martes, 16 de febrero de 2010

LA MASONERÍA, ESCUELA DE ESCULTORES




JOSÉ MORALES MANCHEGO
En el libro Muchas Vidas/Muchos Sabios del psiquiatra Brian Weiss, encontramos una metáfora que define espiritualmente al hombre e intenta plantear, de alguna manera, su misión sobre la Tierra. Dice el autor: "Es como si dentro de cada persona se pudiera encontrar un gran diamante. Imaginemos un diamante de un palmo de longitud. Ese diamante tiene mil facetas, pero todas están cubiertas de polvo y brea. La misión de cada alma es limpiar cada una de esas facetas hasta que la superficie esté brillante y pueda reflejar un arco iris de colores"(1).

Para la Francmasonería la escala de operaciones del hombre en su paso por la Tierra es mucho mayor. Basta decir que el trabajo Masónico se fundamenta en símbolos. En este sentido, ya estamos en el ámbito de lo poético. Por eso se habla del tallado de la piedra bruta, imagen del alma de aquel que busca el sendero de la perfección. No se trata simplemente de limpiar la piedra, como dice Brian Weiss, sino de esculpirla; de cincelarla; de extraer de ella la obra de arte que contiene intrínseca. Para este proceso, como escuela de escultores espirituales, la Masonería no hace uso de materiales blandos como las calizas; se prefieren las piedras resistentes y de buena calidad, las cuales son susceptibles de pulimento y aseguran una mayor durabilidad. La piedra de alta calidad es el hombre al que llamamos libre y de buenas costumbres, "condición preliminar que se pide al profano para ser admitido en nuestra Orden, condición necesaria de todo progreso moral como espiritual, de todo adelanto en el sendero de la Verdadera Luz, o sea de la Verdad y de la Virtud". Este planteamiento de Aldo Lavagnini hace alusión al hombre que al franquear las puertas de la Augusta Institución toma las herramientas del artista en sus manos y comienza el trabajo sobre sí mismo. Es decir, utilizando las herramientas del escultor, y mediante el trabajo autoconstructivo, testimonia una habilidad manual que ejerce en el terreno de lo artístico. Esta labor de tallar y pulir es producto de la acción que obedece a la inteligencia; es producto del esfuerzo y de la voluntad; y es producto al mismo tiempo de la disciplina y de una labor constante.

Según esta apreciación, el hombre no es un ente acabado al estilo de un objeto de consumo. El hombre es un proyecto para desarrollarse. Ahora bien, en aras de la libertad absoluta de conciencia, inherente a la Masonería, si la persona estima que fue creada por el "Ser Perfecto", considere que fue Dios quien puso en él esa piedra para que la tallara y la siguiera puliendo a lo largo de su existencia. Si por el contrario la persona es partidaria de su linaje simiesco, entonces considere que necesita seguir evolucionando, es decir, esculpiendo y puliendo la piedra para distinguirse de los irracionales. La diferencia con los animales estriba en nuestro comportamiento. Dime cómo te comportas y te diré cuánto hombre eres.

Pero lo más importante es saber que el hombre es una obra inconclusa. Es un ser con pretensión de hacerse y con posibilidad de terminar la elaboración de su propia existencia. De ahí que cada ser humano debe emprender el trabajo sobre sí mismo, entendiendo que es material de construcción y obrero al mismo tiempo. La ciencia, el arte y el humanismo que flamean en nuestros talleres orientarán esta tarea. La meta es alcanzar la perfección de la vida individual, en función de la vida colectiva. En esa aspiración a desarrollarse espiritualmente es donde radica la diferencia entre un hombre y otro. Las demás diferencias son artificiales.

En el contexto de esta argumentación no se necesita ser muy perspicaz para comprender que el problema más importante que agobia al mundo se circunscribe al conflicto que lleva el hombre dentro de sí mismo. Es como si su vida se disputara entre dos fuerzas: la fuerza del mal y la fuerza del bien. El hombre se está debatiendo en su tránsito de un ser inferior a un ser superior. Se está debatiendo en su paso del animal, hacia un ser verdaderamente humano. En otras palabras, el hombre tiene que saltar del mundo de la corrupción y de las bajas pasiones, al mundo de la perfección, alcanzando el estadio de sujeto responsable, libre y de buenas costumbres, capaz de amarse y de amar a los demás.

He ahí por qué el Aprendiz Masón trabaja simbólicamente con el cincel y el martillo, hasta darle a la piedra bruta su forma escultural. De esa manera, no es una casualidad que en el seno de la Masonería se hayan formado muchos de los valores más representativos de la especie humana. La razón está en que la Masonería glorifica el trabajo, fuente de todas las virtudes, y se regocija con los distintos aspectos de la actividad científica y artística, que son expresiones de la búsqueda incesante de la felicidad en este mundo y de la perpetua superación del homo sapiens.
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(1) WEISS, Brian L. Muchas vidas, Muchos Sabios. Javier Vergara Editor. Tercer Mundo Editores. Bogotá, Colombia, octubre de 1992. p. 212.

lunes, 15 de febrero de 2010

EL DRAMA LITÚRGICO EN LA MASONERÍA





JOSÉ MORALES MANCHEGO


ORIGEN

Así como el teatro de la antigüedad se originó en determinadas manifestaciones religiosas del pueblo griego, y el teatro moderno nació en el seno de la Edad Media de ciertas fiestas de la liturgia cristiana, el drama litúrgico de la Masonería nació de los sociodramas religiosos de la Iglesia Católica. El teatro religioso de la Iglesia recibió el nombre de Auto, composición dramática alegórica de breves dimensiones. Los Autos se desarrollaban a partir de historias bíblicas en las que actuaban monaguillos y jóvenes del coro. Al principio se trabajaba con los vestuarios propios para la celebración de la misa, siendo el decorado las formas arquitectónicas de la Iglesia. Su propósito era dramatizar, desde su punto de vista, la salvación de la humanidad. No se entendía como entretenimiento, y la Iglesia le temía a su desarrollo como espectáculo. Sin embargo, a pesar de sus recelos hacia el teatro, la Iglesia utilizó el drama litúrgico, dadas sus cualidades didácticas. A sabiendas de sus efectos benéficos para la catequización, supo zanjar la cuestión trasladando la representación al exterior del edificio de la Iglesia. Así llegó el drama a las plazas públicas, sin despojarse de su contenido e intencionalidad religiosa, pero cobrando una organización más formal. De esa manera, la producción teatral fue haciéndose cada vez más secular. Es de anotar que los gremios se encargaban de la producción de las obras, tratando de que el tema se relacionara con su ocupación laboral. En ese sentido, los astilleros podían escenificar una obra sobre Noé. Es decir, la actividad laboral y los contenidos religiosos se expresaban a través del arte.

En lo que concierne a la Masonería operativa, se sabe que los gremios de constructores le dieron vida. El Arte de la construcción tuvo en ella la mayor importancia (1). Este tipo de Masonería tenía vínculos estrechos con la Iglesia, lo cual se palpa en los Antiguos Documentos ... (2).

Fue en la rama de construcción de catedrales en donde la Francmasonería operativa (albañiles, constructores, arquitectos, etc.) poseyó siempre la tradición iniciática más elevada. En ese sentido, fue la única en pedir estudios sobre casi todos los oficios (3). Así, la Francmasonería se fue configurando por el lado de los Maestros Masones libres de las catedrales. "Esta sólida asociación, hacía parte de la transmisión tradicional hermética; más tarde introdujo geometría y números sagrados, ritos y símbolos de trabajo y sentido de las herramientas, a lo que se llama la Masonería Azul o simbólica" (4). Es de anotar que los maestros constructores utilizados por la Iglesia y a veces hasta protegidos por ella, tenían ocasión de conocer los vicios y la corrupción dominantes y como podían combatían los abusos eclesiásticos.

Cuando la Masonería y la Iglesia, unidas al pasado por lazos tan estrechos, se separaron, rompiendo sus vínculos de recíproco servicio y todo vestigio de esta relación desapareció, cada una tomó su camino (5). La ruptura entre Masonería Operativa y Masonería Especulativa se produjo en 1717 con la creación de la Gran Logia de Londres. A partir de entonces, la Francmasonería, apelando a la razón y a los ideales de la Modernidad, siguió su desarrollo al servicio de la humanidad.

No obstante, como reminiscencia de ese proceso evolutivo, las tenidas conservaron la forma de sociodramas representativos de la actividad laboral. Dichos sociodramas no son para el público, sino para una minoría selecta llamados iniciados, capaces de luchar por el advenimiento de una humanidad moralmente superior. Por eso los dramas son a cubierto. Además, son a cubierto, porque "toda obra espiritual ha de realizarse en esa condición, fuera de todo ruido profano" (6). En sentido social y humanístico esto significa que "las obras constructivas, de carácter permanente, solo son posibles en épocas de paz y tranquilidad económica y social" (7). Pues bien, la Masonería es la continuadora de ese tipo de teatro para la enseñanza, no para la diversión. No para el público, sino para tallar hombres y mujeres de elevada formación científica, humanística y moral, dedicados constantemente al bien de los demás.

Es importante destacar que en el Simbolismo Masónico existe un nexo entre las Tenidas Ordinarias y las Tenidas Solemnes. Podría decirse que ellas integran una sola unidad temática. En las Tenidas Ordinarias los Masones trabajan en la construcción del Templo moral, consagrado a la virtud y a la Ciencia. En esas circunstancias, en un descanso de los obreros, se produce el asesinato de Hiram, nombre que significa vida elevada (8), vida eterna (9), compendio de todas las virtudes, cuyo elevado ejemplo trata de alcanzar todo Masón.
CONTENIDO Y FORMA
El punto de partida de la obra es el trabajo como fuente de todas las virtudes. El momento estelar lo constituye una leyenda, que al parecer proviene de algún misterio representado en los gremios de la Edad Media (10). El centro de la tragedia lo ocupa Hiram, hombre justo y equitativo, modelo de rectitud y benevolencia para los demás. El culto al héroe homenajeado en su tumba, como en el desarrollo de la tragedia griega, es un factor significativo. Así mismo es significativa la idea de que quien está enterrado puede renacer, como renace la semilla que ha sido sepultada bajo tierra. De esta manera el neófito, al identificarse con el personaje central, se transforma en un ser virtuoso y en un mejor ciudadano. En este sentido, el drama Masónico se parece al teatro griego que pretende la catarsis o purificación de las pasiones. Como en las tragedias griegas, el personaje central pertenece al mundo mítico. Otros personajes simbolizan un tipo de conducta sospechosa y reprochable. La verdadera intención de la obra es la reflexión, en aras del desarrollo intelectual y de la moralización. La obra, bien dramatizada y bien comprendida, debe producir un efecto extraordinario no solo en el ánimo del personaje central, sino en el de los que asisten a la imponente ceremonia.

El escenario se arregla y se decora acorde al grado, es decir al acto. Como en toda obra hay personajes principales y secundarios. Cada personaje tiene sus funciones, su descripción, sus características, su personalidad.

El lenguaje es sencillo, en prosa, destinado a describir la vida corriente a través de símbolos. En las liturgias, que son el guión del drama, no hay hipérboles ni figuras literarias. Toda palabra en ellas es justa y precisa. Se maneja el diálogo directo e indirecto y se siente un marcado uso del vos.

En la escenificación Masónica se debe buscar permanentemente la perfección de la ceremonia. No olvidemos que la armonía y la elegancia son ingredientes de la Masonería. El Masón debe ser un modelo de perfección. De ahí la necesidad que tiene de desarrollar la exquisitez y el sentido estético, centrando la atención en la calidad de la elaboración y sobre todo en el pormenorizado trabajo de los caracteres de cada personaje. El Masón estará siempre animado de la convicción profunda de que es un ser creativo.

SENTIDO HUMANíSTICO

La palabra humanismo tiene distintas acepciones. En sentido restringido se refiere al movimiento cultural (literario, científico, filosófico) del Renacimiento, renovador de los ideales de la Edad Antigua. En sentido amplio "Sirve para caracterizar ideas, pensamientos, obras científicas y artísticas imbuidas de respeto al hombre, capaces de desarrollar en él profundos valores morales" (11). En otras palabras, el eje temático del humanismo es el hombre y todo lo que sirve para elevar la dignidad humana. En este contexto, queda claro el contenido humanístico del drama Masónico y de la Masonería en general.

En Masonería el hombre constituye el centro del mundo simbólico. Esto significa que en el hombre se interrelacionan todos los elementos que componen el universo. El hombre está en el centro de la Francmasonería. Pero no el hombre que tenía en la mente el Papa Inocencio III, quien lo definió en forma desalentadora diciendo que "mientras las plantas y los árboles dan flores, hojas, frutos, aceites y bálsamos aromáticos, los productos del cuerpo humano son flemas y excrementos pestilentes y asquerosos" (12). La Masonería, en cambio, considera que los frutos del hombre son las múltiples operaciones de la mente y de la acción.

La Masonería considera que el hombre es un proyecto en construcción y propone un modelo que cada Masón trata de lograr consigo mismo, mediante un continuo proceso de perfeccionamiento. Para la Orden es posible hacer del hombre un ser social mejor. Con ese objetivo viene trabajando desde sus orígenes, dando como resultado un incalculable número de personajes, cuyas obras e ideales constituyen lo mejor del ethos de América y del mundo.
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1. Morales. Mario (Compilador). Antiguos Documentos de la Masonería -Manuscritos antes de 1717-. Gran Logia del Norte de Colombia. Barranquilla, marzo de 2004. pp. 65-70.
2. Idem. pp.15- 170.
3. De la Ferriere, Serge Raynaud. Libro Negro de la Francmasonería. Ediciones de la Gran Fraternidad Universal. Editorial Menorah. Bogotá, 1963. p. 32.
4. Idem. p. 33.
5. Martinez Zaldúa, Ramón. ¿Qué es la Masonería? Costa-Amic Editores. México, marzo de 2000. pp. 25-28.
6. Lavagnini, Aldo (Magister). Manual del Maestro. Editorial Kier. Buenos Aires, 1993. p. 31.
7. Idem. p. 32.
8. Idem. p. 30.
9. Daza, Juan Carlos. Diccionario de la Francmasonería. Ediciones Akal. Madrid. 1997. p. 189. col. 1.
10. Idem. p. 190.
11. Chadraba, Rudolf y otros. Renacimiento y Humanismo. Ediciones Suramericana. Bogotá, 1967. p. 71.
12. Idem. p. 75.

sábado, 6 de febrero de 2010

LA RELIGIOSIDAD DEL COSTEÑO



JOSÉ MORALES MANCHEGO


La religiosidad popular en la Costa Caribe de Colombia, hasta el momento, ha sido poco investigada. Se conocen detalles sobre la vida de santos y de ilustres sacerdotes, pero nada se ha escrito sobre la vida religiosa de los que no son santos. Ante ese vacío, se habla de la pobreza espiritual de los habitantes de la región caribeña de Colombia; se afirma que los costeños son paganos en sus costumbres religiosas, y se asegura que los jesuitas fueron llamados a la Costa para combatir la impiedad de sus habitantes(1).

Afirmar que los costeños son irreligiosos es desconocer que las religiones son asimiladas por los pueblos en forma diferente, respondiendo esa asimilación a las condiciones concretas de la existencia humana(2). En el caso de la Costa, la religión aparece ligada con otros elementos que caracterizan la costeñidad. Por eso la historia de las mentalidades no se puede quedar en las ideas de los personajes ilustres, sino que debe llegar a los individuos comunes y corrientes para ver cómo reciben esas ideas y cómo se manifiestan en su vida cotidiana.

En ese sentido se puede afirmar que la Costa no sólo tiene su religiosidad peculiar, sino que puede mostrar, inclusive, santos autóctonos, como Santo Domingo Vidal, que inspiró el libro En Chimá Nace un Santo del escritor cordobés Manuel Zapata Olivella.

Por otro lado, los ritos y ceremonias religiosas de la Costa nos muestran claramente que el pueblo costeño no es impío. Si nos remontamos en la historia, encontramos que la Semana Santa en Mompós ha sido, desde la época colonial, una celebración religiosa de mucha solemnidad, estimación y aprecio. Lo mismo puede decirse de la Villa de San Benito Abad, pueblo que en los tiempos precolombianos fue el pedestal de una divinidad indígena muy venerada, situación que aprovechó la Iglesia Católica para reemplazarla por una divinidad cristiana, conocida como el Cristo Milagroso de la Villa, donde la gente hace romerías para pagar una promesa; pedir solución a los duros problemas de la vida, o simplemente para buscar alivio a su conciencia atormentada por el pecado. El fervor de la feligresía llevó a que la Iglesia de la Villa fuera elevada a la categoría de Basílica por el papa Pablo VI en 1964. En Barranquilla la Virgen del Carmen es festejada por propios y extraños. En esta misma ciudad la procesión de la Dolorosa goza de gran estima y su esencia religiosa se conserva y se transmite de generación en generación. Igual sucede en Cartagena y demás pueblos de la Costa, donde cada parroquia tiene un santo que en el sentir popular impera con majestad y se le considera el protector de la comúnidad.

Podría abundarse en ejemplos para demostrar que la Costa no es irreligiosa como algunos pueden imaginar. Todo lo contrario. Sucede que en la Costa la religión se fue acoplando a las características de la costeñidad, hasta llegar a amalgamarse la vida cotidiana con la vida religiosa. Por eso los santos y los clérigos son tratados confianzudamente. Así tenemos que en Barranquilla, el Parque del Sagrado Corazón de Jesús recibió, por parte de los curramberos, el sobrenombre de Parque del "Santo Cachón”, porque la imagen sagrada, que se levanta imponente en el sitio, parece custodiar a los amantes que aprovechan la penumbra y los escondrijos de la lujuriante vegetación, para disfrutar las delicias del amor sensual. Por otro lado, en la Guajira, a la virgen de los Remedios le dicen con cariño “La Vieja Mello”; San Rafael, el patrono de Chinú, según la leyenda, peleaba en los campos de batalla al lado de los liberales, y Domingo Vidal, el santo nativo de Chimá, era aficionado a las riñas de gallos.

Una especie de encabalgamiento se hace patente entre los actos religiosos y otros elementos de la costeñidad. Al respecto, es importante anotar que en los pueblos del departamento de Córdoba la banda de música folclórica hace parte de las ceremonias religiosas especiales. Al oír la banda en el atrio de la iglesia las multitudes se precipitan hacia la casa de Dios. En esas celebraciones se ha observado que a muchos de los concurrentes de uno y otro sexo los anima el propósito de la amatividad típica del costeño. Tal es la referencia que hace el periódico El Cartagenero del 5 de abril de 1834 quejándose de celebraciones tumultuarias como las procesiones, donde cada cual hace un esfuerzo para aparecer con el mejor vestido. Según el mismo periódico, hombres y mujeres se entretienen en el intercambio de palabras, miradas y suspiros, o haciendo señales y figuras de manos para entenderse con su amor.

Por otro lado, no es menos evidente en la historia de la Costa lo de los curas sementales. Según información recogida por Orlando Fals Borda, muchos curas han tenido varios hijos (3). Por ello, en ciertos chistes y cuentos populares, los sacerdotes aparecen participando en determinados actos que, en el pensamiento de los santurrones, deberían pertenecer exclusivamente al comportamiento de los mundanos.

En la música folclórica también está presente esa franqueza en el tratamiento de los clérigos. Así lo manifiesta "La Custodia de Badillo" cuando dice al compás de la melodía:
"Al terminar la misa que se pongan del cura pa' bajo a requisar".
Es de anotar que esta canción constituye un enjuiciamiento al sacerdote que recortó un viejo cáliz colonial, razón por la cual el pueblo creyó que la custodia había sido robada(4) .
Todo lo dicho hasta este punto nos demuestra que la hipótesis de la irreligiosidad costeña peca por la inexistencia de pruebas para su demostración. En la Costa lo que se observa es una religiosidad que vincula el espíritu humano con el espíritu misterioso y sobrenatural. El pueblo costeño cree en una vida después de la muerte, acepta la existencia de un poder sobrenatural, y se inclina sin fanatismos ante ese poder, considerando que la vida no es accidental ni carente de significado. De esa manera la religión adquiere la dimensión del creyente y, como es lógico, se adecua a la cultura, en la cual ejerce como ideología de la dominación.

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1 El Espectador. Edición de la Costa, 4 de abril de 1985.
2 Durkheim, Emilio. Las Formas Elementales de la Vida Religiosa. Editorial Schapire S.R.L., Buenos Aires, 1968, p. 8.
3. Fals Borda, Orlando. Mompóx y Loba. Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1979, p. 76A.
4. Quiroz Otero, Ciro. Vallenato, Hombre y Canto. Ícaro Editores. Bogotá, 1983, p. 85.