martes, 29 de diciembre de 2009

LA MAGIA EN LA COSTA CARIBE DE COLOMBIA

JOSÉ MORALES MANCHEGO

En la Costa Caribe de Colom­bia abundan zonas en las cuales el paisaje y el ambiente en general se prestan para dar libre juego a la imaginación y a la inventiva fantasiosa. Tales son por ejemplo los valles de los ríos y las ciénagas, donde se presentan fenómenos de óptica y de acústica muy singulares. En ese contexto se habla de supers­ticiones; de las brujas que succionan la sangre a los niños por el cordón umbilical; de la llorona loca; de la chancletona que se oye de noche cuando camina en los salones de la escuela; de los mohanes que asaltan a los que andan solos por los cam­pos; del caballo sin cabeza; de las aventuras amorosas del espíritu de Juan Lara; del enyerbado al que le hicieron crecer un mico dentro de la barriga; de los parroquianos que tienen aseguranzas para evitar peli­gros, alejar a los enemigos y conse­guirse a la mujer deseada; de las pitonisas y profetas del destino que leen la suerte en los residuos de una taza de café; de la bruja Lucrecia que hizo un hueco en el cerro de la Popa, y allí orinó siete veces con lo cual desencadenó la peste del cólera sobre la ciudad de Cartagena; de la gallina negra con polluelos de oro que cloquea en la plaza de la Iglesia, y del osado que afirma haberle cogido un pollito, y que al despuntar el sol el pollito desapareció de sus manos. Estos, y muchos más, son hechos elo­cuentes de ese mundo encantado del Caribe colombiano(1).

No hay en la Costa un solo paraje, donde no existan historias fantasma­góricas, creencias en curanderos, magos, ensalmistas y todo lo que tiene que ver con los llamados fenó­menos paranormales. Así mismo no hay un país en el que no haya existido magia a lo largo de su historia. Pero en el caso de la Costa Caribe colom­biana, esa forma de incidir en el mundo que nos rodea, constituye una cosmovisión que cobró más vi­gor con el sincretismo generado al ponerse en contacto las creencias mágicas de los indígenas, negros y cristianos. Se sabe que la mentalidad del indio era mágica, como también era mágica la mentalidad del negro traído de África. Lo que se quiere ocultar con un velo de clásica falacia es el hecho de que el cristianismo tampoco se apartaba sustancialmente de ese mundo ma­ravilloso y encantado de los negros e indígenas. Por eso el cristianismo al propagar la idea de que el mal, representado en el demonio, se aden­traba en el cuerpo humano y que solo era expulsado por los exorcistas, profundizó la concepción mágica de negros y aborígenes. En nuestro me­dio, el cristianismo estimulaba la magia al dar falsas explicaciones a fenómenos naturales. Así por ejem­plo, el Tribunal del Santo Oficio de Cartagena sindicaba como brujas o hechizados a los enfermos mentales y a los epilépticos. Todas estas circunstancias afianzaron los prejuicios y contribuyeron para que en la zona se fortaleciera la magia.

La Iglesia se oponía a la magia(2); pero esa oposición no era de fondo. Los textos bíblicos relatan que los antiguos sacerdotes hebreos prac­ticaban la hechicería como profesión oficial legitimada por el propio Dios. El Antiguo Testamento es claro sobre los procedimientos mágicos desple­gados por Aarón, Moisés y otros profetas. Y como si fuera poco, en el Levítico se encuentran numerosas prescripciones sobre la magia me­dicinal, que en nada se diferencian de los ritos de cualquier brujo o hechicero(3). El Nuevo Testamento contiene muchos relatos sobre las prácticas curativas de Jesús, quien entre los judíos gozaba de la reputa­ción de mago(4), mientras que en el bando de los fariseos era consi­derado el propio jefe de los demo­nios(5). Toda esta argumentación demuestra que la Iglesia siempre ha practicado la magia. Sin embargo, en aras de afianzar su poder espiri­tual y su influencia en la sociedad, sus mismos sacerdotes perseguían a los hechiceros no oficiales. Es decir a los curanderos y encantadores po­pulares.

Por eso, en la fascinante región del Caribe colombiano, el desarrollo de la magia llegó a manifestaciones exageradas, incrementándose la creencia en brujas, duendes y toda clase de fantasmas y apariciones, según queja presentada en 1868 por el gobernador de la provincia de Barranquilla en su informe a la Asamblea Legislativa(6).

Hoy, no obstante el desarrollo de la ciencia y la tecnología, en las ciu­dades caribeñas la magia sigue vi­gente. De esa manera, cuando se trata de resaltar a los hombres positivos, que emplearon toda su energía en el desempeño de su oficio, la ima­ginación costeña se expresa de ma­nera fabulosa. Leamos lo que dice Amaury Díaz Romero rescatando la opinión de nuestros contemporáneos, cuando se refieren a don Germán Vargas (q. e. p. d.), ilustre escritor y periodista del diario El Heraldo: "Hoy, once años des­pués, me dicen que escuchan, a me­dia noche, el teclear de la vieja má­quina de escribir que su familia con­serva. Otros, en El Heraldo, aseguran verlo caminar sin pisar piso, como sostenido en el aire, deambulando en la sala de redacción, no como un vulgar fantasma, sino como un personaje salido de los cuentos de Edgar Allan Poe"(7). No hay duda de que estas son creaciones fantásticas de la mentalidad caribeña, a las que los intelectuales de la región buscan darle credibilidad mediante los recursos del arte y la literatura.

Si bien es cierto que muchos de los pánicos de antaño han desa­parecido, los distintos procedimientos mágicos se siguen realizan­do, sobre todo en zonas atrasadas, donde la gente vive aferrada a primi­tivos conceptos, supersticiones e ideas fantasmagóricas. En efecto, hay gente que prefiere el brujo a los médicos, porque esos personajes, mediante trucos y artificios, impresionan la imaginación del paciente y sus allegados, infundiéndole credi­bilidad en la superstición y en la brujería. Esto ha generado un choque de mentalidades entre la medicina moderna y la hechicería. Otras veces se amalgama la magia con la medi­cina moderna. Así vemos que en el mal de ojo el campesino utiliza la droga al mismo tiempo que aplica el secreto, sin que esto implique contradicción con su fe religiosa, puesto que la magia es parte integrante y esencial de todas las religiones(8).
En la sociedad costeña la magia asociada a la religión ha invadido las distintas ramas de la actividad económica; la defensa de la salud; el mundo de las relaciones como el amor y la amistad; y los instantes vitales del individuo, como la gesta­ción, el nacimiento y la muerte. Esa estructura mágico-religiosa ha cons­tituido un régimen de seguridad per­sonal y social de muchas comunida­des por la necesidad de amarrarse a autoridades sobrenaturales. Ade­más, muchos relatos y leyendas re­gionales han servido para introducir suspenso y misterio a una dura reali­dad, que de otra manera estaría con­finada a las limitaciones aburridas de un mundo natural incomprendi­do y de una existencia social que pa­ra muchos se torna cada vez más desconcertante.
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1 Véase: Zapata Olivella, Manuel. En Chimá Nace un Santo. Seix Barral. Barcelona, agosto de 1964; Pinzón, Martín Alonso. Núñez: Amante y Brujo. Ediciones Tercer Mundo. Bogotá, 1975. p. 101; Orozco Cantillo, Martín. Horizontes Culturales del Caribe Colombiano. Edit. Librería Vida. Barranquilla, 2002.
2 Levítico, Cap. 19, versículo 31 y Cap. 20 versículos 6 y 27.
3 Levítico, Cap. 14, versículos 2-7.
4 Ambelain, Robert. Jesús o el Secreto Mortal de los Templarios. Ediciones Martínez Roca. Barcelona, 1999. pp. 139-152.
5 San Mateo, Cap. 9, versículo 34.
6 Gaceta de Bolívar. Cartagena, 27 de agosto de 1868.
7 Díaz Romero, Amaury. 11 años de la muerte de Germán Vargas. El Heraldo Dominical. Barranquilla, 28 de julio de 2002.
8 Sokovieds. V. F. Mngia Negra y Magia Blanca. Editorial Lautaro. Argentina. 1965. pp. 55-79.

domingo, 6 de diciembre de 2009

DEL INFORTUNIO A LA INMORTALIDAD

EDITORIAL POEMARIO
VI GRAN RECITAL
"Arte in Memoriam Día de los Difuntos"

Con la veneración que le debo a la poesía, vengo a franquearle la entrada a la sexta versión del Gran Recital Arte in Memoriam Día de los Difuntos, certamen que todos los años realiza la Sociedad Hermanos de la Caridad y la Gran Logia del Norte de Colombia, para conmemorar a los que dejaron este mundo de las sombras, y marcharon hacia el Oriente Eterno, en busca de la claridad.

El Gran Recital Arte in Memoriam Día de los Difuntos se realiza para que los poetas de nuestro ámbito solariego, o de cualquier parte del mundo, se congreguen en la “glacial comarca de las miserias humanas”, a mostrar las flores de sus jardines líricos, que sin lugar a dudas tienen el legado espiritual y artístico, nacido del dolor y el sufrimiento.

Hablo de sufrimiento, en el preámbulo de este recital, porque la fuente primigenia de la poesía es el dolor. El poeta sufre, en las profundidades de su ser pensante, por el drama polimorfo que está desgarrando al mundo: sufre por la guerra; por la injusticia; por la enfermedad; por la muerte; por los huérfanos de todo; por los desheredados de la fortuna; por los niños, jóvenes y ancianos, que no tienen un pedazo de pan para mitigar el hambre; y como si fuera poco, también sufre el poeta por los culpables de siempre, aquellos que pastan en los vergeles de la patria, devorando y malversando a diario la cebada oficial.

En ese contexto, la historia de la literatura nos muestra personajes transidos por la angustia existencial, como Virginia Woolf, María Mercedes Carranza, Paul Verlaine, Charles de Baudelaire, Arthur Rimbaud, Edgar Allan Poe, Francois Villón, Porfirio Barba Jacob, Epifanio Mejía, Raúl Gómez Jattin y muchos otros, que harían la lista interminable. Ellos, en medio de su dolor, nos dejaron la belleza lírica de su producción intelectual. Por algo decía el escritor chileno Vicente Huidobro: “El poeta que sufre poco, a menudo miente”.

Pues bien, hoy vamos a rendirle tributo a un poeta muy sufrido. Su nombre es Gabriel Escorcia Gravini, hombre de singular talento, cuya obra, a pesar del embate de los años, sigue en plena floración.

Gabriel Escorcia Gravini nació en Soledad, Atlántico, el 14 de marzo de 1892. Desde la aurora de su existencia fue atacado por el mal de Hansen. Por tal razón lo aislaron en su propia casa y las autoridades de aquella época lo persiguieron con la intención de confinarlo en las afueras de la ciudad. Es una acción aterradora, que recuerda las leyes de policía sobre el discernimiento de la lepra en los remotos siglos, cuando el leproso era declarado inmundo por el sacerdote, y obligado a vivir solo, fuera del poblado, según el relato contenido en el capítulo 13 del Levítico, uno de los Libros de Moisés.

Gabriel Escorcia Gravini sufrió el dolor físico y el tormento psíquico. Y a los 28 años murió. Nuestro joven aeda apareció como un meteorito en el cielo de la poesía colombiana. Su pasó por este mundo fue fugaz. Llegó, pulsó la lira y se fue. Pero dejó una estela luminosa. Hombre de una curiosidad enigmática. Sus visitas nocturnas al cementerio de su pueblo natal, se traducen pronto en un bello poema titulado: La Gran Miseria Humana.

Es de anotar que el tema de La Gran Miseria Humana es el amor. Y a través del Amor, el poeta aborda el asunto de la muerte, para llegar a conclusiones axiológicas. Es una obra de gran belleza, cargada de imágenes y metáforas. De principio a fin campea un fino trabajo de filigrana poética, y la evocación de un mundo mágico y misterioso, poblado de fantasmas que rodean al hombre de un modo inexorable.

Allí, en La Gran Miseria Humana, el poeta expone consideraciones generales sobre el amor y la mujer, sus atractivos y sus delicias, para llegar a reflexiones generales sobre la vanidad y sus engaños. La Gran Miseria Humana no es el poema de un hombre sin esperanzas. Es el tema de un predicador de verdades. En el fondo, La Gran Miseria Humana es un poema al servicio de la ética, con un ideal moral impresionante.

Gabriel Escorcia Gravini, según la tipología de Tomás Carlyle, es un héroe que supo convertir la angustia en poesía. Su dura penitencia generó versos resplandecientes, de la misma manera que resplandece la flor entre los riscos, bajo los ardientes rayos del Sol canicular. En su poesía se refleja el dolor, pero también su fortaleza interior. El poeta se enfrentó al sufrimiento con dignidad. Soportó la enfermedad con valentía, y esperó la muerte con resolución estoica.

Convencido de la excelencia de su obra poética, al sentir que la mano fría de la muerte tocaba su corazón, Gabriel Escorcia Gravini manifestó con vehemencia:

En el jardín de la melancolía
donde es mi corazón un lirio yerto
yo cultivo la flor de la poesía
para poder vivir después de muerto


Para quienes conocen el Arte Real, que simboliza el proceso iniciático para la construcción del Templo Espiritual, es fácil observar que dichos versos contienen un sentido filosófico, que se acerca intuitivamente a los principios de nuestra Orden Masónica, cundo la Augusta Institución nos enseña en sus Liturgias, a recibir la muerte con resignación y a prepararnos para enfrentarla de distintas maneras, una de las cuales consiste en dejar buenas obras en nuestro paso por la Tierra, para que nos recuerden las generaciones venideras, ya que la inmortalidad es la apoteosis del espíritu en la conciencia de la humanidad.

Finalmente es necesario resaltar, que la actitud creadora y la intencionalidad artística, se parecen al trabajo que realiza el masón, para alcanzar lo humano de lo humano. Digo esto, porque, en sentido figurado, el poeta se pone los arreos del trovador para hilvanar palabras, limar ideas, y tallar figuras literarias, con el fin de darle al verso la melodía y el sentimiento que estremece al espíritu. De manera similar, nosotros los masones, en nuestras Logias, trabajamos la ciencia, el humanismo y las virtudes, en su dimensión compleja, en aras de pulir la piedra bruta, que representa la metáfora de nuestro propio ser, para tratar de encausar al género humano por el sendero de un mundo mejor, donde el esplendor del cielo sea el espejo de su propia poesía.

JOSÉ MORALES MANCHEGO

martes, 1 de diciembre de 2009

LOS HOMBRES NEGATIVOS

JOSÈ MORALES MANCHEGO


Uno de los tantos males que ago­bian a la humanidad es el de los hombres negativos. Ellos se dan en todos los climas, en cualquier parte se reproducen. Son seres opacos. No reflejan luz, aunque muchas veces la reciban. En las instituciones, en las empresas o en sus propios do­micilios, se destacan por su alharaca, pero a la larga no hacen sino daño.

Algunos son charlatanes, men­tirosos, calumniadores y plebeyos. Otros son reservados, silenciosos o taciturnos, pero igualmente egoístas e interesados nada más en su propio bienestar o en sus mezquinos inte­reses. Los primeros pueden llegar a ser líderes. Como tales, los hombres negativos son una antorcha apaga­da. De sus cabezas no brota nada que tenga que ver con la verdad, la belleza o la creatividad. Solo lideran el atraso, atacando todo lo que sig­nifique progreso, desarrollo y civi­lización.

Los hombres negativos son hijos de la noche. Ellos también recorren y se alojan en las casas de estudio. Y cuando el sueño marcha apacible entre los gestores de proyectos posi­tivos, tratan de matar sus ideales.

Para los hombres negativos las palabras amor, ternura, estimación, cariño, respeto, están proscritas. Ra­ras veces son pronunciadas, mucho menos vividas por ellos. Su sonrisa es prestada, no les pertenece, y por eso tampoco les luce. Más bien pare­ce una mueca.

Viven llenos de envidia y refun­fuñando a toda hora, porque según ellos todo anda mal; sin embargo, nada crean, nada aportan, nada pro­ducen. Solo fastidio. Nunca tienen condiciones para hacer algo. Siem­pre encuentran un pretexto para pa­sar la vida inútilmente.

Son arrogantes, prepotentes y despreciativos con todo el mundo, porque en lo profundo de su ser se sienten inferiores. Por eso necesitan demostrar a toda hora una supe­rioridad que no tienen, pregonando saber más de lo que saben.

Quieren meterse por los ojos ha­ciendo ostentación de sus falsos dones, como pidiendo de limosna que los reconozcan. Algunos tienen la obsesiva inclinación de buscar, a como dé lugar, el predominio sobre los demás. Persiguen el poder per­sonal por cualquier medio, gene­rando una forma negra de triunfar.

Los seres negativos contagian. Ellos envenenan el ambiente, y no solo ponen en peligro su salud, sino la de las instituciones, la de la socie­dad y la de su propia tribu. Son le­tales.

Pero, ¿qué hacer con los seres negativos?

Ellos merecen compasión, por­que sus debilidades son propias de la humana naturaleza. Por eso hay que ayudarlos. Hay que insinuarles con el ejemplo, para que se tornen simpáticos, creativos y útiles a la sociedad. Si después de este trata­miento no mejoran, el último reme­dio es aislarlos, si no queremos que se pudra el mundo.