; no obstante, dicha institución fue tocada por la Iglesia en los Concilios de Letrán (el primero en 1123 y el segundo en 1139), donde se decretó que los clérigos no podían casarse y que debían permanecer castos. Se estableció de esa manera el celibato obligatorio, desconociendo la idea primorosa cuando el Señor tronó desde las alturas y dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” y de inmediato le dio por esposa a Eva para que se unieran por medio del amor y formaran una sola carne y disfrutaran del sexo, porque el placer sexual es una idea de Dios y todo lo que Dios hace es bueno. En virtud de lo anterior y del fallido intento de eliminar el celibato en el Concilio Vaticano II (1962-1965), Carlos se retira del seminario con un grupo relativamente grande de seminaristas y entra a estudiar filosofía en la Universidad San Buenaventura de Bogotá, donde recibe el título de licenciado en Filosofía. Con el título en la mano llega a la Universidad Libre de Barranquilla y se convierte en catedrático universitario, al mismo tiempo que realizaba estudios de Derecho en esa institución de donde salió convertido en abogado.

En su afán por llenar vacíos en el ámbito académico e investigativo, Carlos ha publicado varios libros, entre otros: Metodología general de la investigación científica; Introducción a la ciencia y sus métodos; Teoría del conocimiento jurídico; Ética profesional y empresarial; y La felicidad del más acá. En ese contexto editorial, de contenido ético y filosófico, es de anotar que en el Club de lectura “La Oca” habíamos llegado al final del libro El lobo estepario, novela de Hermann Hesse, que lo había puesto en el umbral de la evolución literaria; pero la ruptura definitiva en su trayectoria intelectual se produjo un día en el Club de lectura, cuando sintió el fuego infernal de la Abadía de San Miguel, Abadía que inspiró y ambientó la célebre novela del escritor Umberto Eco. Entonces Carlos, buscando analogías y distancias, empezó a reflexionar sobre el acontecer en el Seminario de donde se retiró, porque vio que no era ese el lugar para su vocación. En el Seminario se sentía cautivo entre las normas que ponían talanqueras al desarrollo de la naturaleza humana y prohibían, para el ejercicio del sacerdocio, la relación más natural que puede existir sobre la faz de la tierra, como es la relación entre el hombre y la mujer. De inmediato cayó en la cuenta de que el Seminario era todo lo contrario a la Felicidad del más acá, expresión esta que escribo en cursivas, porque corresponde al título de una de sus obras, donde manifiesta el disfrute placentero, hedonista y galante del buen vivir, como preámbulo al goce de la vida celestial. Pues bien, en las páginas de Umberto Eco, Angulo Menco se inspira y empieza a deshojar los recuerdos que fluyen por su pluma de nostalgia, para ir tejiendo el gobelino de las letras, que hoy cristaliza con la edición de su primera novela titulada El enigma de la sotana, un maravilloso logro en prosa sencilla y transparente, que enriquece el acervo literario de Barranquilla y otras latitudes, al contar historias curiosas y atrevidas sobre la vida en el seminario, lugar lleno de prohibiciones que impiden disfrutar el placer y la alegría del arte amatorio, porque todo ese goce conlleva a la situación de pecado, que cierra el camino de la salvación y conduce a un lugar donde el suplicio será eterno.

La novela de Carlos es autobiográfica y testimonial, en la que aflora una realidad tozuda, pero matizada con el humor y la ternura. Para muestra un botón que decora el final del libro cuando el narrador, ya en el crepúsculo de su existencia, va a visitar a sus amigos al seminario, donde hay muchos héroes, pero también seres humanos tocados por una angustia insondable por causa del celibato obligatorio, determinación antinatural que se aparta del mandato divino y abre cauce a los amores furtivos de clérigos y sacerdotes, al privarlos de una mujer que endulce sus vidas con su presencia permanente.

Finalmente el lector, que ya conoce (aunque sea muy brevemente) las inquietudes intelectuales de Carlos Angulo Menco, sabrá juzgar su tránsito por los terrenos de la religión, la teología y la filosofía, y su empeño en buscar aventuras literarias más exigentes y comprometedoras, como es el caso de la novela titulada: El enigma de la sotana, un libro que causará discrepancias en los ámbitos religiosos más tradicionalistas, por su interpretación de la doctrina de Jesús, el modelo perfecto del hombre libre que relativizó la ley y “se enfrentó a todas las estructuras de su tiempo”, como bien lo dice el siquiatra cristiano Pierre Solignac en su libro La neurosis cristiana, donde consigna los factores que traumatizan al ser religioso por razones del complejo de culpa producido por el temor al “pecado”.

JOSÉ MORALES MANCHEGO

Director de la Biblioteca Pública Julio Hoenigsberg

Sociedad Hermanos de la Caridad

(Prólogo al libro de Carlos Angulo Menco. "El enigma de las sotanas". Ediciones Donado. Barranquilla, 2024.



domingo, 21 de julio de 2024

Carnavalización en "Las lanzas coloradas"

 


CARNAVALIZACIÓN EN LAS LANZAS COLORADAS

JOSÉ MORALES MANCHEGO

 

Las lanzas coloradas de Arturo Uslar Pietri es una joya literaria de carácter intemporal. Es una novela de acciones intrépidas y tensiones literarias, contextualizada en los comienzos de la guerra de independencia de Venezuela. Su lenguaje es diáfano, pero henchido de bellas expresiones, con profusión de metáforas, símiles, anáforas, epiforas, hipérboles, ironías, epítetos y sentencias que nos dejan una enseñanza y nos ofrecen una lectura placentera, porque la literatura es una forma de la alegría, asevera Borges, y luego agrega:

 “Si leemos algo con dificultad, el autor ha fracasado…

Un libro no debe requerir un esfuerzo, la felicidad no debe requerir un esfuerzo”[1].

En atención a esta idea de Borges, podemos afirmar que la novela de Uslar Pietri se absorbe con una facilidad y sabrosura que nos permite degustar las estructuras y microestructuras más importantes de la obra.  La razón de su calidad literaria está sintetizada en las palabras de Miguel Ángel Asturias cuando dice: “Arturo Uslar Pietri cuida su idioma, sabe o intuye que la palabra es la sabiduría del novelista, del escritor, del poeta. Sin este saber y conocer, no hay novela ni poema”. Además, agrega el premio Nobel guatemalteco que “Las Lanzas Coloradas” es “una novela con claves para la interpretación de nuestra realidad americana”.

En ese mismo sentido, el profesor de la Universidad Simón Bolívar de Caracas, Guillermo Servando Pérez, manifiesta:

Arturo Uslar Pietri se propone y consigue, en “Las lanzas coloradas”, no tanto subrayar los aspectos épicos de la guerra, sino descubrir, en sus mecanismos interiores, los gérmenes de la actual Latinoamérica, desunida y a merced de los intereses colonialistas…Con una escritura tersa y desprovista de todo amaneramiento, Uslar Pietri quiere sentar las bases de una historiografía desprovista de las rémoras del colonialismo cultural y del engolamiento patriotero[2].

Sin lugar a duda Las lanzas coloradas es una novela de muchos esplendores literarios, elogiada por la crítica más exigente. La novela trata de la guerra, pero la idea de Arturo Uslar Pietri no es mostrar la guerra de independencia con la frialdad de la historiografía tradicional, sino resaltar el fulgor de una epopeya para mostrar el sinsentido de la guerra. Esta idea es matizada con el humor y la risa, elementos que forman parte del ambiente carnavalesco de la obra, donde las jerarquías se subvierten para representar el destronamiento del amo y la entronización del esclavo. 

EL CARNAVAL EN “LAS LANZAS COLORADAS”

La carnavalización está presente por doquier en muchas situaciones de Las lanzas coloradas. Una de esas situaciones de carnaval se muestra claramente en el capítulo 8 cuando Fernando Fonta, Bernardo y el capitán inglés (“Musiú”) llegan a un pueblo chiquito llamado Magdaleno y luego ranchan en una pulpería, donde los zambos, los mulatos y algunos blancos (“No había negros puros”) disfrutaban bebiendo aguardiente, riendo a carcajadas en medio de las burlas, los chistes y el buen humor en general. En esa pulpería la risa y el lenguaje (utilizado con propósitos crípticos) se muestran como categorías típicas de lo carnavalesco[3].

El capítulo 7 también está carnavaleado. Todos sabemos que en el carnaval el mundo se trastrueca. Pues bien, en este capítulo el orden social jerárquico se invierte y al mismo tiempo se profana lo sagrado. Presentación Campos, el mayordomo, ordena a los esclavos quemar “El Altar” (símbolo de lo sagrado) y viola a Inés, la hermana de Fernando Fonta, el amo de la finca “El Altar”. En otras palabras, “El Altar” fue profanado de forma inmisericorde. Y para colmo de la carnavalización, Presentación Campos le dice al negro Natividad: “Ahora estamos arriba, Natividad. Los de abajo, que se acomoden”[4]. En esta situación se siente una tonalidad triunfante de lo popular, como se deja ver en una fiesta nocturna en medio de la plaza pública para celebrar el triunfo sobre un pueblo “desarmado y con bastantes cosas” para saquear[5].

Lo sagrado también es profanado en el capítulo 10, cuando Boves, con siete mil lanceros, se toma una iglesia llena de gentes que oraban y convierte el edificio religioso en un bar donde celebra una fiesta con guitarras y tambor, obligando a los parroquianos a bailar.  “El cura, que estaba escondido en el confesionario, fue sacado a la fuerza… Y a golpes la sotana comenzó a inflarse entre los bailarines. Grandes risas bárbaras celebraban el espectáculo”[6].

 En fin, analizar la novela (cualquier novela) a través del prisma del carnaval, o de cualquier otra teoría, es un buen ejercicio en aras de romper los esquemas medievales de la educación repetitiva, que colma su aspiración transmitiendo resúmenes, con el fin de desconocer las múltiples perspectivas y los distintos saberes que confluyen en una obra literaria, método intonso que a nivel general de la educación ha servido para  condenar a las grandes masas a vivir en la “minoría de edad”, convirtiéndolas en un rebaño, para que los mandamases de todos los tiempos las manejen a su antojo. Lo importante entonces es superar a ese lector empírico y empezar la aventura hacia un lector ideal. Es decir, un lector emancipado que aprenda a caminar solito y no se conforme con engullir y repetir argumentos o resúmenes inculcados “por algunos de los tutores incapaces por completo de toda ilustración”[7], sino que se acerque a la obra literaria para comprenderla en su dimensión compleja con todos los elementos que la configuran, y contribuir así a la construcción de conocimiento.

Hemos dicho que el escritor Arturo Uslar Pietri en Las lanzas coloradas busca mostrar el sinsentido de la guerra; pero en este aspecto del sinsentido de la guerra el carnaval tiene su derecho de ciudadanía, y tiene también el poder para transformar las batallas en fiestas. Por eso, en un ambiente de libertad y de fraternidad, Barranquilla le opuso a la Guerra de los Mil Días, una “Batalla de flores” que ya se volvió emblemática para simbolizar la finalización de una guerra fratricida y sin sentido, que destrozó a la República de Colombia.

Dicen que a la palabra literaria nadie puede sujetarla. Por eso el escritor escribe una cosa y a partir de ahí el lector acucioso, analítico y pensante puede interpretar otra. El acto de la lectura es entonces un acto de libertad. En punto a lo anterior, con mi atuendo de “monocuco” (porque soy carnavalero) llego al capítulo 4 de Las lanzas coloradas de Arturo Uslar Pietri. Allí se recrea de manera carnavalesca la sesión de una logia llamada “Los hijos de la libertad”.

Quienes sepan en que consiste el “reteje” para entrar a una tenida, y vivir una iniciación, comprenderán de inmediato la parodia de Uslar Pietri. Ya en la tenida de la Logia llamada “Los hijos de la libertad” (después de intercambiar interrogantes y palabras de pase, necesarias para franquear el pórtico del Templo), el presidente impone el silencio y ordena: “Ciudadano secretario, comience la lectura de los Derechos del Hombre”.

“El llamado secretario extrajo de debajo de una piedra un pequeño cuaderno que era un ejemplar de la traducción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, impresa clandestinamente por Nariño, en Bogotá”. Terminada la lectura y cerrada la discusión, el presidente ordenó: “Ciudadano Fonta, debajo del cajón en que usted está sentado hay un libro. Tenga la bondad de dármelo”. El presidente de la logia toma el libro en sus manos. Estaba amarillo y muy viejo de usado. Era el Contrato social de J. J Rousseau. “El presidente impuso silencio y comenzó a traducir el francés con dificultad, despacio: ‘El hombre es nacido libre, y por todo él está entre los hierros.’ “[8].  He ahí una traducción bastante macarrónica. Una traducción más cercana a lo que dijo Rousseau puede ser esta: “El hombre ha nacido libre, y en todas partes está encadenado”[9].

En esta situación de la novela se puede apreciar que la susodicha tenida muestra la diferencia entre la realidad y la ficción, al ser presentada de manera burlesca para llamar a la risa como categoría de la carnavalización. Por su parte, la cojera en la traducción de El contrato social no sólo muestra la forma cómo un discurso se transforma en ficción, sino la implicación que esa ficción tiene desde el punto de vista de las ideologías, porque (a mi entender) se trata de quitarle importancia a la Ilustración y al libro extranjero en el proceso de emancipación de las colonias americanas. Esta ficción nos recuerda intertextual o complementariamente el pensamiento de José Martí cuando el americanista, envuelto en su capa de batalla, decía: “Ni el libro europeo ni el libro yankee daban la clave del enigma hispanoamericano”[10]. Y en otro artículo asevera con más contundencia: “La independencia de América venía de un siglo atrás sangrando; ¡ni de Rousseau ni de Washington viene nuestra América, sino de sí misma!”[11]. 

En fin, lo que dijo Uslar Pietri está ahí. Tal vez él tenía en mente su propia intencionalidad, pero como lector de su obra puedo darle significado; porque si a la palabra literaria nadie puede sujetarla, mucho menos se podrá cortar la melena a la palabra centelleante, cargada de ideas y de una profundidad carnavalesca[12], como la palabra plasmada en la maravillosa obra Las lanzas coloradas. 

JOSÉ MORALES MANCHEGO

 



[1] Jorge Luis Borges. En: Borges Oral. Bruguera: Barcelona, 1980. p. 22.

[2] Centro literario. Análisis de Las lanzas coloradas. Arturo Uslar Pietri. Editorial Voluntad: Bogotá, 1991.p. 93.  

[3] Arturo Uslar Pietri. Las lanzas coloradas. Salvat Editores.: Navarra, 1970. pp. 86-104.

[4] Ibid. p. 81.

[5] Ibid. p. 82 y ss.

[6] Ibid. pp. 140.

[7] Emmanuel Kant. Filosofía de la Historia. Fondo de Cultura Económica: México, 1981. p. 27.

[8] Arturo Uslar Pietri. Op. Cit. pp. 46 y ss.

[9] Jean-Jacques Rousseau. El contrato social. Traducción de Consuelo Berges. Ed. Aguilar: Buenos Aires, 1968. p. 50.

[10] José Martí. Nuestra América. Editorial Losada: Buenos Aires, 1980. p. 15

[11] Ibid. 86.

[12] Sobre la teoría de la carnavalización en la literatura, léase: Mijail Bajtin. Problemas de la poética de Dostoievski. Fondo de Cultura Económica: Bogotá, 1993. Del mismo autor: La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. Alianza Editorial: Madrid, 1990.

(Artículo publicado en la revista "Campamento Escocista". Año 1 No. 1. Barranquilla, julio del 2024)

El fútbol y la teoría de la carnavalización

 


     El fútbol y la teoría de la carnavalización

 

José Morales Manchego

 

El filósofo mexicano Luis Villoro, en su libro Signos políticos, considera al fútbol “como un instrumento que ayuda a mantener una situación de dominio, conservando satisfechos a los siervos”; sin embargo, el autor también entrevé en ese deporte una dimensión no oficial de las relaciones sociales en aras de un mundo mejor. Al pensar en esta opinión me llegaron a la memoria las ideas del crítico literario, teórico y filósofo del lenguaje Mijail Bajtin, autor de La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: el contexto de Rabelais y Problemas de la poética de Dostoievski, dos obras en las que desarrolla la “teoría de la carnavalización”, que consiste en aplicar las categorías del carnaval a la Literatura. Todos sabemos que en el carnaval la sociedad se trastorna y se abre paso hacia el cambio de las viejas estructuras.  Por eso el carnaval, en sus orígenes y esplendores, no sólo representó el goce pagano, sino un cuestionamiento profundo a la estructura de la sociedad feudal. Algo parecido sucede con el fútbol. Analizarlo desde esa perspectiva, puede enriquecer la óptica de la política para hacerla más humana y reveladora de hermosas posibilidades. En ese sentido, vemos que el fútbol transforma la manera de ver la vida y las relaciones que los hombres establecen en el plano de lo jurídico y de lo social, para mostrar los diferentes matices de otro mundo posible y contemplarlo dentro de su complejidad, liberado ese mundo ideal de los regímenes que restringen al hombre y reducen las potencialidades de su esencia como ser humano.

 

Nadie duda de que el fútbol genera una fascinación colectiva. Por eso algunos recalcitrantes dicen que es el opio del pueblo[1]; pero si llegamos más allá de la simple dimensión aparente veremos en su esencia la representación de una utopía que encierra la subversión de ciertos estereotipos.

 

No se necesita llegar a deliquios intelectuales, para saber que en nuestra sociedad los valores se desdoran y la vida para muchos carece de sentido. Frente a esa tozuda realidad, el juego brinda un gran respiro. En el estadio el juego transcurre según reglas. El partido de fútbol tiene una trama coherente y ordenada, con una planeación estratégica y un sentido claro. En ese tiempo de juego el vacío existencial de la sociedad profana se termina. Lo sustituye el entusiasmo de la contienda, los destellos de ritmo y de armonía.

 

Por esa razón mucha gente va al estadio para escapar de la realidad cotidiana (agresiva, violenta y represiva) y disfrutar de otra realidad diferente que le brinda conocimiento y diversión. En eso se parece el fútbol a la literatura.

 

En el tiempo del partido, todo el sistema represivo de la sociedad civil se suspende y entra en vigor el Reglamento del juego, el cual es acogido por todos los jugadores. El Reglamento no es de ninguno de los bandos en contienda, ni es para satisfacer intereses particulares como sucede en la conflictiva sociedad profana. En el estadio existe la igualdad de oportunidades y el triunfo puede ser de cualquiera de los participantes. En el espectáculo las jerarquías se trastocan y hay destronamientos. Como en el carnaval, el amo se vuelve siervo y el siervo se trasmuta en amo. Por eso, en sus mejores momentos, al jugador del barrio “La Chinita” de Barranquilla los locutores deportivos lo llamaban don Teo[2], y algunas damas encopetadas de la sociedad, en los delirios del fanatismo, gritaban muchas veces su deseo de tener un hijo con James o disfrutar el himeneo con el Tino Asprilla[3]. En otras palabras, un modesto mozalbete, nacido en los andurriales de los suburbios, puede, en un instante determinado, brillar como una estrella ante los ojos del mundo. En el fútbol, como en el carnaval, el siervo se convierte en rey.

 

En los campeonatos mundiales, las jerarquías entre naciones se suspenden. Las naciones subdesarrolladas emulan con las industrializadas. En ese lapso, los países más pobres tienen la esperanza de superar a los poderosos.  Un país subdesarrollado puede transformarse en señor de sus propios amos. Recordemos que España, con blasones y órdenes reales, fue derrotada y eliminada del mundial 2014, por los descendientes de Caupolicán y sus mapuches. Esa vez, Chile derrotó a la madre patria, en territorio de Brasil, dos goles por cero. Si seguimos refrescando la historia tenemos que, en 1982, el ejército inglés derrotó militarmente al ejército argentino en la Guerra de las Malvinas, pero en 1986, en el Estadio Azteca de la Ciudad de México, con dos goles de Maradona, la Selección Argentina rescató el orgullo patrio, derrotando a la señorial Inglaterra. Como se puede observar: “Lo altamente jerárquico se desentroniza; y lo que está en lo más bajo, se entroniza”[4]. En el estadio de fútbol, de nada vale el poderío militar ni el abolengo de las naciones. Ahí lo que vale es la inteligencia del director técnico, y el arrojo, la habilidad, el vigor, el impulso, el ritmo de los movimientos, la inventiva y el arte de los jugadores. Ahí no funcionan las leyes profanas. Ellas quedan suspendidas. El código penal no rige. Aquí rigen otras leyes que sólo funcionan en el cuadrilátero. Por esa razón, si un jugador golpea a otro no lo pueden juzgar en la fiscalía por lesiones personales.

 

En el partido de fútbol, lo que se vislumbra es una sociedad que pertenece al mundo de las utopías. Allí, en vez de la enajenación del trabajo, reina la tolerancia, la espontaneidad, la belleza, la solidaridad y la alegría de vivir. En el fútbol el trabajo no está enajenado, sino que se labora con alegría. En esa empresa, los trabajadores del balón disfrutan de buenos salarios y del reconocimiento de las mayorías. Al mismo tiempo los espectadores disfrutan, por unos instantes, de otra posibilidad de vida que se dará en una sociedad bien organizada, donde los derechos no se queden en una romántica declaración.

 

Finalmente, así como el carnaval de las obras de Rabelais no es lo mismo que el de los mercachifles de hoy, el fútbol también ha cambiado radicalmente. El fútbol de hoy, en manos de ambiciosos, se ha transformado en una industria multinacional y se ha distorsionado su esencia en demasía, perdiendo su sentido original. A su alrededor crecen las mafias, los fanáticos furibundos, las pandillas y los crímenes. La ética y la estética deportiva se están perdiendo. No obstante, y a pesar de las sombras y externalidades “La pelota no se mancha”, como dijo Maradona en La Bombonera, cuando se despidió de las canchas del balompié, donde la utopía sigue viva, esperando la hora de los hornos.



[1] “…muchos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria”. Eduardo Galeano. El fútbol a sol y sombra. TM Editores. (s.m.d.). p. 36.

[2] Su nombre de pila es: Teófilo Antonio Gutiérrez Roncancio. Fue elegido Mejor futbolista de Suramérica en el año 2014.

[3] El reconocimiento al Tino Asprilla (Faustino Hernán Asprilla Hinestroza) se debe a que “…el fútbol ofrece uno de los pocos espacios más o menos democráticos donde la gente de piel oscura puede competir en pie de igualdad. Puede, hasta cierto punto, porque también en el fútbol unos son más iguales que otros”. Eduardo Galeano. Op. Cit. p. 49.

[4]   Nelson Castillo Pérez y Carmen Salgado Rodríguez. Discurso y humor. Edición Universidad de Córdoba. Montería, 2008. p. 97.

(Artículo publicado en la revista "Campamento Escocista". (Órgano de divulgación del "Supremo Consejo Neogranadino". R:. E:. A:. A:.). No. 1. Barranquilla, julio 2024.