martes, 23 de marzo de 2010

LA DEMOCRACIA UNIVERSITARIA



JOSÉ MORALES MANCHEGO


En 1971 los estudiantes colombianos dieron a conocer el Programa Mínimo del Movimiento Estudiantil, que buscaba establecer un sistema democrático en la Universidad, el cual contemplaba la elección de las autoridades universitarias y la participación de estudiantes y profesores en la conformación de los organismos directivos de la Institución. Sin embargo, ese propósito no se pudo legitimar en aquella época, a pesar de la ofensiva de masas y de las condiciones propicias para la reactivación creciente de lasfuerzas estudiantiles y profesorales. La explicación de ese intento fallido hay que buscarla, por un lado, en el espectáculo generado por la atomización del movimiento estudiantil y su transfiguración en una constelación de grupos que se devoraban mutuamente en una abierta confrontación polarizada. Por otro lado, para explicar ese intento fallido, es necesario tener en cuenta la concepción del poder estudiantil esgrimida por algunos sectores políticos que intentaron crear una Universidad absolutamente autónoma, divorciada de los poderes del Estado. En otras palabras: se pretendía convertir a la Universidad en una República vecina de la República de Colombia.

De esa manera, en medio de la efervescencia del movimiento estudiantil, se esfumaron las posibilidades para implementar los mecanismos institucionales de una avanzada democracia en la Universidad. Se perdió entonces un gran esfuerzo que costó el sacrificio de cabezas brillantes, y en la Universidad siguieron prevaleciendo los intereses mezquinos por encima de los verdaderos intereses académicos y de servicio a la comunidad.

Posteriormente, la Constitución de 1991 y la Ley 30 de 1992 abrieron la posibilidad de realizar un viejo anhelo del movimiento estudiantil y del movimiento profesoral de nuestro país. Ese viejo anhelo es la elección democrática de los gobernantes de la Universidad estatal u oficial y la consecuente ampliación de la autonomía universitaria, banderas éstas que han ondeado en medio de los vientos impetuosos del movimiento estudiantil nacional (1).

Con la Constitución del 91, la democracia parecía brotar como una de las formas posibles de gobierno de la Universidad. Esa posibilidad le llegó a Colombia incluida en el texto de su Constitución Política, y con un movimiento estudiantil que había pasado de la ebullición ideológica de la década del 70, a una frialdad en el terreno de la discusión, de la movilización y de la lucha, situación típica de su actual ámbito existencial.

En esas circunstancias, el marco de la potencial democratización de la Universidad tenía sus conexiones causales en las transformaciones políticosociales que se venían operando a nivel mundial, y en los cambios acaecidos en nuestro país, especialmente cuando nuevos sectores de la sociedad irrumpieron en el escenario político y ganaron un espacio en la Asamblea Nacional Constituyente (2). Desde allí, esos sectores políticos vislumbraron la posibilidad de debilitar la hegemonía de los viejos grupos oligárquicos, a fin de curar serias irregularidades cometidas y toleradas desde las posiciones importantes que secularmente han mantenido en la dirección de las Universidades.

Curar esas irregularidades constituía un gran desafío para las nuevas directivas que surgieran al rescoldo de la Ley 30 de 1992, la cual buscaba, en su espíritu, hacer a las Universidades más eficientes, entendiéndose por eficiencia, la exigencia de mejor formación profesional, ética y cultural; mejor utilización de los recursos económicos y humanos; transparencia en las decisiones; mayor atención a las necesidades y aspiraciones de los estudiantes, y fomento de la ciencia, la tecnología y el humanismo, para sacar a las Universidades de su aislamiento y vincularlas estrechamente a la vida económica y social de la República. En consecuencia, las directivas comprometidas con la comunidad universitaria deberían abordar la tarea de darle un vuelco a las estructuras de la Institución. Esto quiere decir que el proceso de democratización que nos depara la Ley 30, no debe centrarse simplemente en desarrollar elecciones, sino en cortar el imperante escolasticismo y superar los rezagos semicoloniales de la Universidad, hasta convertida en un ente en el cual el único poder que se ejerza sea el poder de la academia, la ciencia y la cultura en general.

La comunidad universitaria debe entender que democracia no significa realizar elecciones para reemplazar viejos vicios por nuevos vicios, como ha sucedido en el contexto nacional, por la falta de sistemas de procedimiento eficientes y la inexistencia de un control eficaz sobre los personajes de la administración pública, que han convertido a la política en el más lucrativo de los negocios.

La democracia es un estado de conciencia colectiva, que incluye el trato semejante de los semejantes, el sentimiento solidario, el respeto a una vida digna y el derecho a una educación adecuada.

La democracia es el derecho al disfrute de la libertad de opinión, sin el temor de ser reprimido abierta o veladamente, ni ser vulnerado en la integridad física, ni ser amenazado o recibir siquiera una mirada displicente.

La democracia es el derecho a moverse con libertad por los senderos del deber, olvidando los prejuicios de raza, de condición socioeconómica o de cultura. Democracia es aceptar los derechos de los demás, con respeto y consideración (4).

En síntesis, la democracia es el ambiente propicio para practicar la sabiduría, la fraternidad y la libertad.

De ahí se deduce que para desarrollar la democracia en la Universidad, es necesario enfrentar muchos obstáculos, los cuales podrán superarse con la vigilancia y la educación de la comunidad Universitaria, lograda al calor del ejercicio mismo de la democracia. Para tal efecto, es preciso convertir la institución en una verdadera escuela del pensamiento libre con unos recursos teóricos y unos elementos de carácter vivencial, entre los cuales se pueden destacar los siguientes:

1. Extender la cátedra libre extracurricular sobre democracia y autonomía universitaria para que los estudiantes y los profesores, mediante las distintas formas de la educación de masas, puedan discutir y poner en práctica los contenidos y la dialéctica de las instancias administrativas financieras y académicas de la autonomía, y estén preparados para defenderla cuando ésta sea amenazada por agentes externos o por acciones improcedentes o desmedidas de las fuerzas internas de la propia Universidad.

2. Inscribir en las banderas del movimiento universitario la consigna de la elección democrática directa del Rector, aspiración que sólo cristalizará en forma benéfica para la Institución cuando haya cultura democrática. Este punto es importante, por cuanto la democracia participativa en las Universidades colombianas es algo por construir. Y en ese proceso de construcción, es necesario estar en guardia, debido a que las fuerzas arraigadas en el pasado están siempre batallando para detener el avance democrático y el vuelo que las Universidades necesitan emprender hacia la libertad. De modo que la batalla estelar debe ser ganada por los universitarios en el Consejo Superior. Por tanto, es indispensable alcanzar, en ese organismo, una correlación de fuerzas favorable al verdadero espíritu universitario y el respaldo permanente de la comunidad académica a sus representantes, para lograr la aprobación de un Estatuto General que garantice la elección directa de las directivas y la adopción de un régimen especial que establezca la verdadera autonomía universitaria.

3. Evitar, principalmente durante el proceso electoral, la lucha de tipo personal y las tensiones que puedan menoscabar la consolidación de una comunidad académica solidaria. Este propósito se logrará mediante la conformación de una Comisión Electoral que vele por la disciplina en las elecciones, sancionando a los candidatos y movimientos que polucionen el ambiente democrático o realicen acusaciones sin las pruebas ostensibles.

4. Establecer que el Rector elegido escoja sus colaboradores inmediatos -los del área de Rectoría- teniendo en cuenta la proporcionalidad de votos de las distintas fuerzas en contienda. Este procedimiento permitirá la conformación de una directiva basada en el principio de legitimidad y fundamentada, por tanto, en el consentimiento de la Comunidad Universitaria. Así se podrá evitar que la Comunidad Académica quede dividida entre "quienes se benefician" y "quienes no se benefician" de una determinada superestructura. Además, la aplicación de esta propuesta será una práctica encaminada a romper las rígidas estructuras y disminuir el autoritarismo y la politiquería, flagelos afianzados legal y consuetudinariamente en la Universidad, y que viven y actúan a través de ambiciosos dirigentes sindicales, dirigentes profesorales, dirigentes estudiantiles y de funestos directivos universitarios. La democracia se verá fortalecida si a la administración confluyen grupos y sectores amplios, consecuentes con el impulso a los planes y objetivos de la Universidad, y capaces de apoyar a los directivos de perfil académico en las decisiones que beneficien a la Institución.

5. El desarrollo de la democracia universitaria implica que la comunidad debe ejercer un control sobre las directivas. Este control puede ejercerse mediante los siguientes mecanismos.

a. Una veeduría institucionalizada que vigile el manejo presupuestal y académico de la Universidad, y convierta en audiencia pública los actos indebidos de la administración o de cualquier miembro de la Comunidad Universita.

b. La institucionalización de Cabildos Abiertos en los cuales, periódica y públicamente, se dé a conocer la marcha de la administración y se realice la consiguiente evaluación de su plan de desarrollo y sus programas. De esta manera, la potestad ejercida por la Comunidad Académica se convertirá en fuerza dinámica de colaboración, precisamente en el punto donde todos los universitarios pueden entenderse, o sea en el sitio en el cual se encuentran los objetivos de la Universidad. Los estudiantes y los profesores tendrán entonces, la oportunidad de cumplir la función que el movimiento democrático les exige; no suplantando a las autoridades universitarias, sino controlando y aportando al análisis y al estudio de los problemas de la Universidad.

Finalmente, es necesario aseverar que la democracia es la mejor forma de gobierno por su espíritu de libertad. Pero la democracia sin control y vigilancia se puede convertir fácilmente en la libertad para llegar a lo peor. Por tanto, si no aseguramos el crecimiento y el buen funcionamiento de la democracia universitaria, al final del camino estaremos como el aprendiz de brujo, que no fue capaz de dominar las fuerzas infernales que logró desencadenar con sus conjuros (6).



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1. En 1928 se reunió en Ibagué el Tercer Congreso Nacional de Estudiantes, convocado por la Federación de Estudiantes, para discutir, entre otros temas, la "autonomía educacional y económica de la Universidad" y la "intervención de los alumnos en el gobierno de los planteles". "La agitación de la juventud ponía de relieve la necesidad de presentar una política más definida y resuelta frente a las intromisiones del Estado y de la Iglesia en menoscabo de la libertad de investigación y de la libertad de cátedra". Montaña Cuéllar, Diego. Colombia País Formal y País Real. Editorial Latina. Bogotá, 1977. p. 121.
2. Es de aclarar que los representantes de los nuevos sectores sociales que llegaron a la Asamblea Nacional Constituyente fueron invalidados para la nueva legislatura. En consecuencia, no se logró la renovación política sustancial que el país quería, por cuanto al poder legislativo volvió la mayoría de los congresistas tradicionales. Esto explica, en el fondo, las falacias contenidas en la Ley 30 y sus Decretos reglamentarios.
3. Ley 30 de 1992. En: Nueva Ley General de Educación. Momo Ediciones. Bogotá, 2002. pp. 5-48.
4. Véase: Gánem Robles, Jorge. Antecedentes de Insurgencias de Estamentos Universitarios como una Contribución a la Formulación de una Propuesta de Democracia en la Universidad Latinoamericana. En: Panel Democracia Participativa en el Marco de la Ley 30 de 1992 (Memorias). Universidad de Córdoba. Centro de Educación Continuada. Montería, 1993. p. 49.
5. La elección "indirecta es el modo infalible de destruir la democracia" ... "El temor de que el pueblo se equivoque en una elección es una previsión exagerada que ha causado la ruina de la libertad ... " (Supremo Consejo del Grado 33° para Colombia. Liturgia del Grado IX. R. E. A. A. pp. 24-25).
6. Figura utilizada por Carlos Marx en el Manifiesto del Partido Comunista.

domingo, 21 de marzo de 2010

ACTITUD DEL COSTEÑO ANTE LA MUERTE (1)






JOSÉ MORALES MANCHEGO (2)


Uno de los signos que marca la preeminencia humana sobre el resto del reino animal es la "reflexiva expectación de lo futuro"(3). Por esta prerrogativa de imaginar el tiempo porvenir, el hombre, a diferencia de los animales, tiene conciencia de la muerte.

La espera de la muerte siempre ha producido al hombre intenso miedo, espanto y pavor en cualquier época y en cualquier parte de la Tierra. Sin embargo, a través del tiempo y en los distintos parajes, la muerte no ha sido recibida en la misma forma. En ese sentido podemos penetrar un tanto en el análisis de la actitud del costeño ante la muerte.

En la Costa Atlántica colombiana, por el influjo de la cultura africana, por el modo de vivir y el concepto que se tiene de la vida, la muerte trata de recibirse como un fenómeno corriente y natural. Esa actitud se expresa en muchos cantos populares. Tal es el fondo de la canción titulada "Coroncoro", que va diciendo al son de la melodía:
"Coroncoro se murió tu mae,
déjala morir”

En el mismo sentido, aunque más categórico, el fandango titulado "El Golero" dice acompasadamente:
"Ya lo ves golero prieto, tu mae se murió,
déjala morir que pa` eso nació".
Al costeño la muerte no le coge traidoramente, ni cuando es ocasionada por accidente. En la mentalidad fantástica de la región, la muerte siempre avisa cuando viene. Y esa mentalidad tiene muchos recursos que indican el dominio sobre la muerte. Por eso tiene que avisar previamente cuando viene, y existen varias formas para hacerlo.

Por ejemplo, se dice que los gallinazos volando sobre el pueblo presagian la muerte de algún parroquiano. Lo mismo sucede cuando se sueña con matrimonio, con la caída de los dientes, o cuando se oye el canto del búho, de la lechuza o del yaacabó.

El aviso de muerte también se manifiesta en el hecho de que el agónico recoge los pasos. Es lógico que no considerándose la muerte como un final definitivo, sino como un tránsito, el moribundo tiene que despedirse de sus amigos y allegados.
Todas esas señales predicen la venida de la muerte. Y si la muerte es natural o por accidente, no faltan personas que dicen haber tenido uno cualquiera de esos presagios. Ahí está el fenómeno de la muerte domada en la mentalidad costeña. La muerte siempre tiene que anunciarse. Es más, el costeño la desafía cuando se prepara a recibirla. Esto puede observarse en una variedad de costumbres, como la construcción de la propia tumba, la preparación de la mortaja y la compra del ataúd, cajón de madera que muchas veces sirve para guardar objetos personales del futuro usuario.

En el carnaval costeño se presentan danzas y disfraces de la muerte fea, flaca y villana. Un ejemplo es “La Danza del Garabato" que nos muestra a la muerte llevándose con su garfio uno por uno a todos los bailadores, y a pesar de todo nadie deja de bailar. Es un desafío a la muerte. Ese desafío también se encuentra explícito en la canción de Abel Antonio Villa titulada "La Muerte de Abel Antonio", donde el acordeonista y cantante, a raíz de la falsa noticia de su muerte y de su velorio incompleto, reclama y cobra la deuda insólita de cuatro noches para que su velorio sea completo:

"Fueron cinco noches que me hicieron el velorio
para mis nueve noches todavía me deben cuatro”
Más adelante, en la misma pieza musical, encontramos un claro reto a la muerte cuando Abel Antonio dice:
Hombe, lo que es esto
se acaba entre los do
me lleva la muerte
o me la llevo yo”

Lo que allí se plantea es un duelo, un combate entre adversarios.
La esencia de la costeñidad toca a la muerte y quiere prolongarse hasta en la vida de ultratumba. Ese es el sentido de la canción de Alejandro Durán titulada "Pedazo de Acordeón", en la cual el autor nos dice:
"Si acaso yo me muriere
le ruego de corazón
que me lleven al cementerio
este pedazo de acordeón”

Esa canción de Alejo Durán no sólo enfatiza el cariño que le tiene el músico a su instrumento musical, sino que además contiene un claro desafío a la muerte. Observemos que dice: "Si acaso yo me muriere". O sea que no es seguro que la muerte le gane la batalla; pero si llegase a ocurrir, él pide que le lleven al cementerio su instrumento musical, lo que quiere decir que ni la muerte silenciará su pedazo de acordeón.

No obstante esa actitud del costeño, la muerte no pierde su carácter contrito y su fondo cristiano y triste. De todas maneras la muerte es la cesación de la vida, y en esta tierra encantada no podría dejar de tener un fondo mágico y religioso. Así vemos que en la agonía del que está muriendo se encienden velas o lamparillas para impedir la aproximación de Lucifer, a quien muchos confianzudos de la Costa le dicen Lucho. Luego se considera necesario cerrarle lo ojos al muerto para que no se lleve a otros con la mirada. Los enemistados con la persona que acaba de morir tienen que cogerle al muerto el dedo gordo del pie para evitar las persecuciones y las impresiones repentinas de miedo. Al sacar al difunto de su casa han de ir los pies primero, porque de lo contrario el muerto comienza a llevarse a los vivos.

De inmediato en la casa mortuoria se colocan bancas y sillas para que los amigos y parientes se sienten a contar chistes, cuentos costumbristas, a fumar cigarrillos y muchas veces a tomar ron y a jugar baraja o dominó. El velorio se realiza durante nueve días, al cabo de los cuales se abren puertas y ventanas para que salga el alma. Entonces se recoge el altar y el vaso de agua que se había colocado para que el difunto calmara su sed durante esos nueve días.

Pasado el velorio, muchas veces se prohíbe mencionar el nombre del muerto por temor a que vuelva su espíritu. El nombre del difunto se pronuncia raras veces, refiriéndose a él con otras expresiones, como "el difunto", "el finado”, “el compañero perdido”, etc.

La supuesta intervención de los muertos en ciertas operaciones mágicas es frecuente. Es bueno recordar algunas: La evocación del espíritu, que consiste en llamar al muerto para hacerle una entrevista; la aguja del muerto, que trae la buena suerte; y la tierra del cementerio, que se esparce por la casa que se quiere salar o desgraciar.
De todo lo anterior se puede concluir que en la Costa Atlántica colombiana la muerte tiene un sentido de final necesario en la mentalidad colectiva del costeño raizal. Para el costeño la muerte no es una aspiración, pero, tampoco es el colmo de los horrores.



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1. Este artículo fue publicado en ARCO, la Revista del Pensamiento Colombiano. No. 300. Bogotá , julio -agosto de 1987.
2. Profesor del Departamento de Ciencias Humanas de la Universidad de Córdoba.
3. Kant, Emmanuel. Filosofia de la Historia. Editorial Nova. Buenos Aires, 1964. p.122.

martes, 9 de marzo de 2010

MEDITACIÓN SOBRE LA MUERTE



JOSÉ MORALES MANCHEGO


INTRODUCCIÓN
El 2 de noviembre se registra en el calendario como el día de los difuntos. El formalismo para esta fecha es ir al cementerio, rezar un responso, llevar flores, velas, y situarlas en la gélida tumba. En algunos parajes se hace un altar en el cual se sirve la "comida del día de muertos" y se le ofrece al finado su bebida predilecta. Si era fumador, se le enciende un cigarrillo y se le complace con algunos de sus caprichos. El espléndido banquete se justifica porque ese día los muertos tienen permiso para retornar al mundo de los vivos. No obstante, a pesar de los rituales y ceremonias, es probable que muchas personas pasen ese día, sin detenerse a meditar sobre nuestro destino inexorable, que es la muerte, y, por tanto, sobre el sentido de la vida, que inextricablemente está ligado al de la muerte.

Pero antes de entrar en materia, le tengo una recomendación: no se asuste, ni vaya a dejar a un lado la lectura. Más bien, párese firme, y acompáñeme a reflexionar sobre ¿Qué es la muerte?, ¿Por qué la mayoría de la gente le teme tanto a la muerte?, y ¿Qué viene después de la muerte?

EL TEMOR A LA MUERTE
El miedo a la muerte es un hecho real, tozudo. Rousseau decía: "El que pretende mirar la muerte sin miedo está mintiendo". De esta generalidad tal vez se excluyan aquellos que frente al dolor insoportable prefieren dejar la sombra para ver la claridad.


Epicuro, quizás para ocultar un poco ese miedo, inventó una falacia. El dice: "... La muerte, la más aterradora de las enfermedades, no es en realidad nada para nosotros... cuando existimos, la muerte no está con nosotros y cuando la muerte viene, nosotros ya no existimos". Esta frase no pasa de ser una jugada de la lógica formal. La verdad es que la muerte es tan real y tan enigmática como la vida misma.

Por su parte la Biblia, en el Génesis, Cap. 6, versículo 3 nos habla de manera impetuosa: el Señor dijo: “No voy a dejar que el hombre viva para siempre, porque él no es más que carne". Y más adelante, en los "versículos del 5 al 7 encontramos lo siguiente: "El Señor vio que era demasiada la maldad del hombre en la Tierra y que éste siempre estaba pensando en hacer lo malo, y le pesó haber hecho al hombre. Con mucho dolor dijo: "Voy a borrar de la Tierra al hombre que he creado, y también a todos los animales domésticos, y a los que se arrastran, y a las aves." Y finaliza diciendo: "¡Me pesa haberlos hecho!".

Allí está la muerte como una imprecación. El Gran Artista está enfurecido contra su obra maestra. Esa sentencia contribuye a incrementar el temor ante la muerte, porque el hombre normal le teme al castigo. Pero el temor a la muerte se debe fundamentalmente a la incertidumbre sobre el más allá. El homo sapiens no tiene prueba experimental sobre el acto de morir y su transición al otro mundo. Tampoco puede probar en forma absoluta y con evidencias la certeza de sus creencias.

Es más, nadie está completamente seguro de lo que dice creer sobre la existencia del más allá. El miedo viene de la inseguridad. Y esa inseguridad es la que produce los grandes temores sobre la muerte.

La propia Biblia nos da a entender que vale más el hombre vivo que el hombre muerto. Esto es lo que expresa el Eclesiastés, libro que a la letra dice: "No hay hombre que viva siempre, ni que pueda presumirse esto. Con todo hasta el perro que vive, vale siempre más que el mismo león ya muerto”(1).


Para colmo, Job, libro de la Biblia escrito por Moisés, asevera: " ... cuando se corta un árbol queda aún la esperanza de que retoñe y de que jamás le falten renuevos ... En cambio, el hombre muere sin remedio; y al morir ¿a dónde va? ...". Y luego dice: "Mientras el cielo exista, el hombre no se levantará de su tumba. No se despertará de su sueño''(2).

En efecto, el hombre no se levantará de su tumba, porque la muerte es un fenómeno biológico, que implica una transformación de la materia. Sin embargo, esta es una opinión. Hay muchas más. Por eso, es necesario reflexionar sobre lo que viene después de la exhalación del último suspiro.

Así mismo, es necesario cavilar sobre el sentido de la muerte y, por tanto, sobre el sentido de la vida. Estamos seguros que estas reflexiones nos conducirán a elaborar un proyecto de vida más amable y más fructífero, en aras de buscar la eternidad.

LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
Hasta el momento, el fenómeno de la muerte es de difícil definición. Por algo el filosofo español, Jorge Santayana (1863-1952) decía que "una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte (3).


De esa manera, en el curso de la historia han surgido distintas ideas acerca de la muerte. Así, podemos encontrar una idea de la muerte en el naturalismo, en el platonismo, en el budismo, en el cristianismo, etc.

También es distinta la idea de la muerte en las distintas culturas, en los distintos períodos históricos y en los distintos lugares que configuran una mentalidad colectiva.

Así como hay ideas acerca de la muerte, en la misma forma, encontramos distintas ideas sobre el destino del hombre después de la muerte. Estas ideas se expresan esencialmente en las diferentes religiones, mediante “fórmulas conso1adoras"(4) que prometen la imnortalidad(5) en el más allá.

La teoría de la reencarnación por ejemplo, considera que al sobrevenir la muerte, el alma del hombre emigra a otro cuerpo, esto es, se reencarna. La serie de transmigraciones y reencarnaciones constituye a su vez una recompensa o un castigo; cuando hay castigo, las almas emigran a cuerpos inferiores; cuando hay recompensa, a los cuerpos superiores, hasta quedar, finalmente, incorporados a un astro.


El budismo dice: las almas de los hombres pueden transmigrar, pero toda transmigración constituye un castigo. Para evitarlo hay que llevar una vida pura, única forma de superar la pesadilla de los continuos renacimientos. Siendo así, la existencia se sumerge en el nirvana, estado de serenidad inefable que se caracteriza por la cesación del sufrimiento y de la miseria.

El Catolicismo asegura que hay sobrevivencia individual de almas, acompañada luego por la resurrección de los cuerpos. Al respecto, el converso Pablo de Tarso, atalayando el suceso conmovedor del juicio final escribió: "porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibes"(6).

También existe una concepción naturalista que niega toda inmortalidad. Esa concepción dice que no hay sobrevivencia de ninguna especie. La vida del hombre se reduce a su cuerpo, y al sobrevenir la muerte, tiene lugar la completa disolución de la existencia humana.

Pero esa disolución, en el pensamiento de Compay Segundo, tiene una connotación de eternidad: "Nosotros no morimos; nos transformamos. De nuestro cuerpo salen gusanitos que después se convierten en mariposas y emprenden el vuelo. Por eso digo a los niños que no cacen ni maten a las mariposas. Pudiera tratarse de un gran artista o un gran poeta. Por eso en mi canción Clarabella concluyo diciendo: 'Yo nunca pienso que me tengo que morir' "(7).

Existen más concepciones sobre la muerte y sobre lo que viene después de la muerte. Pero, independientemente de la idea que se tenga, el hombre debe reflexionar sobre la fugacidad de su tránsito por la vida, y meditar sobre su destino.


En ese sentido: "La Muerte y sus símbolos son en Masonería la preparación y la puerta de una mejor comprensión de la vida"(8). No hay duda de que reflexionando de esa manera, el hombre puede sacar conclusiones provechosas, que contribuirán poderosamente a modificar su fanatismo y sus pasiones.

No olvidemos que la vida, bien lo decía Job, "es como una flor que se abre y luego se marchita". Pero en ese tránsito efímero se pueden hacer cosas buenas. La tarea del hombre en su paso por la Tierra debe ser constructiva.

El hombre ha de dejar algún fruto, o muchos frutos, para que el día de su muerte la sociedad pueda sopesar escrupulosamente su obra, y si es buena, el juicio de la historia le concederá la inmortalidad.
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1. Eclesiastés 9: 10.
2. Job 14: 7-12
3. Ferrater Morar, José. Diccionario de la Filosofía. Tomo II. Editorial Suramericana. Buenos Aires, 1971.
4 Krishnamurti, Jiddu. El vivir y el Morir. Editorial Planeta. Colombia, 1996. p. 49.
5 Ferrater Mora, José. Op. Cit. Tomo I. pp. 963-965.
6 La Sagrada Biblia. Editorial Quebecor Impreandes. Bogotá, 1999. Los textos contenidos en ella son aquellos que la Iglesia Católica ha aprobado en su canon. Véase: 1a a los Corintios 15: 52.
7 Petinaud Martínez, Jorge. Última Entrevista a Compay Segundo: La Muerte es una Falacia. En: Tiempos del Mundo. Bogotá, Colombia, jueves 4 de marzo de 2004. p. 44.
8 Lavagnini, Aldo. Manual del Maestro Secreto. Editorial Kiev. Buenos Aires, 1993. p. 42.

miércoles, 3 de marzo de 2010

EL SENTIDO MASÓNICO DE LA TOLERANCIA



JOSE MORALES MANCHEGO
"El hereje no es el que arde en la hoguera, sino el que la enciende." (William Shakespeare)

El masón Iván Herrera Michel, en Una Mirada a la Masonería Actual, libro editado por la Sociedad Hermanos de la Caridad, afirma que del sentido etimológico del término Tolerancia proviene la mayor perversión de su acepción filosófica (1). En efecto, el Diccionario Etimológico General de la Lengua Castellana dice que la palabra Tolerar viene del latín tolerare, que quiere decir soportar, sufrir, aguantar, padecer(2). En el marco de esa definición escuchamos o leemos con frecuencia expresiones como: "tolerar la delincuencia", "no tolero insultos", "no tolero agresiones", "no vamos a tolerar el desmadre nuclear", "no vamos a tolerar más actos homicidas", "no toleramos la violación a los derechos humanos". Deviene así un concepto frágil, confuso y falsificado de tolerancia, que se emplea muchas veces donde debe usarse otro término.
Para los Masones y para la filosofía en general -y esto hay que recalcarlo-, es importante no confundir la tolerancia, a nivel filosófico, con tolerar, cuando se trata de resistir, soportar, sufrir, aguantar o permitir, porque se corrompe la palabra en su más elevada acepción.

El escritor Masón Lorenzo Frau Abrines, en su Diccionario Enciclopédico de la Masonería, conceptúa sobre la tolerancia de la siguiente manera: "Tolerantismo- Hábito de respetar las opiniones en cualquier materia. Opinión de los que creen que debe permitirse en cualquier estado el ejercicio libre de todo culto religioso, y respetarse la opinión y manifestación de todas las ideas político-sociales. Si la Francmasonería fuera una religión ningún nombre le cuadraría mejor, que el de religión del Tolerantismo, porque en él funda uno de sus más grandes y trascendentales principios(3).

Un ejemplo patético de tolerancia es el que se refiere al espacio de libertad concedido a las sectas religiosas de los siglos XVI Y XVII con miras a hacer posible la vida de sus adherentes en una misma comunidad. En ese momento histórico, la Masonería realizaba su fecundo magisterio, que dejaba perplejo y estupefacto al mundo no Masónico, sobre todo a las tropas de fanáticos e intolerantes. "Es sabido que a comienzos del siglo XVIII había en Europa, y especialmente en Inglaterra, una confusión religiosa en la cual deistas, teístas, puristas, protestantes y anglicanos se atacaban furiosamente. Pero lo más asombroso de dicho fenómeno está en que militantes de esas mismas corrientes de pensamiento, trabajaban en las Logias en el mayor sigilo, exaltando la razón en un ambiente de paz y de tolerancia ... "(4). He ahí el sentido filosófico y Masónico de la palabra tolerancia. Por tanto, no es tolerancia el hecho de aceptar "los insultos, agresiones o actos homicidas", según aseveración del filósofo Edgar Morin(5). El hecho de aceptar esos actos y otros de la misma índole se llama permisividad. Así mismo, como lo manifiesta el Q:. H:. Javier Otaola, "no debe confundirse la tolerancia con la simple indulgencia y el bobalicón indiferentismo de dar todo por bueno" (6).

La tolerancia nace y se desarrolla en el terreno de las ideas. El Masón Francois Marie Arouet le Jeune, más conocido como Voltaire, es claro cuando afirma: "No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero estoy dispuesto a morir por defender su derecho a decirlo"(7). Siendo así, la tolerancia no debe tener límites. Limitarla en cualquier circunstancia es caer en el terreno de la intolerancia. Para una institución de librepensadores, como es la Masonería, la exposición de las ideas no tiene restricciones. El trabajo en Logia, que no sólo es fraternidad, sino sabiduría, democracia y libertad, se alimenta permanentemente de opiniones diversas. En nuestros Templos, una verdad singular puede ser abordada desde distintos puntos de vista, que pueden ser complementarios. En la Orden sabemos que nadie está en posesión de la verdad, sino que todos estamos ávidos de encontrarla, para lo cual nos preparamos diariamente con disciplina de trabajo, aprendiendo a pensar cada uno por sí mismo, mediante la vía de la reflexión y el discernimiento.

En esa búsqueda de la verdad, la tolerancia siempre será útil para los combates que debe librar la inteligencia en aras de construir las grandes y pequeñas obras, que debemos dejar en nuestro paso por la tierra. En ese viaje, los que no piensan como yo pueden representar un ensanchamiento de mi horizonte vital. Es más, juntos podemos realizar grandes obras en beneficio de nuestros congéneres, como sucedió en el siglo XIII cuando tres médicos se unieron en un lugar del golfo de Nápoles para llevar a cabo una magnífica labor. Uno de los médicos era musulmán, el otro era judío y el tercero era cristiano. De su consorcio nació la primera escuela de medicina. Ellos fueron tolerantes, porque supieron emprender el oficio de trabajar por la salud y curar al enfermo, independiente de su inclinación por Alá, Yavé o Jesús(8). Simplemente entendieron la medicina en su dimensión humana, como ejercicio profesional que debe estar al servicio de la humanidad.

Lamentablemente muchas personas, prevalidas de poder, restringen el concepto de tolerancia en detrimento de la convivencia y de la paz. En opinión de ellos, las ideas contrarias y sus voceros no tienen derecho a existir en sociedad. Semejante actitud es la intolerancia, contravalor que ha servido para perseguir y llevar a la hoguera a valiosos exponentes de la ciencia y la cultura a lo largo de la historia universal.

Esta noción restringida de tolerancia es ostensible en círculos políticos, religiosos y hasta fraternales. En el seno de algunas religiones, por ejemplo, no se permite ser miembro al que tenga otro sistema de valores o de creencias diferente a los valores que se pregonan en el grupo. Por eso muchos pastores, en su congregación, en un acto de intolerancia, no permiten los matrimonios religiosamente mixtos. Pero lo más insólito es que se hagan avisos vulnerando el sentido de la tolerancia, como se patentiza en la siguiente pauta publicitaria que dice: "Se necesita Auxiliar Contable o estudiantes de Contaduría últimos semestres, Cristiano(a), carta recomendación Pastor. Enviar hoja de vida Anunciador 83437 El Heraldo"(9). En la Masonería, por el contrario, la calidad de miembro se fundamenta en la tolerancia, que constituye el factor de unidad sin fisuras, que liga a todos los Masones por encima de los colores políticos o de los credos religiosos. En nuestra Orden, por principios, no se puede expulsar a un Hermano, ni impedir la entrada de un profano en razón a sus creencias o a sus ideas políticas. Sin embargo, esto no impide que un Masón, como es el caso de Ramón Martínez Zaldúa, exponga, con toda la libertad, pensamientos como este: "Sea cual fuere nuestro apego a la práctica de la tolerancia, bella virtud Masónica, ella no podría justificar la permanencia en nuestras filas de quienes se hallen adheridos a partidos o agrupaciones políticas o sectas religiosas, que han inscrito en sus respectivos programas la lucha contra la Masonería. Todo Hermano que aportara su concurso personal a tales organismos, debiera ser eliminado de los cuadros logiales, y si fuese recipiendiario, abstenerse de iniciarlo en nuestras prácticas y doctrinas"(11). No hay duda de que este planteamiento lleva en su esencia la impronta de la intolerancia; no obstante, en el seno de la Orden se permite exponer esta idea, porque la Masonería es la matriz de la tolerancia y porque consideramos que un Masón, por muy alta que sea su posición en la escala de gradación Masónica, siempre estará trabajando en el pulimento de su Piedra Bruta. En todo caso, se recibe con respeto la exposición de esa idea; pero si ella se pusiera en práctica en la Institución sería el desgarramiento de la tolerancia y por tanto la pérdida de la esencia de la Masonería.

La Masonería es pluralista. De ahí que en el seno de la Orden se utilice la denominación Gran Arquitecto Del Universo (G:. A:. D:. U:.), que tiene una connotación simbólica en la cual caben todas las concepciones del mundo y todas las posibilidades acerca del principio generador del universo. Esto es ejemplo de verdadera tolerancia. Surge entonces la siguiente inquietud: Si en la Logia se puede convivir en paz y armonía con personas de distintas creencias e ideologías, ¿por qué en las sociedades no Masónicas no se puede tolerar a un ser humano que piense diferente? La respuesta está en que el dogmatismo y el autoritarismo consideran que sus puntos de vista son absolutamente incuestionables y por tanto no se pueden permitir los argumentos contrarios. Para la Masonería, en cambio, todos los temas están abiertos a la discusión. Todas las opiniones están expuestas a la contradicción y a la duda. Lo único que la Masonería excluye es el empleo de métodos que riñan con el respeto al acto libre del conocimiento, y por tanto que traten de imponer una idea a los demás por la coacción física o mental. La Masonería tiene métodos adquiridos por la civilización para enfrentar las convicciones que consideremos erróneas. Ellos son: la persuasión, la acción de palabra y obra, la discusión, el diálogo y los argumentos. De esta manera, la tolerancia constituye un medio eficaz de convivencia y, por tanto, de posible eliminación de las violencias provocadas por la obcecación política y el fanatismo religioso.

CONCLUSIÓN

Entendida como el respeto a las personas por el derecho que tienen a expresar sus opiniones en cualquier materia, la tolerancia hace posible el diálogo, el pluralismo y la coexistencia de principios disímiles, constituyéndose en la condición indispensable para la convivencia de los seres humanos en el ámbito de la democracia y de la libertad.

Según esta apreciación, toda persona tiene derecho a profesar cualquier credo religioso o a expresar su pensamiento, ya sea de carácter político o ideológico. Así mismo, tiene derecho a criticar todas las ideas que no comparta, sin ofender los sentimientos de las personas que las profesan, para lo cual es preciso omitir toda palabra vana, ofensiva o destructiva, que pueda irritar a nuestro semejante. En este sentido, la tolerancia no introduce restricciones, sino que establece condiciones para la expresión.

Indudablemente, la tolerancia existe en el marco de un orden establecido y aceptado por la comunidad, en la cual es ineludible combatir, civilizadamente, las ideas y prácticas contrarias al orden democrático, moral y de las buenas costumbres. No obstante -y esto debe quedar muy claro- en un orden así establecido es imprudente tratar de imponer ideas a la fuerza frente al error. En cambio es saludable desarrollar la capacidad de diálogo para que de él salga la luz que ilumine los caminos de la verdad. En ningún momento la tolerancia significa aceptar los errores del otro. San Agustín decía: "perdonad a los que yerran, combatid, dadle muerte a los errores". Esto quiere decir que la crítica es para juzgar las ideas y las acciones de los hombres, mientras que el respeto es un atributo axiológico del hombre para el hombre, entendido éste en sentido genérico, es decir como homo sapiens, que debe mantener su mente libre y abierta, para pensar sobre sí mismo y sobre el maravilloso espectáculo del universo.
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1. Herrera Michel, Iván y Otaola, Javier. Una Mirada a la Masonería Actual. Editorial Mejoras. Barranquilla, S. F. p. 26.
2. Corripio, Fernando. Diccionario Etimológico General de la Lengua Castellana. Editorial Bruguera. Barcelona, 1979. p. 467.
3. Frau Abrines, Lorenzo. Diccionario Enciclopédico de la Masoneria. Tomo 3. Editorial del Valle de México. S.F. p. 1898.
4. Morales Manchego, José. Iglesia y Masonería en la Costa Caribe Colombiana. En: Plancha Masónica No. 23. Barranquilla, junio de 2005. p. 34. Cfr. Martinez Zaldúa, Ramón. ¿Qué es la Masoneria? Costa -Amic Editores. México, 2000. p. 38.
5. Morin, Edgar. Los Siete Saberes Necesarios para la Educación del Futuro. Ministerio de Educación Nacional, República de Colombia; ICFES; UNESCO. S. F. pp. 77-78.
6. Herrera Michel, Iván y Otaola, Javier. Op. Cit. p. 116.
7. Ridley, Jasper. Los Masones. Editorial Vergara. Buenos Aires, 2000. p. 91.
8. Sanín Echeverri, Jaime. La Universidad Nunca Lograda. Editorial Voluntad, Bogotá, 1971. p. 12.
9. El Heraldo. Barranquilla 6 de abril de 2006. Clasificados: Empleos 30. p. 4C.