martes, 16 de agosto de 2011

EL 20 DE JULIO DE 1810


JOSÉ MORALES MANCHEGO


«La justa comprensión del pasado enseña a militar en el presente y a prever el porvenir». José Ingenieros[1]


Esta reseña bibliográfica fue leída, con ampliaciones al margen, el 19 de julio de 2010, en Tenida Solemne de la Respetable Logia Nueva Alianza No. 2, presidida por el Venerable Maestro David Esmeral Ojeda, para conmemorar los 200 años del 20 de julio -que no de la Independencia- con una visión crítica de los hechos, diferente a las celebraciones de ideología colonialista y ultramontana, que al parecer desconocen la Historia y a veces deliberadamente ocultan la realidad de los acontecimientos y de los personajes, como hicieron con José María Carbonell, muy poco conocido en Colombia, y a quien la perspectiva del análisis histórico muestra como uno de los más excelsos próceres de nuestra Independencia, que debe ser estudiado en escuelas y Universidades, como el verdadero héroe del 20 de julio de 1810.

El 20 de julio es el día en que llega a su punto culminante la contradicción entre criollos y españoles. Es decir, entre el poder económico y el poder político, que se manifestaba en las frecuentes discrepancias del gobernador y el cabildo, convertido en feudo político de las familias representativas de la oligarquía criolla. Ese mismo 20 de julio también se reabrirá el conflicto entre la oligarquía criolla y el montón anónimo de los humildes y los desheredados, cuyos personeros serán Simón Bolívar y Antonio Nariño, el más grande prócer de Colombia, según palabras de Indalecio Liévano Aguirre, historiador que para esta reseña me ha servido de mentor[2].


El 20 de julio de 1810, la oligarquía criolla estará representada por los descendientes directos de los personajes que entregaron el movimiento de los comuneros de 1781 y sacrificaron fríamente a José Antonio Galán, el caudillo popular que hizo temblar la estructura política colonial. Ese cuadro de acoso a los dirigentes populares lo completarán más tarde con la despiadada persecución de que serían objeto los grandes voceros de nuestro pueblo, como el precursor don Antonio Nariño y José María Carbonell, llamado el «Chispero de la Revolución».


Del 20 de julio de 1810 surge la «Patria Boba», merecedora del título por la insensibilidad social y las mediocres aspiraciones históricas de muchos de sus personajes, pero cruel y despiadada con las reivindicaciones y anhelos de nuestro pueblo y con los desesperados esfuerzos que realizaron sus grandes voceros (entre ellos, Nariño y Carbonell) a fin de darle a la República, desde sus albores, un contenido social justo y más acorde con las necesidades de la nacionalidad en formación.

Veamos qué pasó el 20 de julio de 1810, momento histórico en que España se encontraba en dificultad por el derrumbe de su autoridad, la embestida de Napoleón Bonaparte y la ocupación de su territorio por el ejército francés. Esa ocupación, por las tropas francesas, llevó a que se desbandara la Junta Central de Sevilla y surgiera la necesidad de crear el Consejo de Regencia de España e Indias, el cual convocó las Cortes del Reino para que ellas afrontaran la histórica crisis que vivía la península.
En esas circunstancias, el Consejo de Regencia buscaba un entendimiento con los dominios, razón por la cual decidió enviar comisionados regios al Nuevo Mundo, los cuales eran escogidos entre los criollos residentes en España, a fin de facilitar su aproximación a los grupos disidentes de las colonias y negociar algunas reivindicaciones con ellos. Para el virreinato Granadino el Consejo de Regencia delegó a don Antonio Villavicencio, quiteño, educado en Santafé.

Esta política de la Regencia no era del agrado de las autoridades coloniales, las cuales querían resolver los problemas por medio de la represión. De ahí la resistencia de los peninsulares a los comisionados regios. Al virrey, señor Amar y Borbón, no le causaron ninguna gracia las condescendencias de Villavicencio con los americanos (Cartagena y Mompós) y decidió anticipar las medidas represivas que había ideado para reducir a la impotencia a los criollos. Su plan era procesar por traidores a la Corona, a las principales personalidades del estamento criollo, para que no se siguieran dando las negociaciones con el comisionado regio.


Los criollos, por su parte, como ignoraban el plan del gobierno, preparaban el banquete para recibir a Villavicencio. Las reuniones preparatorias se hacían en la torre del Observatorio Astronómico, cuyo director era Francisco José de Caldas. De estas reuniones fueron excluidos quienes no compartían la idea de reducir el movimiento a las simples reivindicaciones de los notables del Cabildo de Santafé. El problema fundamental en las reuniones fue el de encontrar la manera de utilizar al pueblo de la capital, cuyo concurso se consideraba necesario, para contrarrestar una posible intervención de las milicias, sin tener que adelantar campañas de agitación social, que los magnates criollos, recordando la experiencia de los Comuneros, consideraban singularmente peligrosas, y sin adquirir compromisos políticos con la «plebe», tan menospreciada por ellos. Libres del estorbo de Nariño (el Precursor se encontraba preso[3]), quien insistió siempre en la necesidad de deponer a las autoridades con un auténtico levantamiento popular, los principales personeros de la oligarquía criolla, -José Miguel Pey, Camilo Torres, José Acevedo y Gómez, Joaquín Camacho, Jorge Tadeo Lozano, Antonio Morales, etc.- pudieron consagrarse a idear la táctica política de que se servían para provocar una limitada y transitoria perturbación del orden público, que habría de permitir al Cabildo capturar el poder por sorpresa y tomar a continuación las medidas indispensables para el pronto restablecimiento del orden, de manera que el pueblo no pudiera desviar el movimiento de los rumbos que la oligarquía trataba de darle, pensando sólo en sus mezquinos intereses.


En ese contexto puede entenderse el asunto del florero, jugada de laboratorio preparada de la siguiente manera: Antonio Morales ideó un incidente para crear la agitación. En efecto, manifestó a sus compañeros que ese hecho podía provocarse con el comerciante peninsular don José González Llorente y se ofreció gustoso a intervenir en el altercado, porque profesaba, por cuestiones de negocios, una franca animadversión al español. La fecha que se decidió para el altercado fue el viernes 20 de julio, día en que la Plaza Mayor de Bogotá estaría colmada de gente de todas las clases sociales y de pueblos circunvecinos, por ser el día habitual de mercado.


Para evitar la sospecha de provocación deliberada se convino en que don Luis Rubio fuera el 20 de julio a la tienda de Llorente a pedirle prestado un florero para decorar la mesa del anunciado banquete a Villavicencio y que, en el caso de una negativa, los hermanos Morales procedieran a agredir al español. A fin de garantizar el éxito del plan, si Llorente convenía en facilitar el florero o se negaba de manera cortés, se acordó que don Francisco José de Caldas pasara a la misma hora por frente del almacén de Llorente y le saludara, lo cual daría oportunidad a Morales para reprenderlo por dirigir la palabra a un «chapetón», enemigo de los americanos y dar así comienzo a la trifulca. Lo importante era conseguir que el virrey, presionado por una intensa perturbación del orden, constituyera ese mismo día la Junta Suprema, presidida por el mismo señor Amar e integrada por los regidores del Cabildo de Santafé. Todos los esfuerzos de los notables se dirigían a evitar que dicha perturbación se prolongara más de lo necesario, para no correr el riesgo de que el pueblo tomara conciencia de su fuerza y exigiera más de lo que quería la oligarquía criolla, como sucedió en el movimiento de los comuneros.


La oligarquía criolla no estaba interesada en la independencia, sino en las reivindicaciones para su propio beneficio. Veamos lo que decía Camilo Torres refiriéndose a la decisión tomada por los patricios criollos en aquella hora crítica del 20 de julio de 1810. Torres escribió entonces: «En tal conflicto recurrimos a Dios, a este Dios que no deja perecer la inocencia, a este nuestro Dios que defiende la causa de los humildes; nos entregamos en sus manos; adoramos sus inescrutables decretos; le protestamos que nada habíamos deseado sino defender su santa Fe, oponernos a los errores de los libertinos de Francia, conservarnos fieles a Fernando, y procurar el bien y la libertad de la patria[4]. Este pensamiento está muy lejos de servir a un verdadero proceso de independencia.


Pero dejemos que los hechos hablen por si solos. El 20 de julio hacia las 11 de la mañana, la Plaza Mayor estaba colmada. Hacia las 10 de la mañana habían convocado el Cabildo. De ese Cabildo salían emisarios a pedir al virrey la conformación de la Junta Suprema. El virrey se negó rotundamente. En vista de esa actitud, los cabildantes se dispersaron por la plaza a fin de dar cumplimiento a lo acordado en el observatorio astronómico. Poco antes de las 12 del día se presentó don Luis Rubio ante Llorente. Este negó el florero de manera decente y hubo que aplicar el plan B, o sea la intervención de Francisco José de Caldas. En ese sentido, mientras unos golpeaban a Llorente, los otros conjurados se dispersaron por la plaza gritando: están insultando a los americanos. ¡Queremos Junta». ¡Abajo el mal gobierno! ¡Mueran los bonapartistas!

El movimiento popular creció y luego se desbordó, porque no se le señalaron objetivos políticos claros. Más tarde la gente se fue dispersando. Hacia las cuatro de la tarde, los patricios criollos, asustados, se habían ocultado en los retretes más recónditos de sus casas, pensando los unos en salvar sus vidas y los otros en proteger sus bienes.


A las 5 de la tarde, hombres y mujeres de los pueblos de la sabana se dispersaban hacia sus casas. Es el momento angustioso de José Acevedo y Gómez, el más firme y valeroso jefe de la oligarquía criolla, quien manifestó desde la tribuna a las pocas personas que permanecían en la plaza: «Si perdéis este momento de efervescencia y calor; si dejáis escapar esta ocasión única y feliz, antes de doce horas seréis tratados como insurgentes; ved (señalando las cárceles) los calabozos, los grillos y las cadenas que os esperan»
[5].


La derrota del movimiento parecía inevitable. Pero surge aquí uno de esos personajes que frecuentemente varían el rumbo de la historia. Se trata de José María Carbonell, quien sacó a los habitantes de los barrios pobres de Bogotá, los cuales llegaron a la Plaza Mayor, como león rugiente, pidiendo Cabildo Abierto y un no rotundo a la Junta de Notables. Los acontecimientos toman ahora un cariz distinto. Los ánimos están caldeados y el movimiento cobra fuerza y vigor.


Pero no bien el pueblo puso la cara, la oligarquía volvió nuevamente a reclamar sus privilegios. Salieron como hormigas de los retretes recónditos de sus casas para el cabildo, pero no para convertirse en voceros de ese pueblo, ni adalides de la Independencia, sino para discutir en Junta de Notables, las prebendas y privilegios que esperaban derivar de una victoria que no les pertenecía.


Esa noche Carbonell pedía Cabildo Abierto, para que el pueblo, en uso de su capacidad deliberante y soberana, nombrara las nuevas autoridades del reino. La oligarquía criolla, en cambio, pedía Junta de Notables. El Señor Amar se negó a autorizar el Cabildo Abierto, que prácticamente transfería el poder al pueblo, y dándose cuenta de la grave situación, decidió acudir al mal menor, o sea negociar a puerta cerrada con la oligarquía criolla y no con Carbonell, que frente al pueblo, representaba la voz animadora de la libertad.


Así salió airosa la idea de la Junta de Notables; en el conciliábulo se impuso la destreza de los patricios criollos, quienes utilizaron al gobierno a favor de sus propios y egoístas intereses. Luego, para que se tranquilizara la élite criolla le pusieron el parque de artillería a sus órdenes, en cabeza de José de Ayala. En los siguientes días se descubrirían las abominables consecuencias que, para el pueblo y para la Independencia, tendría la captura del poder militar por los mandatarios de la oligarquía criolla. Es de anotar que estas prebendas las consiguieron porque nunca se cansaron de ofrecer garantías y de explicar al virrey, que ellos, los criollos eran los más leales y celosos defensores del trono.


Los apetitos personales malograron los grandes ideales de la revolución. De ahí que el acta llamada de la Independencia, en nada se parece a una declaración de independencia. En ella se nota que en ningún momento la oligarquía criolla rompe los lazos de dominación con el imperio español. Por tanto, el 20 de julio no hay independencia, no hay autonomía. Al contrario, se reconoce la soberanía de la Corona española sobre nuestro territorio y se abre la persecución a los verdaderos héroes de lo que en Historia se llama el proceso de Independencia de nuestra patria.


Por esa razón, el 23 de julio, la Junta de Gobierno, inspirada por José Miguel Pey y Camilo Torres tomó la iniciativa, resuelta a poner término a los «desmanes del pueblo» y a impedir las actividades de don José María Carbonell, verdadero héroe nacional en la lucha por la Independencia. Ese día, desde muy temprano, se colocó en los balcones de las Casas Consistoriales, un enorme retrato del Rey Fernando VII, y se situaron las milicias regulares en la plaza, como guardia de honor de la «imagen de nuestro Amado Soberano», según refiere el «Diario Político», citado por Liévano Aguirre.


Hacia las diez de la mañana se inició la ceremonia. Del Palacio Virreinal salió un desfile, encabezado por el propio señor Amar, don José Miguel Pey, don Camilo Torres y los vocales principales de la Junta de Gobierno, desfile que rindió honores al retrato de Fernando VII
[6], mientras una banda militar tocaba aires marciales de España y las tropas presentaban las armas. Poco después se dio a conocer el primer bando de la Nueva Junta de Gobierno, cuyo texto decía: «Convencido este Cuerpo de los sentimientos con que el pueblo ha excitado su lealtad a favor de su justa causa, ha resuelto, como fundamento de la Constitución a que prestará todo el lleno de su energía, se observen los puntos siguientes: 1° Sostener y defender la Religión Católica Apostólica y Romana, universalmente recibida por nuestros mayores… 2°. Defender los derechos de nuestro amado soberano don Fernando VII, conservando este reyno a su augusta persona hasta que tengamos la feliz suerte de verlo restituido a un trono de que le arrancó el tirano del mundo (Napoleón). 3°. A favor de la tranquilidad pública se prohíbe absolutamente todo espíritu de división como perjudicial en un tiempo en que la Junta Suprema se ocupa en reposo y quietud general; exigiendo muy particularmente el amor que debe tener el pueblo a los españoles europeos, reconociendo en ellos a sus hermanos y conciudadanos, y entendiendo que sobre puntos de tan alta consideración, la misma Junta tomará las providencias más activas y vigorosas…Con este objeto de la tranquilidad se prohíben también los toques de campanas extraordinarios, y cualquier otra alarma que no se haga de orden de la Junta»[7].


El 6 de agosto la Junta organizó una insólita ceremonia: Conmemoración de la Conquista. La conmemoración de la Conquista, a los 15 días del 20 de julio explica el sentido profundo de la política criolla, muy poco liberal y más bien ultramontana y antipatriótica
[8].


El 13 de agosto de 1810, José María Carbonell, el verdadero prócer, repitió la hazaña del 20 de julio. Con una inmensa multitud llegó a la Plaza Mayor, metió en la cárcel al virrey y de la virreina, llamada doña Francisca Villanova, se ocuparon las mujeres
[9], quienes la llevaron al Divorcio, que era la cárcel destinada para las mujeres de la plebe.


Conseguida la prisión del virrey y de la virreina, el pueblo se dedicó a celebrar en las calles su triunfo, mientras los patricios criollos y los españoles se ocultaban temerosos en sus residencias.


El 14 de agosto a las 11 de la mañana, ya la plaza estaba militarizada. La nobleza le pidió entonces a la Junta que sacara a los virreyes de las cárceles. Los miembros de la Junta, encabezados por don José Miguel Pey, don Camilo torres, los vocales de la Junta y los «caballeros de la nobleza», se dirigieron a la cárcel para liberar al virrey y presentarle las disculpas del Gobierno y de la sociedad, por el «afrentoso atentado» cometido el día anterior. Mientras tanto las damas distinguidas de Santafé, encabezadas por doña Francisca Prieto Ricaurte de Torres, esposa de don Camilo y doña Rafaela Isasi de Lozano, Marquesa de San Jorge, se dirigieron a la cárcel del Divorcio, la sacaron y la llevaron a palacio.


El 16 de agosto apresaron a José María Carbonell, por hablar en imperio y haber sido causa de que metieran al virrey en la cárcel y a la virreina en el Divorcio. En consecuencia, le pusieron precio a la cabeza de Carbonell para desagraviar a los virreyes ofendidos.


El 19 de junio de 1816 fue ajusticiado José María Carbonell. Dice un cronista que «lo soltó el verdugo y lo dejó penar (al caerse de la horca), que fue menester que un soldado le tirase un balazo»
[10] para rematarlo. De esa manera, gran número de hombres y mujeres de nuestra patria fueron victimas del morbo terrorista de Pablo Morillo, quien llegó en plan de reconquista por la chatura política de la «Patria Boba».

Así se desbanda una revolución, fenómeno en el cual maniobró la élite criolla, compuesta en su mayoría, como dice Enrique Santos Molano
[11], por «ambiguos y pusilánimes», quienes, aprovechando la situación de España y la del virreinato, buscaban un acuerdo amistoso con el virrey para establecer en Santafé una junta de gobierno presidida por Amar y Borbón y compuesta por los miembros más prestantes de la oligarquía criolla. No hay duda de que la revolución sufrió un golpe muy duro. Pero la lucha continuó ardorosamente hasta el día en que nuestro pueblo, de la mano de sus libertadores, pudo emprender el sublime vuelo hacia la libertad.

(Publicado en: Revista Plancha Masónica No. 39. Organo de información de la Gran Logia del Norte de Colombia. ISSN 0124-7433. Barranquilla, Colombia. Diciembre de 2010)
_________________________


[1] INGENIEROS, José. Las fuerzas morales. Editorial Losada. Buenos Aires, 1994. p. 101.
[2] Para ampliación y documentación de los hechos presentados en esta reseña, remito al libro de LIEVANO AGUIRRE, Indalecio, titulado: Los Grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia. Dos volúmenes. Ediciones Tercer Mundo. Bogotá, Colombia, 1973. p. 970
[3] El mismo Nariño dice, refiriéndose a las mazmorras de Bocachica y de la Inquisición: «De Bocachica se me pasó a las cárceles de la Inquisición, y se me alivió de las cadenas a instancias de D. Antonio Villavicencio, que desde su llegada a Cartagena tomó el mayor interés en mi alivio, y que en este paso me salvó del terrible y último golpe de que me remitieran a Puerto Rico» (Citado por: SANTOS MOLANO, Enrique. Antonio Nariño, filósofo revolucionario. Editorial Planeta. Santafé de Bogotá, 1999. p. 310.
4] Documento citado por: LIEVANO AGUIRRE, Indalecio. Op. Cit. Tomo 2. p. 565.
[5] Ibíd. p. 575.

[6] En este punto es importante recordar que Fernando VII, consciente de que la Masonería representaba una fuerza intelectual peligrosa para la estabilidad de sus colonias en América, produjo una Cédula Real «mediante la cual ordenaba perseguir a los Masones sin tener en cuenta rango ni privilegio de ninguna naturaleza» (CARNICELLI, Américo. La Masonería en la independencia de América. Tomo I. Bogotá, 1970. p. 106.
[7] LIEVANO AGUIRRE, Indalecio. Op. Cit. pp. 597 y 598.
[8] Ibíd. p. 608.
[9] Es de anotar, que un río caudaloso de mujeres participó, no sólo el 20 de julio de 1810, sino en toda la Campaña Libertadora. Sin embargo, no se les menciona a pesar de estar políticamente muy por encima de aquellos a quienes las consagraciones oficiales han querido endiosar. (Véase: GUTIÉRREZ ISAZA, Elvia. Historia de las mujeres próceres de Colombia. Imprenta Municipal. Medellín, 1972).
10] PARDO UMAÑA, Camilo. Narraciones coloniales. Colección Navegante 16. Librería Suramericana. Bogotá, 1948. pp. 139 – 140.
11] SANTOS MOLANO, Enrique. Op. Cit. p. 303.